Ocurrió en 1980, el 23 de septiembre para ser precisos, fue un martes. Eran las 9 de la mañana y unos minutos más. Siempre he sido puntual, en todo, contadísimas son las ocasiones en que llegué tarde a mi trabajo o alguna cita pues tengo por norma llegar un poco antes o justo en el momento de la hora acordad, así que aquella vez apenas me estaba acomodando en mi silla para comenzar la rutina. Vivía y trabajaba en la ciudad de México, en la llamada Zona Rosa, en el segundo piso de una transnacional que además de servicios de viaje, ofrecía cheques de viajero y tarjeta de crédito. Creo sabes a la que me refiero. Había cumplido ya un año de trabajar allí, luego de pasar por varias entrevistas y casi un mes de espera, finalmente me dieron la posición, nada relevante, pero era mi oportunidad de destacar en el mundo del turismo, creo lo logré.
Mi rutina del día a día era eso: rutina. Vivía, por suerte, a solo tres calles de la oficina, así que salía con diez minutos de anticipación y caminaba por la calle de Niza, bueno, eso fue luego, porque al principio vivía en la Condesa cuando aún no soñaba (la colonia) ser lo más trendy en la ciudad, vivía en un departamento en un edificio alto, creo en el 7mo piso, subía y bajaba en elevador, abajo los martes la calle amanecía cerrada pues allí instalaban un Tianguis, de esos con toldos rosa mexicano. Era el único día de la semana que me tomaba un jugo fresco antes de ir al trabajo. Si me levantaba muy temprano me iba caminando, algunas veces por Chapultepec y otras por Sonora, pero más bien eso era de regreso, pues de ida me iba en el Metro, apenas dos estaciones: Chapultepec-Sevilla-Insurgentes y llegaba. Los otros días que no fueran martes el desayuno era una enorme Concha del Samborn’s de frente a la oficina con café de la oficina. Mi función era reservar docenas de habitaciones en todos los destinos de playa de México, en ocasiones eran montones, especialmente en el invierno, el resto del año no eran tantas las reservas que hacía. No tenía la obligación de reservar con anticipación, solo mandaba los avisos pues la agencia tenía contratos con los hoteles, una cosa llamada Allotment, que es un bulk de habitaciones, esos son términos técnicos del turismo. Sí, en el turismo también hay un lenguaje especializado, no creo venga al caso ahora explicarte lo que es. El asunto está en que diariamente escribía y escribía, siempre a máquina. Del mediodía en adelante me dedicaba a cotizar.
Cotizaba siempre lo mismo, pues toda la gente pedía lo mismo: Tour de Ciudad, Tour a las Pirámides o Xochimilco y el “Sombrero” que era la ruta México-Cuernavaca-Taxco Acapulco… pues era la época en que apenas había surgido Cancún como centro turístico, Acapulco seguía dominando. Estaba en sus últimos días de gloria. Cuando había solicitudes muy particulares, que rompían los tradicionales programas y los habituales tours, les ponía más atención pues rompía la rutina, de pronto había quien quería ir a Xochicalco o a Tula.
Surgió entonces la oportunidad de cambiarme a Niza, a tres calles de la oficina, más cerca aun de lo que ya estaba. Era un edificio viejo, viejo en verdad, de eso que tenían techos muy altos y pisos de madera, pero de muy corta dimensión, como quiera muy ventilado, incluso un poco frío. Recuerdo que en una víspera de Navidad invité a unos buenos amigos a una reunión, eran los que trabajaban en la oficina de Alitalia, la pasamos muy bien, al día siguiente decían que habían estado en la “Pavorosa casa de Usher” por aquello de lo viejo y frío del edificio.
La rutina seguía, y seguía, reservar, cotizar… el día de quincena comía en un restaurante también en Niza, de comida china, cuando lo chino no era cosa tan habitual como lo es ahora. Por suerte en aquellos tiempos el alcohol no me agradaba así que con la quincena justo llegaba a la siguiente. En pocas palabras, mi vida era la de un oficinista más. Y ocurrió que un lunes, un lunes que igual lo podemos catalogar de equis, no fue tal, aunque fue un lunes más, un inicio de semana más. Apenas llegué a la oficina cuando sonó el teléfono, era mi mamá. “No me hablaste” fue de entrada lo que me dijo. Lo entendí bien, pues tenía por costumbre hablarle cada semana y la que acababa de pasar no lo hice, por cualquier motivo no lo había hecho. “¿Cómo estás?” fue la pregunta que siguió. Bien, todo bien, todo igual… ¿y tú?
