Sigo con el virus, hago uso ahora de las computadoras de la Biblioteca del Centro de las Artes, por fortuna no hay mucha demanda en estos sitios (por la mañana) y más ahora que todos están embebidos en el partido. Hurgando en el arcón de los recuerdos encuentro uno de losv iajes que más me ha gustado, de esas experiencias que dificilmente olvidas y que rebasan todas las expectativas que llevas. Decidí en la vida no crear compromisos de ningún tipo, vivir con la mayor libertad posible y eso me ha permitido recorrer, hasta donde la cartera me lo ha permitido, una partecita del mundo.
Debido a mis estados anímicos, de altas y de bajas, hay ocasiones que se vuelven verdaderos suplicios y eso me obliga a simplemente dar las gracias y retirarme a una especie de encierro, que más bien son algo así como años sabáticos, en los cuales me dedico a lo que más me gusta, invertir horas, días enteros en leer y, consultando la cartera, decidir hasta donde puedo llegar, y esa vez la tirada me llevó hacia el sur, era cuando vivía en el Caribe mexicano y a bordo de un ADO que durante la noche cruzó la selva quintanarooense y campechana, amanecí en un extraordinario lugar: Palenque.
Era precisamente Navidad, celebración de la que no participo desde hace una buena cantidad de años. Una tormenta amanazaba con comenzar y solo me dio tiempo para instalarme en un hotel y una fenomenal lluvia inició. El tiempo era corto, asi que, igual enfilé a la zona arqueológica. Fue algo excepcional, estar solo en el sitio, en mitad de una fuerte lluvia que acentuaba aun más la importancia mísitca que el lugar tiene. Fueron dos o tres horas de caminar con mucho cuidado entre la selva, de sumirme en el lodo y de sentir una emoción francamente indescriptible, creo que esa ha sido una de las mejores Navidades que he pasado.
Al otro día, vagué por el pueblo, hasta donde podía pues aun seguía lloviendo, y, de prontó me topé con un anuncio que me atrajo desde las primeras palabras: Viaje a Yaxchilán. No lo pensé dos veces, esa sería la oportunidad de cruzar a Guatemala por el lugar más insólito, pensé. Y así sucedió, al otro día a las 5 de la mañana me encontraba abordo de un extraño vehículo que igual podría ser camión pollero que una huída en mitad del África, que el transporte menos esperado en el lugar menos esperado, asi cruzamos lo que queda de la Lacandona, digo lo que queda pues la cosa es avanzar un poco más allá de Palenque para ver los estragos de la deforestación. Una escala en quien sabe donde, un rancho, en donde se nos ofreció un desayuno bastante campirano que era el ideal con el marco ideal de la selva Lacandona (insisto, lo que queda de ella). Fueron no se si seis horas, tal vez más de una penosa travesía por una terracería, finalmente llegamos al destino, el lugar que creo pocos mexicanos saben que existe: Frontera Echeverría.
Állí abordamos una panga, río abajo, por el Usumacinta y llegamos, supongo que luego de una hora o tal vez dos, al sitio que si en verdad te gusta viajar y no eres de los que busca agua caliente, televisión y demás amenidades de un hotel, será uno de los mejores que hagas en la vida, el Viaje a Yaxchilán.
Quedaban cerca de dos horas de luz solar, asi que, la zona arqueológica estaba a disposición, la espesura de la selva, el olor de la selva, el sonido de la selva, todo se conjuga a la perfección en un lugar que se vuelve, sencillamente mágico.
No hay luz, no hay servicios, no hay nada más que una cabaña en donde una familia se dedica a cuidar de la zona, una pista de aterrizaje, de un lado el caudaloso río y del otro la espesura de la selva. Más no le puedes pedir a la vida. Los cien dólares que costaba el viaje incluía además del peculiar transporte, todos los alimentos, la tienda de campaña, la lancha y la selva Lacandona para ti solito. De la pista hacia la derecha era el de damas y hacia la izquierda el de caballeros, el retrete más grande y majestuoso en el que bien te puedes pasar largas horas de amena lectura, además de cubir tus necesiades básicas.
