Apasionante es el tema del Camino Real y todo lo que engloba, especial atención debemos poner a la arriería, que fue un verdadero arte y un negocio por demás lucrativo. No era cosa fácil pues las incomodidades del camino eran muchas y las carencias más. Había la necesidad de tener, al menos nociones de veterinaria, conocer bien los caminos, ir al pendiente de las mulas y más al pendiente de los asaltantes, finalmente, cunado se llegaba a la población, había la posibilidad de descansar al menos un rato pero no siempre era posible. Lo que a continuación comparto son apenas 3 hojas de un interesantísimo estudio hecho en Guadalajara sobre el transporte y los transportistas del siglo XVII:
“Con este sector llegamos a uno de los puntos negros, aunque sea un elemento de suma importancia para el transporte. Las posadas mexicanas –cuando existían- compartían la malísima fama de sus homólogas españolas… En México, como en España, los viajeros extranjeros contribuyeron a difundir una imagen particularmente sobria: ya en el siglo XVI, Henry Hawks advierte que más vale viajar cargando su propio catre. Y eso no tiene nada de humorístico: los inventarios de diversos funcionarios en 1622 señalan, junto con otros equipos de viaje, la existencia de “camas de vientos”. Cuando Gonzalo Báez o su amigo Antonio de Medina intentan escapar del santo oficio, lo que asombra primero a los testigos es verlos irse (o llegar) sin camas.
“Existen diversas realidades que deben quedar claras apoyándonos en el vocabularios mismo, el cual nos permite introducir matices: los “mesones tradicionales (el término de posada se utiliza menos en el siglo XVII) están ubicados en los centros de población; las ventas”, en cambio, se encuentran a lo largo de rutas, y constituyen refugios de paradas en lugares a la intemperie. Ambos son semejantes a las posadas españolas, cuya mala fama es conocida. Los (tambos o casas de comunidad […] están construidos en medio de los pueblos para la comodidad de los viajeros” en colectividades indígenas; posiblemente haya existido cierta confusión entre los términos, y el de “de mesón” se use también para este caso. Cuando el despoblado se extendía ilimitadamente, incluso en caminos importante, la infraestructura se reducía proporcionalmente, y no lo quedaba al viajero más hospitalidad en las noches que la del aire libre, en parajes a menudo cuidadosamente repatriados por sus topónimos, a veces simplemente geográficos, y otras, terriblemente evocadores para el viajero que terminaba su ruda jornada en una notoria incomodidad: “Los Lobos”, “El Espinazo”, son nombres de algunos apeaderos en la penosa ascensión de la sierra de Topia.
Si queremos enfocar estas diversas realidades en el siglo XVII, tenemos que apartarnos un poco de nuestros trillados caminos, y seguir a Gemelli Careri en la vía que asciende de Acapulco a México. El viaje dura doce días –de el 18 de febrero al 2 de marzo de 1697-; pasa tres noches en unas ventas de mala muerte, como la de Atajo, “compuesta de cinco cabañas cubiertas de paja y rodeada por una valla” durante toda la noche lo devoran los mosquitos. Afortunadamente siguió cinco noches en “casas de comunidad” hacia las cuales se deshace en elogios en particular la del pueblo de Amacuzac: “… el orden es tan bueno, que a cualquier hora en que lleguen los viajeros, el topil y el hospedero acuden de inmediato para proveerles lo que necesiten. El topil, que significa sargento en lengua mejicana, tiene que comprar todo lo que hace falta para los viajeros; el hospedero debe preparar la comida, hacer las camas y procurar que no les falten toallas, agua o madera.”
Pasó las demás noches al aire libre (no olvidemos que es temporada seca). La utilidad de estas “casas de comunidad” es innegable desde el punto de vista del viajero; para la comunidad indígena podía ser una fuente de ingresos, pero también de explotación, como le recuerdan continuamente al visitador Dávalos los indios de la región de Tlaltenango – Juchipila. Nada más con echar un ojo al plano que acompaña la Relación Geográfica de Ameca se observan la importancia de la construcción: junto con los otros inmuebles públicos, cárcel iglesia, “casa real”), y las propiedades rústicas es la única construcción identificada. Se encuentra en la esquina de una cuadra que da a la plaza central del pueblo. La desaparición de esas casas después de la independencia y los distribuidos del siglo XIX ensombrecerán considerablemente un panorama hospedero de por si bastante gris; y no dejaba de chocar a algunos viajeros europeos que habían cobrado el gusto por ciertas comodidades.
