domingo, 21 de abril de 2019

El desaparecido templo y convento de San Camilo en la Ciudad de México

  Hay un punto, en el centro histórico de CDMX, el que está hacia el sur-oriente, conformado por la cuadra (manzana) que limita el norte con la calle de Regina, al sur con la de San Jerónimo, al oriente Correo Mayor y al poniente Pino Suárez. Esto queda dentro de aquello que se llamó Zoquiapan, parte sur oriente. Si has andado por ahí de seguro has visto una construcción bastante larga en la que se aprecia claramente  lo que es el hundimiento de la ciudad. Se trata de los vestigios del convento de los padres camilos, una de las órdenes religiosa hospitalarias que se establecieron en la Nueva España: 

  Dos calles conoce el público con este nombre: la una situada de Norte á Sur, en seguida de la de los Migueles, y desemboca en la plazuela de San Pablo; la otra forma ángulo con ésta; se halla de Poniente á Oriente, después de la de San Felipe de Jesús y antes de la de la Cruz Verde, comprendiendo en el seno del ángulo que forman el convento de San Camilo, de donde tomaron su nombre para el público; y decimos que para él, porque en los planos antiguos, de 1793 y 1830 la segunda de estas dos calles es llamada del Corazón de Jesús, en razón de que la iglesia conocida vulgarmente por de San Camilo fue fundada y dedicada bajo esta advocación; en su puerta había un azulejo que decía: "Iglesia del Corazón de Jesús, " y en la puerta contigua otro en que se leía: "Convento de San Camilo, " á pesar de lo cual el público no hizo jamás semejante distinción. Hay más, en las esquinas de la calle estaba escrito el propio nombre, y le han conservado los planos modernos, por imitación de los antiguos, y no dándose por vencidos los vecinos, llaman y llamarán la calle de San Camilo.

   Debióse la introducción de los religiosos camilos en México, á dos hermanos, Doña María Teresa de Medina y Saravia, viuda del Lic. D. Manuel Suárez Muñiz, del Orden de Calatrava, Alcalde del Crimen, más antiguo y jubilado, y D. Felipe Cayetano de Medina y Saravia, Regidor perpetuo de la ciudad de México. Murió Doña Teresa el día 3 de Agosto de 1746, dejando por albacea, tenedor de bienes y único heredero, á su hermano D. Felipe. Dispuso entre otras cosas, que conservara su hermano en depósito, sin causar réditos, treinta mil pesos, para que, si hubiese modo de traer la Religión de los Agonizantes, se ayudase á su establecimiento con esa cantidad; y si pasados diez años no la hubiere, se destinaran dichos treinta mil pesos á otra obra pía, que dispusieran sus albaceas. Terminada la testamentaria en menos de dos años, y cumplidas todas las disposiciones de la testadora, sólo restaba la relativa á los Agonizantes, cuyo cumplimiento dependía de que alguien promoviera su venida.

   El hermano de la difunta, piadoso de suyo, queriendo que se llevase adelante un pensamiento tan benéfico para los pobres y por cuya realización había anhelado tanto, sin titubear acometió por si la empresa, y al efecto, el 20 de Mayo de 1748 se presentó á la Audiencia por escrito, firmado de su apoderado, D. Juan Antonio Cervantes, patrocinado por el Lic. Baltasar Rodríguez Medrano, proponiendo la fundación, para la cual destinaba de su propio caudal cincuenta mil pesos, que sirvieran de dotación á los religiosos, y los treinta mil de su hermana con destino á la iglesia y convento, ofreciendo, además, traer á su costa ocho ó doce sacerdotes, según se creyera conveniente, asegurando con hipotecas suficientes las cantidades dichas. Fueron condiciones de la fundación que había de hacerse en la ciudad de México, de clérigos regulares Ministros de los Agonizantes de San Camilo de Lelis, y en el caso de llevarse al cabo debía ser con el título del Sagrado Corazón de Jesús; si la fundación no se realizaba, quedaría extinguida la obligación hipotecaria, y libre D. Cayetano Medina por sí y por su hermana, para disponer de los ochenta mil pesos, sin que pudieran aplicarse á otro destino, ni aun de obra piadosa.