Al fondo la cabaña, en donde ya se veía salir el humo de la fogata, de una verdadera hoguera que calentaba el comal en donde se prepararía la comida, así que, ahora lo que continuaba era adentrase en la selva y descubrir los templos. Un lugar extraordinario. Pocas veces tenemos la oportunidad de ver la gama total de verdes, los árboles que crecen por arriba de los 60 metros, de sentir una especie de temor a adentrase en algo qu, aunque no se conoce, se vuelve tan atractivo, que, haces a un lado esos "miedos" entras y gozas de la soledad infinitamente bella que solo la selva te puede ofrecer. Sale de sobra decir que evité socializar, el irme en grupo, eso sería hechar a perder la oportunidad, asi que si la bola se va por la derecha, yo agarro el camino de la izquierda y fue algo en verdad... majestuoso, en la conciencia de que el calificativo se queda corto.
Ya con los ultimos reflejos de luz solar, salí de la selva y la comida estaba lista. Algo sencillo, seguramente fue pollo, frijoles, arroz... las infantables cocas y el concierto nocturno de la selva iniciaba. Si pensaba que el espectáculo de la tarde había sido magnífico, lo que ya había iniciado era.... supremo. Chicharras, chancharras, luciérnagas, aves nocturnas.... el río caudalosísimo enmarcaba con su delicioso rumor, todo el concierto que se prolongó hasta que caí fulminado por el sueño. Se nos advirtió que a las cinco deberíamos estar ya listos para continuar el recorrido, ¿a las cinco? ¿quién nos despertará?, alguien preguntó. No se preocupen, yo se que estarán despiertos para entonces, dijo el "guía", dio las buenas noches y si nosotros estábamos cansados, imagínate él, que manejó, cocinó, armó las tiendas e, incluso, condujo la panga.
Si una experiencia memorable quieres tener en la vida, procura pasar al menos una noche en la selva, pero por selva me refiero a la selva, la que está a cientos de kilómetros de donde hay luz, servicios, modernidad... comprobarás cuan hijos de la tierra somos, amarás a esa Pacha Mama que algunos insisten en seguir molestando.
Eran la cuatro de la mañana cuando el primer grito se oyó. Fue algo infernal. Me incorporé de inmediato, imaginé que una manada de animales estaba atacando el campamento, los gritos se hicieron más fuertes y numerosos, llegó el momento en que, la exuberante tranquilidad de la noche selvática fue rota por cientos de extraños seres. ¡¿Qué es esto?!
Quince, veinte, treinta minutos y los gritos, chillidos, alardios seguían, esto no podía ser normal y, en efecto, algo que para mi no era normal, para la espesura de la selva chiapaneca era lo más normal y rutinario: las salutaciones matutinas de los sarahuatos (creo así se escribe). Son los monos auyadores, algo en verdad espeluznante, ahora mejor que nunca cabe la palabra. Y ni eran cientos ni estaban afuera del campamento. Era una familia, quiza una docena de ellos y estaban al menos a un kilómetro de distancia. A las cinco en punto estabamos ya todos fuera las tiendas, con una cara de sorpresa e incredulidad de lo que acababamos de experimentar.
El olor a leña se sintió, el desayuno estuvo listo y al poco todos en la panga, ahora río arriba, de vuelta en Frontera Echeverría. Allí ante la mirada atónita de todos los turistas que venían en el grupo, yo me despedí, pues cruzaba hacia Guatemala. ¿Por aquí vas a cruzar? me preguntó uno que no se pudo contener. Si mira, le comenté. Del otro lado del río pasa un camión que me llevará a Sayaxché y de allí podré llegar a Flores.
Con el norte de Guatemala estaba muy familiarizado, el acompañar a tantos gurpos de turistas italianos hacia Tikal me dio la oportunidad de conocer buena parte del Petén, asi que sabía muy bien a donde y por donde podría llegar. Para mi suerte, en ese momento una panga que cruzaba vacía hacia el territorio guatemalteco salía, asi que, no conocí Bonampak, pero me adentré a esa parte de Guatemala, de la cual te podría escribir un mes sin parar...
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