Quizá fue una docena de veces las que fui a San Juan de los Lagos acompañando a mi mamá, cuyo catálogo de devociones era amplio pero sólo incluía dos visitas, una a bailarle a San Gonzalo en Salamanca cada 10 de enero, la otra, cada vez que podíamos a ver a la Virgen de San Juan. La ida incluía, luego de la cosa religiosa, un buen atrancón en esas magníficas tortas que sólo en San Juan hacen, los tacos y todas esa fritanguería que las delicias de todo peregrino busca. Y ni que decir de la consecuente compra de recuerdos y dulces de todas las variedades que la tradición mexicana ha producido.
Y e ese ir una y otra vez a San Juan, nunca nos dimos la oportunidad de caminar más allá de la plaza, del atrio y de las calles adyacentes y conocer todo lo demás que el pueblo ofrece, como, para quienes gustamos de visitar templos y gustar y desglosar el arte que allí se encierra, es hasta ahora que conozco los demás templos que hay en San Juan, uno de ellos, este de la Tercera Orden que, siendo un templo de cortas dimensiones, es enormemente bello.
La construcción fue concluida en 1792, pasada la Independencia y todo ese tiempo de sobresaltos y subibajas políticos, para 1850, antes de la proclamación de las Leyes de Reforma, el templo fue remozado con el estilo dominante de la época: Neoclásico con profusa pintura decorativa en sus paredes. El resultado fue un lugar hermoso en verdad, confirmando aquello de que lo bueno viene en pequeño. En las siguientes fotografías podrás comprobar ese delicado trabajo que allí se llevó a cabo.
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