Espero no estarte defraudando al no incluir las fotografías a las que nos hemos ido acostumbrando, a lo largo de este año y medio de existencia de El Bable, pero, el CPU donde están almacenadas sigue en el taller, comenta el técnico que no fue dañada la memoria, por lo tanto podré recuperar las fotos que estaban ya seleccionadas para aparecer, así que, si quieres seguir viendo fotos, ten paciencia y dentro de poco satisfaré esa inquietud, hay unas impresionantemente bellas, las que hice en algunos pueblos del Estado de México, otras de Jalisco, en fin, todo es cosa de tener la misma paciencia que el santo Job. ¿O era Simeón?
Bueno pues esta vez te cuento que no todo es, como dicen por allí, miel sobre hojuelas, cuando se viaja, seas mochilero o de hotel de cinco estrellas, de que te expones, te expones y sucedió un buen día que, por esos afortunados cruces que hay en los caminos, con un raquítico presupuesto que no llegaba arriba de los cuatrocientos dólares, estando en San José de Costa Rica, me hice acreedor a un boleto de avión al destino de mi elección en Sudamérica, tenía que decidir en el momento y aprovechar la oportunidad, así que dije: Quito. Y al día siguiente me encontraba abordo de un avión con ese rumbo.
Al llegar lo primero que hice fue cambiar dinero, pensé en administrarme al máximo pues ahora si estaba a la buena de Dios. Fue sorprendente la paca de Sucres que me dieron a cambio de 50 dólares, eso, en buena medida, me hizo pensar que me alcanzaría para pasarla cómodamente. Preguntando algunos datos, tomé el urbano que me llevó hasta el mero centro, se sentía el cambio, los 3mil metros son notorios, el aire, la luz, las nubes, el frío. Comenzé a caminar por las calles, a respirar un ambiente netamente colonial y a sorprenderme con algunas esquinas que además de su aroma colonial incluían el de los orines. Caí en el mercado, el cual, al igual que en México se extiende por calles y calles, estaba por oscurecer así que, en la zona vi el letrero de Hotel y me quedé allí, era un edificio viejo en verdad, cuando pregunté el precio no lo pude creer, UN DOLAR, sí $1.00 la noche! Y, claro es, allí me hospedé... y, claro es,... recibí por lo que pagué. Un cuarto en el que nada podía quedarse en donde lo dejabas, dado que estaba totalmente ladeado, peor que los edificios hundidos de México, pero, era ya de noche en un lugar totalmente desconocido, asi que me quedé en ese lugar, temiendo a que en cualquier momento se desmoronara el edificio, pero, no, no sucedió, al día siguiente encontré uno ligeramente de mayor precio, creo que $5.00 y con el plus de que incluía Televisión. Ahora sí, me dije, vámonos a conocer Quito.
Luego de andar por la Plaza de Armas, de entrar en la Catedral y ver que el barroco cobró un acento muy particular por esos lares, me fui a ver el monumento que marca la linea imaginaria del ecuador y me hice la foto tradicional de poner un pie en el hemismerio boreal y el otro en el austral, allí comí, era un parque que rodeaba al monumento, un aire bien distinto al que estaba habituado, la altura era más que notoria. Al otro día encontré que había otra zona de la ciudad, la moderna, la de los almacenes, algo asi como comparar el centro de México con Polanco, ni más ni menos, con cafés en las calles, y ese saborcito europeo que, de pronto te encuentras por allí. Me llamaba la atención que en todas y cada una de las Agencias de viaje promocionaban el tour a las Galápagos, eran menos de trescientos dólares, lo pensé una y otra vez ¿voy o no voy... voy o no voy? por primera vez en mi vida fui prudente y pensé lo riesgoso que sería quedarme practicamente sin dinero en un lugar en donde a nadie conocía. Al otro día inicié mi recorrido por el país, una escala fue en Baños, un santuario católico en donde, muy al estilo de San Juan de los Lagos, hay cientos de posadas a precios más que accesibles, conocí también Cuenca, lo que recuerdo de lugar es que casi no se veía gente en la calle, sentí mucho frío, en ese frío andaba cuando recibí un globazo de agua, me congeló, luego supe que estaban en las celebraciones anteriores al Carnaval, razón por la cual también vi cientos y cientos de Niños Dios, todos listos para el 2 de febrero, solo que, sin tamales. Recuerdo que allí en Cuenca la pasé divinamente, era un hotel, en el rango de precios que no das crédito, montado en una casona, con al menos 250 años de antiguedad, creo era el úncio huesped, todo en silencio, tranquilísimo... recuerdo también que las comidas eran deliciosas, unas especies de milanesas con huevos estrellados encima, ideales para tolerar el frío que para mi era mucho, luego llegué a otro sitio, en donde, desde que salí de Cuenca el panorama cambió pues descendí a casi el nivel del mar, se llamba Machala, y el Perú estaba a corta distancia y mis cien dolares reservados para Ecuador aun me daban para estar más días, asi que, fui al Consulado peruano, solicité la visa, me la dieron y al otro día estaba cruzando una de las fronteras más extrañas por las que he pasado, fue la primera vez que sentí miedo de no saber en donde estaba.