   De los cinco religiosos que por disposición de D. Fernando VI habían de venir, tres quedaron en España con pasaje pagado; mas como los albaceas y herederos de D. Cayetano estuvieron conformes en que se trajeran los ocho prometidos, D. Juan María Medina, que aún se encontraba allá, arregló con el General de la Religión la venida de los tres restantes, para lo cual se situaron los fondos suficientes, y con los ocho comenzó la casa de México. 

   En tanto que se daban aquí los primeros pasos en este negocio, el Dr. D. Francisco Rodríguez Navarijo, Maestrescuela de la Catedral Metropolitana, cura que había sido de la parroquia de la Santa Veracruz, hizo en ella la fundación piadosa de un Ministro de Agonizantes, con el capital de cuatro mil pesos, por escritura de 29 de Marzo de 1748, ante el Escribano Real Juan Antonio de Arroyo. Instituyó patrono de esta fundación, para después de sus días, á la Ilustre Congregación de la Buena Muerte, fundada en la iglesia de la Casa Profesa de la Compañía de Jesús, mientras se llevaba á efecto la fundación ya iniciada de la religión de Agonizante s de San Camilo de Lelis, en la cual había de recaer el patronato perpetua y definitivamente, si llegaba á fundarse.

   Aunque la mente del Sr. Navarijo fue proporcionar consuelo espiritual á los moribundos de su antigua feligresía, siendo su territorio entonces dilatadísimo, no era fácil extender el bien á todo él, y señaló límites, pasados los cuales el Ministro no estaba obligado á la asistencia de los enfermos, por razón del beneficio, dejándole libertad para asistirlos si podía y quería, sin perjuicio de su obligación, así como también limitó ésta al día, excusando al Capellán la grave molestia de levantarse y desvelarse. Estos límites fueron: "Desde el puente ó paraje que llaman del Salto del Agua de Bethlén hasta el barrio de Santa María, por el lado que corresponde á la parroquia de la Santa Iglesia Catedral; y desde allí hasta el Colegio de San Fernando; y desde esta situación á su correspondencia hasta el colegio de niñas doncellas, título de S. S. Miguel Ntro. Amo, que vulgarmente llaman de "Bethlén, á rematar y terminar en el mismo Salto del Agua".

   Nunca fue muy numerosa en México la religión de los camilos; poco excedió de los ocho, acaso jamás pasó de siete sacerdotes, con algunos legos, lo que probablemente dependía tanto del triste ejercicio de su ministerio, como de la severidad de sus Constituciones, pues aunque su regla era la de San Agustín, el fundador le añadió, para el servicio de los agonizantes y de los hospitales, reglas secundarias, prolijas y rigurosas. En las Constituciones, que fueron aprobadas por el Sr. Gregorio XIV, en 15 de Octubre de 1591, después de los tres votos comunes de vivir sin propio, en obediencia y castidad, se encuentra el cuarto de asistir á los enfermos, aun á los apestados; y en las reglas otros cuatro votos secundarios; pero siempre votos, que eran: el primero, de observar las Constituciones y Reglas en todas sus partes; el segundo, de no admitir ninguna dignidad, ni aun eclesiástica; el tercero, de denunciar ante el Prelado á cualquier hermano que la admitiera, ó que la solicitara, y el cuarto, de no tener dominio directo en ningún hospital. Atenta la fragilidad humana, estableció el Santo que los votos no fuesen perpetuos sino temporales, y cada año los renovaban el día de la Purísima Concepción de María, en recuerdo de que en tal día, el año 1591, hicieron los fundadores su primera profesión solemne.

   Coetáneo San Camilo de San Felipe Neri, y confesado suyo, adoptó en su fundación, como en la de San Felipe, las conferencias mensuales que habían de tener sus regulares sobre ceremonias de la misa, y otras espirituales, para utilidad de las almas, que eran cada semana. Les exigía abnegación tan completa de su voluntad, que no la tenían ni para auxiliar á un moribundo, sin licencia previa de su Prelado, y así en lo demás.

