jueves, 18 de octubre de 2018

Pongámonos filosóficos: La inmortalidad del alma


  En la antevíspera del Día de Muertos no está de sobra ponernos de modo filosófico a tratar de entender los conceptos que encierra el acto de morir y, más aún, el acto de trascender. En esta ocasión, apoyados por el Diccionario de Filosofía veamos algo de la inmortalidad.

  “La supervivencia del alma después de la muerte del cuerpo. El problema de la inmortalidad no solo interesa a los filósofos, sino a la humanidad entera, a tal extremo, que junto con el de la existencia de Dios y de los castigos y premios que esperan al hombre “en la otra vida”, forman las cuestiones filosóficas que más han preocupado a sabios e ignorantes. De la respuesta que se dé a ellas, dependerá en gran parte la fisonomía moral e incluso el género de vida, tanto de los individuos como de las colectividades. No quiere decir esto que lo mismo hoy que en tiempos pasados, hagan falta personas de tal manera escépticas, que no reaccionen en forma alguna emotiva ante la incertidumbre de la inmortalidad del alma.

  Los filósofos se encuentran divididos respecto a ella. Los hay que al negar la existencia del alma misma, rechazan consecuentemente la inmortalidad de lo que no existe, pero entre los mismos que admiten la sustancialidad de nuestro yo, no pocos niegan que pueda alegarse a favor de aquella un argumento sólido y convincente.

   Los pensadores espiritualista que dan a la inmortalidad gran importancia metafísica y ética, han elaborado un sistema de prueba que clasifican de la siguiente manera: pruebas morales, pruebas metafísicas, pruebas teológicas y pruebas históricas. Antes de exponer lo más importante respecto de ellas, cabe mencionar las diversas maneras como, según algunos teólogos, puede concebirse la inmortalidad del alma. Son tres: la esencial, la natural y la gratuita. La primera es aquella que procede de la esencia del alma, en forma tal que en ningún caso y por ningún acto de potencia, el alma dejaría de ser inmortal. Así considerada, es un tributo que solo puede predicarse del Ser divino que no ha tenido principio y nunca tendrá fin. Por tanto, el alma humana no es inmortal por esencia. Dios, mediante un acto de su omnipotencia, podría aniquilarla.

  La inmortalidad natural es la que deriva de la naturaleza, no de la esencia de nuestro yo, o sea la que es conforme a las leyes de la naturaleza, según las cuales en el compuesto humano, de espíritu y materia, el cuerpo es perecedero, pero el alma es inmortal.

  Por último llaman gratuita a la inmortalidad que Dios otorgaría a un ser que, por su naturaleza, fuese mortal, no obstante lo cual, por el poder divino gozase de la inmortalidad.

  El argumento metafísico consiste en sostener que el alma humana en atención a su naturaleza es inmortal, porque ninguna de las causas que producen la destrucción del ser puede producirla en ella. Se dice que los seres son perecederos por desintegración de sus partes, lo que no es posible suceda en el alma, cuenta habida de que es una e indivisible. No está formada de partes, y al no estarlo, dicha causa no opera en ella. Se alega en segundo lugar, que la separación del alma del cuerpo al cual informa y hace subsistir, tampoco puede aniquilarla porque la destrucción absoluta no se da jamás en la naturaleza como lo demuestra la ley de la conservación de la energía corroborada ampliamente por las ciencias. Cierto que Dios mediante un acto de su poder infinito podría aniquilar el alma humana, pero no es éste su designio desde el momento en que la ha creado naturalmente inmortal, y sería necesario un milagro, algo contrario a las mismas leyes establecidas por Dios, para poner término a la inmortalidad de nuestro yo.

  “Siendo el alma una entidad indestructible naturalmente, lo es también en su actividad vital y, por tanto, en su conciencia personal”. Esta tesis echa por tierra la concepción panteísta de la inmortalidad que niega que subsista después de la muerte la conciencia del yo y los fenómenos psíquicos de orden superior, como son la inteligencia y la voluntad. En la Enciclopedia Espasa se sostiene que dichos fenómenos son independientes del cuerpo, lo que resulta del todo contrario a los datos suministrados por la experiencia. De allí se concluye que el “alma podrá reconocerse intuitivamente después de la muerte”.

Fuente:

Pallares, Eduardo. Diccionario de Filosofía. Editorial Porrúa. México, 1964. p. 333

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