De allí siguió la plática de costumbre, en realidad nada nuevo, lo mismo de mi vida , lo mismo de la suya, pero hablamos y al despedirnos me dijo algo que me dejo pensativo. Me dijo Adiós, cosa que jamás me había dicho y vamos que tenía siete años de hablar con ella cada semana, siempre por teléfono siempre reportándome pues todos sabemos bien que las madres siempre se preocupan por sus hijos y en todo ese montón de conversaciones telefónicas nunca, jamás, me había dicho adiós, siempre concluía la llamada con un “ahí nos vemos”. Pero esa vez me dijo adiós. No entendí, solo me pareció más que curioso, raro. Mi rutina siguió por el resto del día.
Llegó el martes y mi entrada a la oficina, la cual apenas había cruzado cuando la secretaria me hizo la seña de que tenía una llamada, encogí los hombros, quizá recuerdas como era el lenguaje antes, para saber quién nos hablaba y decirle al que contestó el teléfono si estaba o no disponible. Y me hizo la seña (lectura de labios) de C-A-S-A. Me pareció de lo más extraño pues apenas ayer había hablado con ella. Tomé la llamada y no, no era ella, era mi padrino, cosa aún más extraña. ¿Cómo estás? Me preguntó. ¿Cómo te sientes? Fue la segunda pregunta. De inmediato entendí que había algo mal. ¿Qué está pasando por allá? Pregunté. Pues… me respondió y entendí que era algo malo. Entonces pregunté ¿Fue él?.... hubo silencio… luego me dijo: no, no fue él. Mejor vente, agregó. ¿Fue ella? Pregunté. Sí, me respondió. En ese momento sentí un vacío enorme, grande…. Tan grande que no lo he podido llenar aun. Ese “adiós” había sido definitivo.
Por eso odio hablar por teléfono.
Llegó el martes y mi entrada a la oficina, la cual apenas había cruzado cuando la secretaria me hizo la seña de que tenía una llamada, encogí los hombros, quizá recuerdas como era el lenguaje antes, para saber quién nos hablaba y decirle al que contestó el teléfono si estaba o no disponible. Y me hizo la seña (lectura de labios) de C-A-S-A. Me pareció de lo más extraño pues apenas ayer había hablado con ella. Tomé la llamada y no, no era ella, era mi padrino, cosa aún más extraña. ¿Cómo estás? Me preguntó. ¿Cómo te sientes? Fue la segunda pregunta. De inmediato entendí que había algo mal. ¿Qué está pasando por allá? Pregunté. Pues… me respondió y entendí que era algo malo. Entonces pregunté ¿Fue él?.... hubo silencio… luego me dijo: no, no fue él. Mejor vente, agregó. ¿Fue ella? Pregunté. Sí, me respondió. En ese momento sentí un vacío enorme, grande…. Tan grande que no lo he podido llenar aun. Ese “adiós” había sido definitivo.
Por eso odio hablar por teléfono.
Aclaración: Si eres joven, muy joven, tal vez no entiendas el concepto de “caer el veinte”. Pues bien, antes, hace al menos 15 o 20 años, por todos lados, en la calle, había teléfonos públicos, algunos eran un verdadero martirio pues cuando tenías urgencia de hablar, nunca faltaba que o hubiera una larga cola esperando el teléfono, o no tenías la morralla contigo, o no encontrabas un aparato que funcionara. Esos teléfonos funcionaban, hace más tiempo, digamos que 30 años, con veinte centavos, y no tenías opción a cambio ni a otro tipo de moneda que no fuera específicamente una de veinte centavos. Y si no estabas pendiente de meter el veinte en cuanto respondieran, es decir, que no cayera el veinte, no había comunicación y tenías la posibilidad de perder tu moneda. Fue entonces que nació el término “caer el veinte” que era la metáfora para decir “ya te entendí”.
Explicación de fotos:
1.- Calle Hamburgo 69 creo era el número, en ese edificio, segundo piso era en donde trabajaba en 1980. Así se ve actualmente.
2.- Calle Niza, al centro del conjunto estaba un Vip´s, en el edificio del fondo estaban las oficinas corporativas de la transnacional en la que trabajaba, luego se fueron a Patriotismo. Al lado izquierdo estaban mis buenos amigos de Alitalia.
3.- En la pared sur del Vip´s estaba este mural-poema, obra de Matias Goeritz.
4.- Hamburgo y Niza, allí estaba un Samborn´s, ahora está una Farmacia del Ahorro.
5.- El restaurante Luaú al que poquísimas veces me pude dar el gusto de entrar a comer.
6.- Esos eran los departamentos que dieron ser la "pavorosa casa de Usher".
7.- Aquellos teléfonos de alcancía de entonces.
gracias a mi hija por invitarme a leer este blog
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