   Inflamado de amor al prójimo, el Santo Fundador impuso á sus religiosos el precepto de asistir á los enfermos, con suma caridad cristiana, atendiendo no sólo á su espíritu, sino también á las necesidades de su cuerpo, dándoles reglas para servirlos, para asearles la cama, calentarles los pies y limpiarles la boca, preceptuando que se les hable en voz baja y con prudencia, para no molestarlos ni afligirlos; conjunto que claramente indica cuánto era el espíritu de caridad que animaba á San Camilo; y aunque estas prevenciones fueron dictadas para el servicio de los hospitales, no pocas veces se encontraban los Ministros con ocasión de aplicarlas en casas de particulares, con grande alivio de los agonizantes y consuelo de sus deudos, á quienes no molestaban en cosa alguna, pues les estaba vedado comer y aun beber en las casas de los moribundos que asistían.

   En cada casa de la Religión había de decirse una misa rezada al principio de cada mes, por el bien de los moribundos, é igualmente en cada casa de la Orden se celebraba anualmente, un día después del de la Purificación de Nuestra Señora, un sufragio general con la solemnidad posible, por los que murieron con la asistencia de sus religiosos.

   Vestían éstos de negro, los hábitos clericales comunes, sotana y manteo, con una cruz de paño rojo en el lado izquierdo sobre la una y el otro; que fue la cruz con que la madre de San Camilo le soñó cuando le tenía en el vientre, seguido de otros, que también la llevaban; señal siniestramente por ella interpretada, pues aunque su hijo tuvo una vida azaros a y disipada, volvió al buen camino, como el Hijo Pródigo volvió á la casa paterna. Llevaban siempre consigo una imagen de Jesucristo de bronce, igual á la que dio el Sr. Navarijo á su Capellán, y la llamaban de la Buena Muerte; tenían, además, concedida una indulgencia especial, llamada del Santo Cristo, que aplicaban en el último trance, con la particularidad de poder ser aplicada al mismo sujeto varias veces. Para la mayor oportunidad de sus servicios, les era permitido andar en mula, que siempre era negra.

   No dilató mucho en realizarse lo anunciado por el Lic. D. Baltasar Rodríguez Medrano, fundado en la munificencia de los mexicanos, pues á más de la fundación del Sr. Navarijo, que aunque corta, incluía la subsistencia de un ministro, recibió esta comunidad un legado que le dejó D. José Lanzagorta, estimado en cerca de quinientos mil pesos. Consistía principalmente en la gran hacienda de San Francisco Cuerámaro, en jurisdicción de la villa de León, y en otros bienes con que adquirieron un rancho llamado Tecuaque, en jurisdicción de Texcoco, rancho de corta labor, pero con un buen olivar bastante productivo. Tiene sus tierras esta heredad en una pendiente, aunque suave, casi todas, y para regar las del plano, hizo arriba el P. Diego Martín de Moya un estanque muy espacioso en sus tres dimensiones, de cal y canto, donde recoger las aguas, que le costó no poco dinero. 

   Rencillas de claustro, puestas en conocimiento de D. Carlos III por el señor Arzobispo , en carta de 26 de Junio de 1768, determinaron á Su Majestad á manda r al mismo señor Arzobispo que visitara el convento y reformara lo que mereciese enmienda.  En el curso de la visita se averiguó también que la hacienda de Cuerámaro no daba los productos que debía, tal vez por descuido en su administración, pues se supo que no había caja ni contabilidad razonada, defectos que se corrigieron siendo Prefecto el P. Ildefonso Arroyo. De estas dos causas resultó que la comunidad de los Agonizantes nunca fuese en México ni numerosa ni rica; hasta que concluyó el gobierno virreinal: en el de la República, el año 1825, tenía nueve individuos.

   El 26 de Diciembre de 1827 se dio la ley que mandaba salir del territorio de la República á los españoles en él residentes, acordando algunas excepciones; cinco Camilos había peninsulares, que eran: los P P . Manuel Pereira, Julián López, Bruno Calvo, Juan José Martínez y el lego Blas Peydro, á todos los cuales, con excepción del P. Julián López , les dio su pasaporte el Gobernador del Distrito Federal. El P. Manuel Pereira ocurrió al Gobierno con fecha 6 de Febrero de 1828, solicitando un mes de licencia para salir de México, gracia que se le concedió por acuerdo del día 27, con calidad de que el mes se contara desde el día 6, en que la pidió. Creemos, sin embargo, que ninguno llegó á salir, ó á lo más uno. 

