Entramos al Santuario y lo primero que encontramos es una especie de vestíbulo que, desde ese momento nos deja ver la expresión incontenible de un barroco indescriptible, en uno de los muros aparece uno de los tantos detalles elaborados por Pocasangre, es "la figura de un indígena, tal vez Moctezuma, con un collar de plumas, una diadema de oro y en la mano derecha otra corona". A un lado de esta composición hay una pila de agua bendita.
Y desde allí, el acceso al Santuario, vemos esta especie de medallones, pintados también por Pocasangre con poesías del padre Luis Felipe Neri de Alfaro, la combinación entre pintura y texto convierte a este recinto en algo único en nuestro país. "Tu siniestro pie Señor, que atento miro clavado, de todos sea venerado, y a todos cause dolor". Impresiona, al ver, y sobre todo al leer, la constante de los conceptos de sufrimiento, dolor, sangre, sin duda, el padre Alfaro estaba poseído por la sola idea de la pasión y muerte de Jesús.
"El muro sur, en donde se encuentra el acceso a la capilla de Belén, cuenta con una alegoría pictórica maravillosa. En él se halla pintado el retrato de Carlos III, rey de España, que representa como lo indica Pocasangre al lado de la cara, a Europa. Vestido con gran elegancia y pompa, el rey español sostiene en la mano izquierda la corona y en la derecha el poderoso cetro".
Hemos caminado apenas un par de metros dentro del Santuario y estamos sorprendidos y, a la vez, comenzamos a sentir ese especial sentimiento que crean las escenas que allí se representan, la idea del padre Alfaro fue perfectamente interpretada por el pintor, (queretano, creo), Pocasangre, eso de transmitir el pasaje final de la vida de Jesús en toda su intensidad. Sorprendente, además, me parece la extraña coincidencia del nombre Pocasangre, con la idea vehemente del padre Alfaro de la punición y, consecuentemente, de la presencia de la sangre, la sangre divina, decía él.
Se dice que hubo un momento en que los muchos fieles que acudían a los Ejercicios Espirituales conservaban como reliquia, cáscaras que arrancaban de las paredes de la Santa Casa, manchadas de sangre que pensaban era producto de las continuas e intensas mortificaciones corporales que el padre Alfaro se imponía, quizá sea esa la razón de que hasta hace poco el uso de los silicios metálicos era algo común entre los ejercitantes, al grado tal que hubo la necesidad de prohibirlos.
Vemos como, en esos puestos callejeros dispuestos a un centenar de metros del Santuario, uno los recuerdos que del sitio se venden, son precisamente esos mortificadores, no de los metálicos, los prohibidos; sino una versión hecha en ixtle. El libro de oraciones es el otro objeto más vendido entre los asistentes al Santuario. Pero volvamos al recinto.
Alternadas van las pinturas que escenifican los pasajes más representativos de la vida de Jesús, especialmente, ya lo anotábamos, los de sus últimos días de vida terrena; alternados, pues, van los versos de Alfaro. Aparecen imagenes de bulto de santos, todos ellos con una fuerte relación al concepto desarrollado dentro del recinto. Vemos, además, esa fuerte interrelación que hay entre la órden de los Oratorianos, a la que pertenecía Alfaro, y la Sociedad de Jesús, la fundada por San Ignacio, creador de los Ejercicios Espirituales.
El baptisterio con la imprescindible escena del buatismo de Jesús por San Juan...
Todo muro, cúpula, arco, todo, absolutamente todo, va integrado en el concepto pictórico desarrollado por Pocasangre, todo en armonía, ofreciéndonos al final un barroco de tintes únicos. "El estilo barroco se considera como un estilo rebelde, que modifica los órdenes de lo clásico y no se deja encasillar por cánones, "constituye en sí algo dotado de vida y que lleva en su espíritu un germen de complicación, llega un momento en que la esencia clásica, es decir, los órdenes, desaparecen bajo una fantasía cada vez más despierta". Es, por antonomasia, el estilo de la Contrarreforma, la expresión del arte jesuita y filipense como vanguardia del ánimo renacentista de la Iglesia -que en México adquirió un carácter particular- en el Bajío: una personalidad regional y en Atotonilco una importancia microhistórica". (Aquí el autor cita a Manuel Toussant).
La construcción del Santuario inició el 3 de mayo de 1740, concluyó luego de 8 años de trabajos y el 20 de julio de 1748 se dedicó. Ambas son fechas representativas en el calendario litúrgico Católico, ya que el 3 de mayo es el día de la Santa Cruz, y el 20 de julio se celebra al Profeta Elías, el que "ha de volver a la tierra para predicar la segunda venida de Jescuristo". (Calendario de Galván 2012).
Esto que ahora vemos a través de la puerta-celosía es la Capilla del Santo Sepulcro, conocida también por El Calvario, una de las seis capillas que conforman el recito. En esta hay una muy particular historia que se entreteje con la leyenda, ya que en la escena del Clavario aparece solo dos de las tres cruces, falta la de Gestas, al lado derecho, esto debido a que, cuentan, hubo un tiempo en que el templo estuvo cerrado, creo 30 años, y en uno de los tantos asaltos que hubo, sacaron esta imagen la cual fue arrastrada por un caballo y, obviamente, destruida. Al parecer eran tiempos Cristeros.
Otro punto excepcional en este, digamoslo así, vestíbulo, (creo hay un nombre específico para estos espacios dentro de los templos, pero ahora no lo tengo en mente), la puerta también fue usada para más representaciones, aquí, en el marco alto, vemos todas las virtudes...
Y escena de la vida de Jesús en la cara interior de la puerta...
Inscripciones en la cara exterior de la puerta...
Los demonios que anotan en sus libros los nombres de pecadores que serán llevados a sus dominios en los infiernos... discursos continuos de ideas medievales encontramos en cada rincón del Santuario.
Una obra, insisto, excepcional, y apenas hemos visto el vestíbulo. Las siguientes fotografías son de la cara que da a la que fuera la Calle Real... mañana veremos el interior del Santuario el cual, por una razón muy sencilla le fue dado el título de Patrimonio de la Humanidad: su magnificencia.
Los textos en cursiva han sido tomados del libro La soledad del silencio. Microhistoria del santuario de Atotonilco. Jorge F. Hernández. FCE-U de Guanajuato. México, 1991.