Hace algún tiempo hice una reflexión sobre el Camino Real y la Carretera 45 y/o Autopista México Querétaro pues casi casi siguen el mismo trazo, incluso en Atongo, a tan solo 50 metros de la autopista está uno de los puentes incluidos en el catálogo del Patrimonio de la Humanidad, ese puente está apenas atrás del Oxxo que vemos al fondo a la derecha.
De pronto pensaba del Camino Real asociado a la época virreinal, pero a medida que fui profundizando más y más en el tema, caí en la idea de que a lo largo del siglo XIX el camino tuvo una enorme importancia y buena parte de los acontecimientos escritos en las páginas de la historia tuvieron ese escenario: la Independencia, las continuas guerras y planes, la Reforma y todo lo demás hasta que... construyeron el ferrocarril y las cosas cambiaron.
Si eres asiduo a leer este Bable, sabrás las varias transcripciones que he compartido de las novelas costumbristas del siglo XIX, siempre me han gustado a pesar de ser sumamente dulces, a veces melancólicas y sobre todo muy, muy rosadas... pero ese era precisamente el estilo de la época. Sobre Chucho el Ninfo, de Gil Gómez, el Insurgente, y de Manuel Payno nunca acabaré de contar lo entretenida que es su historia en Los Bandidos de Río Frío. Precisamente es de Payno que tomo este breve relato en el que nos deja ver como era el Camino Real a mitad del siglo XIX en la que considera la parte más bella. Este post lo hago con la idea del "Antes y ahora" en el sentido de que lo de antes es la descripción que hace Payno y el ahora son las fotografías que a lo largo de este año he tomado precisamente por ahí.
“Una de las jornadas más deliciosas que puedan hacerse en diligencia por el interior de la república, es la de Querétaro a Guanajuato: entiéndase esto a la buena estación del año, pues cuando las aguas están muy avanzadas, las vertientes de toda la serranía inundan lo que propiamente merece el nombre de Bajío, y las 42 leguas que hay de camino forman materialmente una sucesión de lagunas y de atolladeros donde es molestísimo y aun a veces imposible caminar.
Pero no quiero conducir a mis lectores por en medio de los tristes nubarrones y de las recias tormentas que se forman en las crestas elevadas de los Andes mexicanos en los meses de junio a septiembre, sino por el contrario, en esos días diáfanos y puros del mes de abril, en que la naturaleza rejuvenecida, galana y bellísima, parece una égloga de Virgilio, un canto de amor de Lamartine.
Entonces al entrar en Querétaro se percibe la ciudad meciéndose materialmente entre las copas de los árboles, y al salir se divisa como una canasta de flores, resplandeciendo las veletas de las torres y las cúpulas de los cimborrios, con esa luz dorada, viva y transparente del cielo de México.
El camino a poca distancia de Querétaro es perfectamente plano e igual, y la diligencia volando pasa por una sucesión de calzadas y de bosques de mezquite y de huizache, salpicados con flores y matas silvestres.
No es en verdad la perspectiva voluptuosa y oriental de los bosques de liquidámbares y guayaba de Jalapa; pero sí una sucesión no interrumpida de paisajes tranquilos, de escenas de sosiego y paz, que hacen gozar al alma de una suave delicia.
[…] En las llanuras del Bajío se medita en la vida quieta, en la paz doméstica en la existencia profunda y silenciosa de los campos […] en los valles extensos y verdes del Bajío uno ve vagar una de esas figuras pálidas y resignadas de una madre de familia que tiene su amor en sus hijos y su pensamiento en Dios.
Tales son las ideas que me han ocurrido cuando en diferentes ocasiones y épocas de mi vida me he visto por una y otra parte metido en una diligencia con compañeros absolutamente desconocidos y extraños, reducido a encerrarme en mis propios pensamientos y a entretener el cansancio del camino con estas meditaciones interiores" (1).
Fuente:
Payno, Manuel. Escritos literarios II. Obras completas, número XIV. Conaculta, México. 2002, pp. 424-425
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