   Para su recreo pusieron los PP. Camilos un juego de pelota tras de las casas números, 2 y 3 de la calle del Corazón de Jesús, que eran suyas, al cual muchas personas particulares solicitaban entrar, huyendo de los desórdenes que frecuentemente ocurrían en el juego común, y de los ultrajes á que estaban expuestos concurriendo a él. El señor Arzobispo, á quien acudieron los religiosos en demanda de este permiso, consultó sobre ello al Virrey, D. Bernardo Gálvez, quien pasó la consulta al Fiscal de lo civil. Murió el Virrey antes de que respondiera el Fiscal; gobernó la Audiencia cinco meses sin que se diera paso en este asunto, entrando después el Sr. Haro á gobernar como Virrey. Oídos entonces los pareceres del Fiscal y del Asesor General del virreinato, que fueron favorables, por decreto de 1 de Julio de 1787, concedió la licencia, imponiendo las condiciones de que no entrase persona que no fuese decente, y de que las que entrasen diesen cada una por vía de limosna, medio real, para que se pagasen los dependientes precisos  y el sobrante fuese á beneficio del Hospital de San Andrés. Dio cuenta al Rey el Sr. Haro con esta su disposición y D. Carlos III se dignó aprobarla por cédula dada en Aranjuez á 14 de Marzo de 1788. Cuando esta cédula llegó aquí, gobernaba ya D. Manuel Antonio Flores, quien por decreto de 9 de Julio mandó que se guardara y cumpliera.

 No fue este convento muy inferior á otros en extensión material; pero sí en disposición y gusto: todo en él atestigua que faltó diligencia y voluntad en quien le hizo, no habiendo faltado dinero á los Camilos, como no les faltó; tuvieron á su disposición casi la mitad de la manzana, y en ella hicieron un convento que dejaron sin concluir, una pobre iglesia, tras ella un camposanto para sus sepulcros, una mediana huerta con algunos frutales, y cuadras y corrales para las mulas de silla y para los animales que venían de las haciendas. Estas eran tres el año 1825, las dos de Tecuaque y Cuerámaro y otra cuyo nombre y situación no sabemos. Poseían, además, ese mismo año, seis fincas urbanas, diez mil pesos en la consolidación y cuatro mil impuestos corrientes. Diversos cambios se fueron efectuando en este haber, por manera que en los días de la desamortización eran dueños de doce fincas urbanas, todas en derredor de su convento, valiosas en 76,519 pesos, y acaso algunos capitales impuestos.

   Una de estas doce fincas era un establecimiento de baños fríos de natación para personas, con grandes estanques para caballos, dispuesto por D. Miguel Corral y Miñón, á quien arrrendaron los PP. con ese destino los corrales, de que no tenían y a necesidad, puesto que no conservaban las haciendas. Todas estas fincas fueron adjudicadas en virtud de la ley de 25 de Junio de 1856 por 64,000 pesos á D. Miguel Corral, que parece que por contrato anterior con los PP. las administraba como arrendatario por una cantidad fija, libre de quiebras.

   El Sr. Coronel Cid y León, poco antes de finalizar el año 1886 hizo en una parte del edificio del Baño de San Camilo un teatrito á que dio el nombre de Angela Peralta. Aunque pequeño el teatro, no carecía de belleza y comodidad; la Sociedad Angela Peralta le estrenó la noche del día 18 de Diciembre de 1886, con la "primera función del tercer año de existencia social. "Tuvo dos partes la función: la primera un concierto compuesto de seis números; la segunda de comedia: se representaron dos piezas: la una en dos actos, obra de D. Eusebio Blasco, titulada: "No la hagas y no la temas, "la otra en un acto y en verso, original de D. Miguel Echegaray, "Champagne Frappé", desempeñadas por miembros de la Sociedad. Con anticipación distribuyeron esquelas de convite firmadas por D. Miguel Cid y León, dueño del teatro, y por D. Vicente Gómez Parada, Presidente de la Sociedad, y D. I. Pañis, su Secretario. Después siguieron dándose allí funciones de zarzuela, como de empresa particular. Este teatro fue el primero alumbrado con luz eléctrica, puesta por la casa de los Sres. Aguirre Hermanos, empresaria de este ramo.  






Fuente:

Marroquí, José María. La Ciudad de México. Tomo I. México, 1900. pp. 39-49

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