Fueron los franciscanos la primera orden religiosa en llegar a lo que luego se llamó México, siguieron los dominicos y vendrían luego los agustinos. Es de ellos, los de San Agustín, de quienes hablaremos el día de hoy. Seguro que has andado por la calle de República de Uruguay en el centro histórico de la Ciudad de México. Y más que "hablar" leeremos lo escrito por dos grande plumas para enterarnos de como fue esa llegada y desarrollo en la ciudad.
Calle de San Agustín. Del nombre del convento de San Agustín y de su iglesia anexa, tomaron nombre las cuatro calles que la circundan, con las diferencias que vamos á señalar. Se llama simplemente calle de San Agustín la que corre de Oriente á Poniente al Norte de dicho convento; comienza en la esquina de la segunda de la Monterilla y concluye en la del Ángel. Ocioso es decir que el nombre de esta calle es antiquísimo y que no ha tenido otro, siendo como es ese convento de los primeros que se fundaron en la ciudad de México, pues podemos contar el establecimiento de los religiosos agustinos en este sitio desde el día 28 de Agosto de 1541, en que por ser la fiesta de su santo patrón, puso la primera piedra de su iglesia allí el Virrey D. Antonio de Mendoza. Desde aquellos remotos tiempos hasta el año 1861, que fueron exclaustrados los religiosos todos de la República, y éstos por consecuencia, no tuvo esta calle casas más que en el lado del Norte; ocupaban el lado opuesto, y aun toda la manzana, el convento y la iglesia. (1)
El convento de san Agustín era quizá el segundo de América. Su alfarje de oro y sus altares se destruyeron en el incendio de 1676, pero en 1687, once años después, surgió de las cenizas un nuevo templo. El retablo mayor fue labrado por Tomás Suárez y dorado y estofado por los maestros doradores y pintores Simón y Nicolás de Espinosa, quienes poblaron de ángeles y fantasías hasta la cúpula central y la linternilla.
Su virgen de la Paz tenía no solo un trono de plata, sino un manto de raso carmesí bordado de florones de oro y de 63 000 perlas; otro manto de seda azul era como el de raso y la virgen lucía en su pecho una joya de diamantes y esmeraldas.
Los claustros eran extraordinarios, como también la biblioteca y la sillería del coro, obra maestra labrada en nogal con escenas del antiguo testamento por el maestro y entallador Salvador Ocampo. Todo este conjunto, a excepción de la iglesia, se destruyó para vender lotes de terreno donde se construyeron casas insignificantes. La sillería desarmada se arrumbó, hasta que muchos años después Gabino Barreda, director de la escuela preparatoria rescato 143 sillas hoy orgullo de la sala ceremonial llamada el Generalito.
Entre los libros de horas canónicas figuraba el del Oficio de Difuntos pintado con calaveras y motivos funerarios por un padre agustino, obra de arte mexicano única en su género. La biblioteca agustina – dice rivera cambas- quedó ligeramente abandonada, las puertas abiertas y los libros y manuscritos a merced de quien quisiera llevárselos. Multitud de libros destrozados y esparcidos por claustros y celdas, otros tirados por el suelo en el más completo desorden el claustro ruinoso se convirtió en muladar, el atrio en una cloaca, y los altares desaparecieron. (2)
"Bien que los PP. Agustinos nunca vendieron parte alguna de este convento, ni edificaron casas para vivienda en lo mucho que les sobraba de él cuando disminuyó su número, sí alquilaron, por no tenerlos vacíos y por sacar algún provecho, dos grandes patios, que daban hacia esta calle, abriéndoles puertas de comunicación exterior, y cerrando las de la interior. En estos patios se pusieron establecimientos que exigen más amplitud que comodidad, como bodegas, pensiones de caballos, coches ó carros. La extensión de estos patios se prestaba á poner en ellos varias cosas juntamente; y en el que estaba hacia la mitad de la calle vino á poner un circo el año 1862 un extranjero llamado José Chiarini, para presentar al público una compañía ecuestre con que ganaba la vida.