Allí, en ese punto, hay un conflicto de límites territoriales entre Ecuador y Perú, han pasado muchos años y no se han delimitado los territorios, así que llega el momento que cuando sales de Ecuador (cuando esto es posible a horas detrminadas) hay una franja de varios kilómetros, de anchura en los que no hay nada, absolutamente nada y es la tierra de nadie, del otro lado está la forntera peruana. Varios dólares hay que pagar para que el vehículo en las peores condiciones imaginables te lleve de un punto al otro, seguí sintiendo miedo, el cual medianamente se me quitó al ver que en cada esquina se apostaba un soldado, con armamento y en acción de alerta... y los problemas comenzaron. Creo que el lugar se llama Piura, la verdad no lo recuedo bien, pues han pasado varios años... no había trasporte hacia Trujillo, que era la población que seguía, no tenía idea que una vez estando en territorio peruano el panorama cambiaba drasticamente, se volvía desierto, uno de los más áridos del mundo. Los autobuses de primera se encontraban llenos a su capacidad, creo que por las vacaciones de Carnaval y la cercanía de un popular balneario, los de segunda estaban en iguales condiciones, así que, de pronto apareció un autobús en donde logré entrar brincando entre todo tipo de cosas por el pasillo y tomar un asiento, la expedición de toda una noche se inició, era un servicio que llevaba todo tipo de contrabandistas, de eso me enteré cuando a mitad del camino y en medio del desierto se detuvo para solicitar cooperación para que en la aduana les dejaran pasar toda tipo de mercadería que compraban a precios muy bajos en Ecuador y vendían al doble en Perú. Ni hablar, me tocó dar mi parte y continuamos, supongo que habré dormitado en el largo camino. Al amanecer estaba ya en Trujillo. Recorrí la ciudad, bella en verdad, un estilo bien distinto a lo que uno está acostumbrado en México, alguien me dijo que no me perdiera la visita a Chán Chán y para allá me fui.
Chán Chán fue una ciudad de una de las civilizaciones que creció anterior a la Inca en la zona norte del Perú, tienen la característica de haber sido construída toda en adobe, y ha podido sobrevivir hasta la fecha. Son impresionantemente hermosos los trabajos realizados en el adobe que decoran los que en su momento fueron suntuosos palacios, algo de lo que nunca había odio, como no tenía idea de que llegaría a esa zona, no había leído nada al respecto, me maravillé y me emocioné de tal manera que el miedo que sentía se esfumó, esto se acrecentó aun más cuando fuí a una playa cercana y me senté frente al sombrío Pacífico por por allá tienen y comí el mejor Ceviche que he probado en mi vida, acompañado claro es, de cervezas que son en botella de a litro, creo que Pilsten es la marca... de aquí soy, me dije, y muy a mi modo, aluciné y pensé que podría recorrer buena parte del país, en la noche estaba a bordo de un autobús que amanecería en Lima. La cosa fue llegar para que la pesadilla inciara.
