jueves, 30 de septiembre de 2010
Hacienda de Briseñas, Michoacán.
miércoles, 29 de septiembre de 2010
Ex convento franciscano de Zacapu, Michoacán
Refieren las crónicas que allá por el año 1548, Fray Jacobo Daciano caminaban de Cherán rumbo a la encomienda de Zacapu, acompañado de una comitiva de indígenas, Les anocheció en el bosque, muy cerca del lago y acamparon ahí. Al amanecer, fray Jacobo Daciano llamó a todos y les dijo que era voluntad de Dios que en ese lugar se construyera una iglesia; los indios desmontaron el sitio, abrieron cimientos y se tiró el cordel para iniciar la construcción. Después trazaron calles, ubicando la plaza, el "tianguis" y la casa real, Así nació lo que ahora es la ciudad de Zacapu. Ello debió ocurrir el 29 de junio de 1548, ya que Zacapu fue encomendada al patrocinio del Apóstol San Pedro y por muchos años se usó el nombre de ese santo para designar la parte de la ciudad donde se encuentra el templo parroquial, dedicado ahora a Señora Santa Ana.
Presenta un atrio delimitado con barda de arcos invertidos de factura contemporánea, en el atrio se ubica una antigua cruz atrial, una escultura de Fray Jacobo Daciano y un reloj de sol que data de 1858. El templo presenta fachada sencilla con remate mixtilíneo, con acceso de arco de medio punto, ventana coral en forma de ajimez, en la parte superior se ubica un reloj de colocación posterior. Junto al templo se ubica una torre de planta cuadrangular de tres cuerpos, siendo el tercero de forma octagonal y rematada con cúpula.
En su interior el templo es de una nave techada con un plafón y viguería de madera. Presenta altares de estilo neoclásico, el altar mayor exhibe un ciprés que resguarda un antiguo Cristo. Junto al templo se ubica el convento que presenta en su fachada un pórtico con tres arcos de medio punto, en su interior se ubica un claustro cuadrangular de dos niveles con cuatro arcos de medio punto en cada uno de sus lados. (Wikipedia)
San Miguel Arcángel y Huitzilopochtli, el sincretismo
martes, 28 de septiembre de 2010
Una historia fascinante relacionada con las haciendas y los hacendados: El Burro de Oro.
Si eres lector de los grandes clásicos, pero por grandes no me refiero a los más conocidos, sino a otros que llegaron a ser grandes y no son tan difundidos como Lucio Apuleyo, escritor romano del siglo II, del que tenemos la fortuna de contar con uno de los más antiguos relatos en el género del picaresco en su El Asno de Oro. Pues bien, aquí hay una enorme diferencia vista por cualquier lado que lo quieras ver, comenzando por el nombre pues el personaje del que hablaremos hoy se le conoce como El Burro de Oro, cosa un tanto cuanto distante entre el Asno clásico y el Burro campirano. Para ello nos vamos hasta La Barca, en el estado de Jalisco.
Como bien sabemos, en pleno siglo XVIII la economía, es decir, la minería y la agricultura, estaba en manos de algunas pocas familias espacidas por la Nueva España, es desde entonces ,que el tráfico de influencias, el nepotismo y demás linduras que ahora aborrecemos, tenía ya sus dos siglos de apogeo, en la Nueva Galicia, en el último cuarto de ese siglo casan don José Crispín Velarde con doña Josefa de la Mora y Torres, ambos de acaudaladas familias, especialmente ella que descendía de don Juan José de la Mora y Palma.
El matrimonio tiene tres hijos, dos mujeres y un varón. A él le nombran Francisco, a ellas, sus nombres, hasta el momento no me ha sido posible encontrar, tal vez sea porque ambas decidieron tomar los hábitos y retirarse de la vida mundana, de las riquezas y comodidades que su acaudalada familia poseía, en consecuencia, Francisco Velarde de la Mora, nacido en 1809 y pariente lejano del cura don Miguel Hidalgo, ya que su abuelo materno, don Juan Gallaga y Mandarte de la Mora, (nacido el 4 de febrero, 1703), era originario de La Barca. Evidente es la relación en el segundo apellido de Francisco Velarde y el segundo apellido del abuelo de Hidalgo.
Muerto su padre, Francisco Velarde se vuelve heredero universal de la cuantiosa fortuna, de sus propiedades las cuales comenzaban en Guadalajara y terminaban en Zamora, contando entre ellas varias enormes haciendas, como la de Briseñas y Vista Hermosa, en Michoacán y las palaciegas casas en Guadalajara, Tlaquepaque y La Barca, ésta última su preferida, con el tiempo la finca adquiriría el mote de “La Moreña”.
Si bien Velarde contaba con una gran fortuna tenía la característica de no saber leer ni escribir, de allí es donde se deriva el nombre con el que pasó a la historia: El Burro de Oro. Pero, además contaba con una característica que lo hacía ser un personaje único, considerando que su riqueza era, prácticamente, ilimitada, ésta le daba la posibilidad de todo tipo de extravagancias y es allí en donde se comienza a trenzar la historia, amenizada con la leyenda y aderezada con el mito.
