Te lo confieso totalmente: si no fuera porque ahora, gracias a la hospitalidad del Arq. Roa, vivo en el mero centro de Salamanca, nunca me hubiera sido posible registrar este evento que se da, durante los días comprendidos ente le Jueves de Corpus y el Sagrado Corazón de Jesús; es decir,
Son las 5:35 y cada cinco minutos vendrá una ráfaga de cohetes, de esos que, aun estando oscuro se ve su trayectoria, luego vendrá el tronido, pero, como es fiesta, son en ráfaga y diez, quince, veinte, o más se dejan sentir, como queriendo herir al cielo, como queriendo despertar a todos, como queriendo decir… Altísimo Señor!
Son las 5:40, la plaza, es decir, el Jardín de
5:45, hora de “herir” nuevamente al cielo con una ráfaga de cohetes, de esos que llevan adheridos las ideas, los pensamientos, los sentimientos y las buenas intenciones de cientos y cientos de personas que creen, fervorosamente, que es allá, en el cielo, en donde se vive la vida eterna.
Y el cielo se comienza a iluminar, los primeros rayos solares de esta alborada se ven ya, las notas musicales de la banda continúan inundando árboles y prados, gente no hay. Los cuetes siguen tronando, el templo, ahora Santuario, sigue engalanado con un estupendo trabajo floral, todo parece decir que es un gran día de fiesta en Salamanca.
Pero no, no lo es. Salamanca y sus salmantinos, es decir, sus habitantes siguen encerrada en sus casas, en sus muros, en sus cuatro paredes. Siguen criticando lo que se hace y menospreciando, también, lo que se hace. Siguen esperando que un rayo venido desde la más profundidad del firmamento venga y les haga ver las magnificencias que día a día se desgranan por esta parte del Bajío.
Yo, muy en lo personal me congojo, pero a la vez les agradezco, les doy las más cumplidas gracias a todos los 250 mil (o más) salmantinos, les agradezco que se hayan quedado en sus casas esta mañana y que me hayan dejado para mi solito este magno concierto.
Pocas, en pocas, contadas, ocasiones, uno tiene el privilegio de estar presente en un lugar en donde el templo está tan profusamente decorado como si fuera la boda de un Príncipe. En pocas ocasiones tenemos el privilegio de estar en un auténtico concierto, al modo siglo XIX, de música armónica, de música deleitable, de música deliciosa que traspasó, en esta vez, solo mis oídos, pues pocas personas había en el lugar.
Salmantinos, salmantinos… si siguen diciendo que éste es un pinche pueblo, es porque las nubes que el canal de las estrellas les produce en sus ojos, no les deja ver las magnificencias que en este “pinche pueblo suceden”, si esperan a que ese mismo canal les ponga un programa especial y en horario estelar, en donde se vean las festividades de
Salmantinos, salmantinos, apaguen su televisor y salgan a la calle, vean los templos magníficos, lean la historia riquísima que tenemos… de la basura y suciedad, luego hablamos…
Son las 7:05, hora del desayuno, que mejor que unos tamales y un atole!... ay Salmantinos… ay Salmantinos…
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