En cuanto á ejercicios meramente ecuestres habíamos visto ya la compañía de Leyson, que era mejor; pero este empresario añadió á la suya, que era muy buena, otros-ejercicios de destreza y fuerza, que no se habían visto antes aquí, realzando el todo la decencia, el lujo y magnificencia con que supo presentarla, cosa en que después ninguno le ha igualado, y menos excedido. Algunos meses permaneció trabajando con gran provecho; pero el público, que había formado su gusto en los tiempos prósperos de nuestro teatro y que se hallaba bastante ilustrado, daba marcada preferencia á la comedia sobre este espectáculo monótono y dedicado puramente á los sentidos. No faltaba concurrencia bastante para dejar buenas utilidades; mas no las que el empresario apetecía, y las que al principio tuvo por efecto de la novedad, y dio fin á la diversión.
Al retirarse Chiarini dejó el circo bastante maltratado, y acaso por no gastar en deshacerle; el arrendatario del corral, que le subarrendó á éste aquel sitio, con cuadras para sus caballos y cuartos para sus útiles, aprovechó el circo como bodega, y allí guardaron petróleo y algodón; inadvertencia grande que dio funesto resultado, pues entre ocho y nueve de la noche del día 22 de Marzo de 1866, sin saberse cómo, ni cómo no, se declaró fuego en aquellas materias, que encerradas en un circuito de madera muy seca y vieja hizo las veces de una gran lámpara, que iluminó, sin hipérbole, más de medio perímetro de la ciudad. Se acostumbraba todavía entonces tocar á fuego con las campanas; en San Agustín se dio el toque de alarma, á que contestaron las demás iglesias, y viendo desde lo alto de los campanarios la intensidad de aquella llama, doblaban sus esfuerzos los campaneros, y no cesaban de tocar, produciendo espanto y confusión en la mayoría de los vecinos que desde balcones y azoteas veían la claridad de la luz y oían los tañidos incesantes. Noche fatal que no podríamos pintar aunque quisiéramos. Felizmente no hubo relación entre la voracidad del fuego y sus estragos: ninguna persona pereció, y como el circo se encontraba lejos de los muros, ni el edificio padeció gran cosa; las pérdidas consistieron en el valor del petróleo y del algodón, y en el pequeñísimo del, circo, que no debemos contar.
Cuando esto acaeció aún no había casas en ese lado de la calle, pues aunque los religiosos habían sido exclaustrados desde el año 1861, por causas qué no es fácil señalar, este convento, y principalmente por esta calle, ha sido uno de los que con más lentitud han ido perdiendo su forma primitiva; mas al fin poco á poco ha ido poblándose de amplias y hermosas casas, que han hecho olvidar el triste aspecto de las elevadas tapias del convento.
En una de estas casas nuevas, la núm. 15, se fundó el año 1882 un establecimiento de crédito llamado Banco Mercantil Mexicano, que nació á consecuencia de haberse fundado en principios del año anterior el Banco Nacional Mexicano, con autorización del Gobierno. (3)
Para leer más sobre el templo de San Agustín de México, entra aquí.
Para leer sobre la restauración del templo a cargo de la UNAM, entra aquí.
Fuentes:
1.- Marroquí, José María. La Ciudad de México. Tomo II. Tip. y Lit. La Europea, México, 1900. p.211
2.- Benítez, Fernando. El libro de los desastres. Ediciones Era, México 1988. pp. 69-70
3.- Marroquí, José María. La Ciudad de México. Tomo II. Tip. y Lit. La Europea, México, 1900. pp.212-217.
Hola, Benjamín. Un comentario: el Hospicio de Santo Tomás de Villanueva (que ahora será museo de la colección del empresario Antonio del Valle), del que pones una foto, sí era de los agustinos pero de otra rama de ellos: los agustinos recoletos. Éstos no tenían propiamente convento en la ciudad de México, sino casas y hospicios que les servían de estancia y descanso en su camino a Filipinas, donde realizaban su trabajo misionero. Hay otra casa en la calle de Guatemala que también les perteneció. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias por los datos, siempre enriquecedores.
EliminarBUENAS TARDES!
ResponderEliminar¿TIENE USTED TWITTER?
No, pero en Facebook me encuentras como El Bable de Benjamín Arredondo.
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