Recién vimos en este espacio el listado de haciendas propiedad de la Compañía de Jesús en México, notamos que no incluye, por ejemplo la de Arroyozarco en Aculco, Estado de México y la de Ibarra en León, Guanajuato; esto es debido a que la mencionada lista no incluye lo que fue el Fondo Piadoso de las Californias, fundación que se hizo para apoyar la tardía evangelización de la península de Baja California. A continuación lo que el maestro Florescano escribe acerca de las haciendas de los padres de la Compañía en México:
“… los más grandes acaparadores de haciendas fueron los jesuitas. En 1576, cuatro años después de su llegada, dejaron adivinar sus propósitos al adquirir la hacienda de Santa Lucía al norte de México en 17000 pesos con 18 200 cabezas de ganado menor y varios esclavos negros. En 1602 los rebaños de la hacienda habían aumentado a 60 000 cabezas y sus ingresos eran superiores al precio de compra. Un siglo después de su adquisición los límites de su hacienda se extendían desde Pachuca hasta las cercanías del lago de Texcoco. Pero a diferencia de muchos latifundistas que acumulaban tierras por el gusto de “ser dueños de todo”, sin preocuparse de los rendimientos económicos, los hijos de Loyola buscaban ante todo aumentar la riqueza de sus haciendas, desarrollar sus rentas, aumentar sus capitales y multiplicar sus recursos con el objeto de sostener sus colegios y misiones y consolidar el prestigio de la orden.
Para lograr esos propósitos, los jesuitas procuraron organizar racionalmente la explotación de sus haciendas. Por ejemplo, en contra de la tendencia general de cultivar varios productos en una misma hacienda, ellos practicaron la especialización y el cultivo intensivo de los más adecuados a las condiciones del clima y del terreno. Procediendo como verdaderos agrónomos, cuidaron siempre de aplicar las mejores técnicas y de renovar con frecuencia los utensilios de trabajo de sus haciendas. Su afán de obtener los mejores rendimientos los llevó a redactar en varias ocasiones Instrucciones sobre las cosas del campo, con el objeto de que éstas fueran observadas por “los hermanos administradores” en todas sus haciendas. Así, la organización de sus haciendas estaba sometida a una administración rigurosa, que obligaba a cada “hermano administrador” a llevar al día y en orden los siguientes libros: un borrador de “entradas y gastos”; un “libro que llaman de caja”; otro “de las siembras y cosechas”; otro “del asiento de los sirvientes”; un “inventario general de los bienes de la hacienda”; un libro “de las mercedes de tierras y aguas que tiene la hacienda”; otro “de las deudas sueltas en pro y en contra”; y finalmente otro de la “raya de los gañanes o trabajadores libres”.
Con frecuencia esta rigurosa organización interna de las haciendas se completaba con una serie de dispositivos igualmente eficientes que tendían a controlar la circulación de los productos (carros, carretas, atajos de mulas, etcétera,), el comercio y la venta de los mismos en beneficio de la orden. En Sinaloa y Sonora, por ejemplo, las misiones de la Compañía además de ser unidades económicas autosuficientes ejercieron un rígido control sobre la circulación y venta de sus excedentes, lo cual provocó serios problemas con los comerciantes, mineros y colonos españoles.
Junto a esta cuidadosa organización interna, los jesuitas desarrollaron una hábil política de relaciones públicas. Como ninguna de las otras ordenes, la Compañía de Jesús, supo rodearse de acaudalados bienhechores y poderosos protectores. Hombres como el riquísimo minero Alonso de Villaseca, llamado “el Creso de la Nueva España”, o como los opulentos comerciantes Pedro Ruiz de Ahumada, Melchor de Covarrubias y Alonso de Lorenzana, fueron los primeros bienhechores y fundadores de la riqueza inicial de la Compañía. Los jesuitas no olvidaron esa experiencia, pues en los años posteriores fueron constantemente beneficiados por ricos mineros y comerciantes. Además, la sólida disciplina interior de la compañía y la obra que realizaron en sus misiones y colegios, sin duda los centros educativos de más alta jerarquía intelectual de la Nueva España, dotaron a la Compañía de una influencia enorme sobre la élite española y criolla, que se tradujo en numerosos donativos. Además de estos apoyos, los jesuitas recibieron una ayuda preciosa del clero secular. Según Francoise Chevalier, es “verdaderamente impresionante la cantidad de donativos o legados que los jesuitas recibieron de los curas, de los canónigos y de los clérigos, y hasta de prelados o de opulentos cabildos, durante las primeras décadas”.
Fuente:
Florescano, Enrique. Origen y desarrollo de los problemas agrarios de México (1500-1821). Lecturas Mexicanas No. 34. SEP/Era. México, 1986. pp. 61-62
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