Entramos en mitad de un caos de embotellamiento de tránsito a Lima, no llegamos a una central de autobuses, como lo suponía, sino que se abrió un portón por breves instantes, mismos que dio tiempo para que el autobús entrara y cerraran de inmediato. Sacaron todos los equipajes y listos... cinco minutos para salir del lugar. Afuera un tránsito infernal en una calle congestionada de autos. Pregunté como llegaría al centro de la ciudad. ¿A dónde específicamente?, me preguntó el policía. A la Plaza Mayor, respondí. Usted no es peruano, ¿verdad? me preguntó. No, soy mexicano, le dije. Ah, mire, se va... y me dijo como llegar, luego me hizo un comentario que me sembró de nuevo esa idea de temor. Cuando quiera preguntar algo, busque siempre a un uniformado, no tenga confinaza de la gente, siempre a un uniformado. Y seguí la dirección y llegué a la Plaza Mayor y busqué el letrero de algún hotel y estando en eso, parado en una esquina, un muchacho se acercó. Disculpe, no sabe donde queda la calle.... Uy, dije, no, no se, acabo de llegar. Mire aqui tengo un mapa, no alcanzo a ver bien, y me lo acercó a la cara, sin darme cuenta me estaba moviendo hacia la pared y en eso, sin saber ni como ni por donde, aparecieron dos tipos, uno de ellos me mostró por dos segundos una charola y vociferando dijo: Policía del Perú. Está usted detenido! Acto seguido, me metieron en un vehículo y durante algo así como una hora se metieron por calles y calles las de mayor congestionamiento y fui objeto de un interrogatorio y amedrentamiento que me hizo pensar que acabaría mi vida en una celda fría y húmeda del Perú acusado de narcotráfico... así como en la película, solo que sin deberla ni temerla.
Mis emociones y sentimientos los puedo controlar muy bien, sean buenos o malos, quizá peque de indiferente, pero, en esta ocasión de mucho me sirvió. Como ni grité ni lloré ni puse cara de congojo, como que optaron por el plan B, y... déme acá todas sus cosas! asi que, mochila y chamarra esculcaron, todo dentro del auto, siempre en movimiento, cuando dieron con la cartera me sentí perdido, alcancé a ver muy bien la escena, de como sacaron el dinero, solo que, no era una cartera de las que te pones en la bolsa de atrás sino mas bien una auténtica cartera, pues allí traía además de mis billetes de colección de los países por los que había pasado, y los 30 dólares del impuesto de salida del Ecuador, el boleto de avión, pasaporte, es decir, todo. Y en el compartimento secreto los 300 dólares que aun sobrevivían para el resto del viaje. La acción como fue tan rápida no les dio tiempo a checar toda la cartera, asi que imaginaron el gran botín, encabezado por un billete de 20 y otro de 10 de los verdes, mas unos diez o quince de los países centroamericanos que había guardado a modo de suvenir. En eso, se detuvo un segundo me empujaron caí en la banqueta y por la ventanilla arrojaron la chamarra, la cartera, la mochila. De inmediato me incorporé y lo primero que agarré fue la cartera, abrí el compartimento secreto y allí estaban mis trescientos dólares. Intactos!
Recordarás que cuando llegué a Quito llevaba 400, y cambié 50, pues bien, al hacer la operación, me hcieron firmar una carta y me dieron una copia, azul era el papel, en él envolví los 300, así que solo yo sabía que dentro se encontraba mi fortuna... y vaya que fue fortuna!
Ahora sí, caí en pánico, pero me controlé, me tiraron en una glorieta en donde de un lado estaba el hotel Sheraton y del otro unos autobuses de primera clase, me fui para allá y me compré un boleto para la frontera norte, mis alas de viajar estos tres tipos que me asaltaron me las habían cortado... decidí regresarme en ese momento a México. Claro es que hice agunas escalas, la primera para conocer el entierro de un importante personaje en Chicalyo, luego en Guayaquil, finalmente regresé a San José de Costa Rica y despues me encontraba, sin colección de billetes pero con un montón de recuerdos y corroborando que no siempre todo es miel sobre hojuelas.
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