El plano que vemos ahora fue elaborado en 1865, tiempos de Maximiliano, marqué con amarillo la calle que me interesa, que es la de Capuchinas, a su derecha la de San Bernardo y a la izquierda la de Cadena. En el siguiente plano vemos la zona en 1899, tiempo en el que se pretendió darle nombre de Calles y Avenidas con números y rumbos, como en Puebla. Así la de Capuchinas era la Avenida 8 Oriente y quedaba limitada con las Calles Sur 3 (Calle del Ángel) y Sur 5 (Calle de Monterilla). En los albores del siglo XX la zona era ya la Financiera de la ciudad, en esa que fue la Calle de Capuchinas para luego ser la Avenida 8 y después quedar como Venustiano Carranza se localizaban las sedes del Banco Nacional Mexicano, del Banco de Londres y México y el Banco Central Mexicano y, en el siguiente tramo, ya con el nombre de Cadena, estaba la casa de don Porfirio Díaz, en el número 8. Vemos que la calle seguía siendo de las más importantes de la ciudad. La duda surge con la razón del nombre, del nombre original de la calle. La lógica virreinal nos dice que ahí se construyó un convento y su respectivo templo, el de las monjas capuchinas. Si nos vamos al nombre original, el que se le dio cuando se hizo la primera traza de la ciudad, este fue el de calle de La Celada.
“El monasterio de las Capuchinas estuvo en la que es ahora calle última de Venustiano Carranza y fue derrumbado en 1861 para abrir ¡un tramo! De la calle de Palma. Pero hay abundantes noticias de ella, en el libro Trono mexicano, de Ignacio Peña, publicado en Madrid en 1728. Ocupaba el convento el corazón de la manzana, con su iglesia de oriente a poniente, que fue construida en 1673. Sus portadas eran sencillas, de orden dórico, pero de diferentes tamaños. La mayor ostentaba un alto relieve con san Felipe de Jesús crucificado. En 1756 se le añadieron magníficos estípites, los primeros que se hicieron exentos en la ciudad.
Su techo, por gracioso arcaísmo era aun de artesonado, “obrado de moldura y talla y, por la parte cóncava, bajan las molduras, guardando sus ochavos a recibir en el centro una bandeja ondeada, siguiendo por la parte convexa las dichas molduras; fórmanse entre los artesones unos cuadrángulos con florecillas colgantes y a todo relieve, todo orlado con la cuerda de San Francisco, doradas las bandejas de los centros, con fondos de azul; en los cuadros que dividen las partes de que se compone el templo se forma el arrocabe que sobre sí reside el techo, con sus molduras doradas y en su medio un romano foliado de troncos y cortezas que atan a trechos unas tarjas en que se copian a tributos e insignias cuyos coloridos acreditan los primores del pincel…"
El coro bajo, en el presbiterio, llevaba su doble reja de púas y su cratícula, “en forma de nicho, en donde puede entrar el sacerdote”, como sea había hecho en San Jerónimo. Tenía el coro su abanico o “rayo” de pobre hojalata, pero con un Cristo de tamaño natural en el centro y dos pinturas.
El retablo era de orden corintio, con las columnas a tercios. El sagrario era un primor con diez pelícanos que sostenían columnillas y luego una concha de espejos. En el centro del retablo un altorrelieve estofado de San Felipe de Jesús. En el remate “cuatro estípites” que debieron ser cariátides. El claustro era de cuatro arcos por lado, sobre pilastras cuadradas y su pila ochavada en el centro. En la portería iba el locutorio, con sus rejas de púas. Y todo quedó, como dice Peña, “con las tres calidades que deben tener estos edificios: utilidad, firmeza y hermosura”. (1)
De la Maza Francisco. La ciudad de México en el siglo XVII. Lecturas Mexicanas 95. FCE. México 1985. México, pp. 51-53
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