Si las instalaciones de hospedaje eran tan defectuosas en un eje tan importante (aunque, por cierto, con cortes) como Acapulco – México, es más que probable que en la nueva Galicia la situación no haya sido mejor: un centro tan estratégico (a nivel regional) como Tepic todavía no tenía mesón alguno a finales del siglo XVIII; los viajeros se veían obligados a alojarse muy incómodamente en el “hospital para indios”, Guadalajara, en los siglos XVI y SVII no parece mucho más favorecida. Si bien hacia 1565 existen dos posadas en la ciudad (el obispo Ayala habita la de Mateo de Villanueva, y los agustinos se instalan por su propia decisión en otra, que llaman “convento”) estas se desvían manifiestamente de los fines para los que fueron creadas; en 1570, el cabildo reprocha a la audiencia el no haberse preocupado por dotar a la ciudad de instalaciones de hospedaje por cuya falta los indios de los pueblos vecinos padecen múltiples abusos.
Más adelante se construye un mesón, cerca del puente de la Vera-cruz; sin embargo los viajeros prefieren alojarse en casas de dudosa reputación (“en casas de personas bajas, mulatas y otras, que ocasionan muchos inconvenientes, pecados públicos y delitos”); les parece tal vez más atractivo…, de modo que en 1611 este mesón termina por cerrar. El cabildo intenta entonces ocuparse de este asunto, hasta que encuentre a un mesonero. En 1666 el cabildo tiene otro pendiente; esta vez el proyecto es construir un almacén para los vinos y para el abastecimiento general de la ciudad en el lugar que hasta entonces habían ocupado las carnicerías, las que, en aquel entonces, se encontraban en un estado lamentable. En efecto, sin este local, las mercancías terminan en el barrio de Mexicaltzingo, donde los revendedores (“regatones”) las acaparan. Dificultad es aparte en el último tercio del siglo, el crecimiento de la ciudad, las instalaciones de hospedaje van a ir incrementándose: en 1698 existe al menos un mesón, cuyo corral está en el norte de Santa María de Gracia. Por lo demás, no cabe duda de que Guadalajara contaba con suficientes lugares de “perdición” en los que todo un mundo de viajeros, nómadas y semi nómadas encontraban alojamiento y, por supuesto, otras muchas cosas". (1)
Para darnos una mejor idea de lo que era un mesón, en este caso una venta, Lara Bayón nos ofrece una interesante descripción.
"La venta de Arroyozarco fue establecida en 1576, pero es difícil de averiguar si el edificio descrito en los planos de 1768 era aún aquel viejo establecimiento de Lorenzo Espino o había sido reconstruido por los jesuitas o por sus poseedores anteriores a ellos. La planta del inmueble era de forma trapezoidal. Al centro poseía un gran patio, alrededor del cual se distribuían diversos aposentos y dependencias. Su fachada, de 52 varas de longitud, solamente tenía cuatro vanos, incluido el acceso principal. Esta entrada daba al cubo del zaguán y desembocaba a través de un arco al patrio empedrado, al centro del cual se encontraba una pila de agua. El mesón tenía 9 cuartos de adobe y ladrillo, cocina, carbonera, amasijo, pajar, caballerizas y un horno en la parte posterior. El magro ajuar de esta venta lo formaban 13 camas, 10 mesas, 3 banquillos, 6 bancas, 1 cajón, 1 caja, 1 artesa con sus palos, unas balanzas con pesas de libra y media, 12 llaves, un candado, 1 almirez y 1 cuartillo. Los jesuitas no lo administraban directamente, sino que era arrendado, costumbre que subsistió tras la expulsión de la orden" (2)
Diccionario de Autoridades - Tomo IV (1734)
HOSPEDERIA. Se llama la Casa de Religión que no está erigida en Convento, y sirve de hospedar a los Religiosos forasteros. Llámase tambien Hospicio. Latín. Religiosorum hospitium.
Fuente:
1.- Calvo, Thomas. Por los caminos de Nueva Galicia. Transportes y transportistas en el siglo XVII. Colección de Documentos para la Historia de Jalisco. No. 5, UG, Guadalajara, 1997. pp. 58-62
2.- Lara Bayón, Javier. Arroyozarco: Puerta de tierra adentro. Instituto Mexiquense de Cultura, Toluca, 2003. pp. 77-78
2.- Lara Bayón, Javier. Arroyozarco: Puerta de tierra adentro. Instituto Mexiquense de Cultura, Toluca, 2003. pp. 77-78
Interesante , cultural y tambien romantico su trabajo Sr Arredondo lo felicito.
ResponderEliminarGracias por el comentario, hace poco me preguntaron si vivía en este tiempo o en el pasado... me hizo pensar la pregunta y me di cuenta que, ocasionalmente no estoy en el presente.
EliminarMuy interesante, gracias por compartirlo. En Aguascalientes, llama la atención que los mesones solieran ubicarse en el barrio de Guadalupe, como hacia Guadalajara, y no hacia Zacatecas, en el norte. Saludos.
ResponderEliminarHace mucho sentido, buena parte de la mercancía que venía de Michoacán, la Ciénega de Chapala, Guadalajara y Los Altos iba a dar a Aguascalientes, de ahí "entroncaba" (por así decirlo) con el camino al norte.
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