Hemos ido aprendiendo que, más allá de lo que es el centro de México, el Bajío y un poco más al norte, en el Altiplano, las diferentes tribus que conformaban la Gran Chichimeca, habitaban y fueron las más difíciles de dominar, de hecho, esa especie de confederación nunca llegó a ser dominada del todo pues, más al norte se llegaba (pensando que siempre –igual que hoy- el centro es la ciudad de México) más enfrentamientos había. Así pues, esta vez veremos cómo, una parte de esos chichimecas, los del más al norte de la actual frontera mexicana, resultaron ser los más difíciles de someter y, en realidad nunca llegaron a ser sometidos en lo que fue la existencia de Nueva España pues aun en 1810 hubo participación de Lipanes, Comanches y Apaches en las huestes de Hidalgo y sus seguidores cuando andaban por los rumbos del actual Coahuila, antes de lo ocurrido en Acatita. Veamos ahora algunas prácticas que escandalizaron en su momento y, creo, seguirían escandalizando en nuestros días:
“Entre esas tribus distinguíanse por su bravura los comanches y los apaches, aunque los primeros eran siempre vencedores de los segundos, que por eso los miraban con terror, y sobre estas dos tribus prevalecía la de los guasas, hombres de estatura gigantesca, de extraordinaria fuerza y de increíble ligereza en la carrera. De ellos refieren, entre otras cosas de aquellos tiempos, que alcanzaban un caballo a la carrera y lo detenían y derribaban tomándole por la cola.
En 1750 algunas de esas tribus como los apaches y los comanches usaban los caballos siendo destrísimos jinetes, superiores en mucho a los españoles y criollos. Las numerosas mandas de ganado caballar que poblaban aquellos desiertos sin dueño y sin cuidado, les proporcionaron aquella ventaja; los apaches y los comanches por ese mismo tiempo, además de las flechas y la lanza, se servían también de las armas de fuego, que adquirían fácilmente en los presidios y misiones, ya a cambio de pieles, ya apoderándose de ellas por la fuerza.
Según refiere el mismo padre Santamaría, algunas de esas tribus eran antropófagas, y hace una relación que horroriza del modo con que eran sacrificados los prisioneros: “Para disponer mejor y suavizar la carne de los infelices prisioneros condenados a servir de potaje en las orgías de los comanches, les frotan todo el cuerpo con cardos y pieles humedecidas hasta hacerles verter la sangre por todas partes. Preparando así este manjar tan horrible y más que brutal, se ordenan los danzarines en su fila, y círculo alrededor de la hoguera de sus víctimas. Uno a una y de cuando en cuando, saliéndose del orden del baile, se acercan a los desgraciados prisioneros, y con los dientes les arrancan a pedazos la carne que palpitante aun y medio viva la arriman con los piezas a la lumbre, hasta que dejando de palpitar se medio asan: entonces vuelven a ella para masticarla y echarla a su estómago antropófago, cruel y más que inhumando. Cuidando al mismo tiempo de arrancar los pedazos de las partes más carnosas donde no peligre la vida, como también en no romper al principio ninguna vena de las principales para que no se desangre, para que ya descarnado todo el cuerpo y roído hasta los huesos, se acercan a la víctima los viejos y viejas a roerle con lentitud las entrañas y quitarles la vida. Suelen también dejar para la noche siguiente la consumación de la obra, y entre tanto aplican a los infelices en las heridas y bocados que les han sacado de la carne, carbón molido o ceniza caliente, observándolos de continuo para que no acaben sin que tengan parte en su muerte los viejos y viejas.
Escandón permaneció en Tamaulipas hasta 1749, en que regresó a Querétaro, desde donde dio cuenta al virrey de lo acontecido en su primera expedición. En marzo de 1750 volvió a Tamaulipas y continuó en la empresa de pacificación y fundación hasta 1755, en que se retiró hasta México a dar cuenta personalmente de sus trabajos al virrey, que era ya el marqués de las Amarillas." (1)
Fuente:
1.- Riva Palacio, Vicente. México a través de los siglos. Tomo VII. Editorial Cumbre. México, 1986. p. 121.
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