Se dice que Francisco Velarde gustaba mucho de la vida monárquica, a sus empleados los mandaba a estudiar a Europa, esto con el fin de que aprendieran los modales adecuados para atender tanto a él, así como a sus invitados, de modo refinado. Se cuenta que compró a un elevado precio el título de “General” al entonces presidente, casi vitalicio, de la recién formada República Mexicana, Antonio López de Santa Anna, consecuentemente uno de sus sueños se cumplió: vestir el uniforme militar.
La historia o, en todo caso la leyenda, dice que se mandó confeccionar 365 casacas, de donde colgaban galones de oro y plata, con botonaduras también en oro y por si esto no fuera suficiente, los tacones de su calzado eran también de oro… El Burro de Oro mostraba la abundancia de su fortuna.
Hay quien dice que tenía 365 mujeres, hay quien comenta y quien escribe que eran 50 sus concubinas, que a todas las hacía vestir igual y con todas salía en una especie de parada militar. Manteniendo la tradición de asistir a la misa dominical, lo hacía con sus mujeres y un nutrido grupo de acompañantes, los cuales debían vestir de manera impecable, so pena de ser castigados, y El Burro de Oro no se tocaba el corazón para sacar su fuste y aplicar los correctivos que fueran necesarios para que sus órdenes se cumplieran cabalmente.
Un gozo, seguramente infinito, le causo la llegada de Maximiliano I de México y la implantación del Segundo Imperio Mexicano. Al poco tiempo Francisco Velarde se volvió uno de los principales sostenes económicos de los Conservadores. No tardó en extenderl todo tipo de invitaciones al nuevo Emperador y enviarle notorios y cotosos regalos. Fianalmente le extiende la invitación para que lo visite en su mansión de la ciénega de Chapala, invitación que si bien no se da por asentada, se pensó que sería aceptada pues el Emperador planeaba visitar el occidente del país.
Y es entonces que la leyenda llega al extremo, justo al paroxismo, pues El Burro de Oro determinó que el Emperador no podría asolearse al pasar por los caminos que recorrerían juntos desde La Barca hasta Guadalajara, en ese paseo le mostraría todas sus propiedades, seguramente le diría que “hasta donde la vista le alcance, eso es mío”…
Para tal fin mandó contratar a todos los sastres y costureras de la comarca con el fin de elaborar un toldo de varios kilómetros de largo, así su acariciado sueño de pertenecer, al menos por unos días, a la corte, ser parte de la monarquía… sería realidad. Solo que Maximiliano nunca llegó a la invitación ofrecida.
El Burro de Oro en su calidad de General del Ejército Conservador tenía a su cargo la región occidental de Michoacán, estando en Zamora y en el fatídico año de la caída del Segundo Imperio, es aprehendido ya que no puede huir debido a su sobrepeso, cuando es detenido ofrece su peso en oro montado en caballo, cosa que el General Francisco Tolentino, no acepta y es fusilado el 3 de febrero de 1867, a los pocos días le llega el indulto que Benito Juárez le había concedido y cuatro meses más adelante, el 19 de junio, Maximiliano fsería fusilado en el Cerro de las Campanas en Querétaro.
Pero la ostentación y boato en el que vivió Francisco Velarde nos deja un auténtico tesoro, una serie de doce pinturas murales que reflejan la vida cotidiana en México a mitad del siglo XIX. El Burro de Oro había oído que los grandes palacios europeos estaban decorados con magníficas pinturas, él no quiso quedarse atrás y contrata al pintor jalisciense Gerardo Suárez y durante dos años, de 1855 a 1857 pinta los muros de su mansión, de su casona en La Barca, la que ahora es conocida como La Moreña y que es sede del Centro Cultural del Gobierno del Estado de Jalisco.
Son doce las pinturas que circundan el patio de la casona, las escenas fueron tomadas de reproducciones de la obra de Casimiro Castro (1826-1889) dibujante, litógrafo y pintor mexicano, el cual es considerado como el cronista gráfico y paisajista de de México del siglo XIX.
Paseo a Xochimilco, Bailadores de Jarabe con Jaripeo y maricachi, La Procesión, Día de Campo Aristocrático y el columpio, Indios del Sudeste, Los Infantes, La Vendimia, El Salto del Agua, La Plaza de Santo Domingo, Paseo en el canal de la Viga, La ordeña y los chinacos y, además, Cacería del venado,
Sin lugar a dudas el viaje que hagas a La Barca, en el estado de Jalisco, te será gratamente compensado al entrar a La Moreña y trasladarte a la vida cotidiana de México en las escenas que se presentan en las paredes de la casona. Verás por allí que hay un nicho, el cual contiene sus cenizas, verás sus muebles traídos de Europa, su recámara, en donde la lujuria no tendría limites, sabiendo que, aquí lo que había era una cosa: abundancia.