No sé la fecha exacta, lo que recuerdo perfectamente es que fue un domingo, días que siempre he considerado más que nostálgicos, deprimentes. Quizá fue cuando tenía 12 o 13 años, lo cual quiere decir que fue en 1967 o 1968. Ese domingo no me quise integrar a la salida que harían algunos miembros de mi familia, ese día quería estar solo y hacer en solitario mi domingo. Decidí caminar a cerro Gordo, en realidad lo había planeado desde una noche antes. Ya había sacado (robado) una lata de atún de la alacena, tuve la precaución de llevar el abrelatas pues en ese entonces no eran "abrefácil" como lo son ahora, quizá incluí una coca, (en mi casa había un cuarto en donde se almacenaban esas bebidas, al grado tal que lo conocíamos como "el cuarto de las cocas"). Fue cosa de esperar a que todos se fueran para enfilar, por la Faja de Oro (nombre de una calle), rumbo al cerro Gordo.
El camino a seguir sabía bien cual era. El móvil ese leitmotiv era, simplemente, caminar. De Cerrogordo no sabía nada (ojo, en Salamanca una cosa es el cerro Gordo y otra Cerrogordo, la primera es el cerro en sí, la otra es la hacienda que hay a sus faldas). Serán unos 7 u 8 kilómetros los que separan a Cerrogordo de Salamanca, quizá un poco más, no lo sé, pero esa mañana yo enfilé, para pasar primero por digamos que un "filtro" pues había (y lo sigue habiendo) un puesto militar, ese que se puso desde la construcción de la Refinería, justo a un lado de los quemadores, tiempo en que esos quemadores estaba a nivel del suelo y que aproximarse a ellos, especialmente de noche, era como aproximarse al infierno en el sentido meramente literario de como nos han descrito a ese mítico sitio. El soldado me detuvo, y me preguntó que qué era lo que llevaba allí. Una lata de atún, le dije y se la mostré, seguí mi camino. Seguramente mis ojos se comenzaron a llenar de los coloridos paisajes, seguramente mis oídos se llenaron de los sonidos que solamente el campo, en domingo, en solitario, producen. Caminé, caminé y seguí caminando. Llegué a la falda del cerro.
Exageraría al decir en qué mes ocurrió esto. Presumo fue en mayo, como ahora, cuando el clima es benigno y difícilmente llueve. Era el tiempo que Cerrogordo era una comunidad reducida, el Canal de Coria ya estaba, eso lo sé ahora, pues entonces ni recuerdo si pasé por ahí o cómo fue que lo crucé, el caso es que subí al cerro. Tampoco sabía que allí había vestigios prehispánicos, mi leitmotiv (insisto en la palabra) era subir al cerro y ver, desde arriba y de lejos a Salamanca. Subí, quizá lo hice hasta lo más alto, me senté no sé cuánto tiempo y desde allá observe lo que era esto de acá. Lo más seguro es que ya eran entre las 12:30 y la 1, así que abrí mi lata de atún y lo comí. Seguí observando y, más aun, seguí disfrutando de la soledad.
No recuerdo más. Lo único que podría afirmar es que, allá arriba, solo, con el viento, con la inmensidad en rededor, con los colores, con los olores, con todo eso que es (que era) el campo, la pasé muy bien. Regresé por el mismo camino, sin sobresaltos, simplemente satisfecho de haber logrado el objetivo de subir al cerro y de ver lo que desde allá se ve. Fue entonces que me di cuenta que los caminos se pueden andar, y que cuando se andan, se caminan a pie, es cuando se pueden apreciar mejor; es cuando el entorno en el que nos tocó vivir se comienza a disfrutar y, más aun , a entender.
Tendrían que pasar varios años, que, ahora que los veo a distancia, no fueron tantos, pues solo fueron cinco, cuando me encontré con pasaporte a la mano, con dinero en la bolsa, con pocos años encima y con muchas ganas de andar por más caminos y conocer más cosas y esa vez, la meta fue a distancia, pues llegué a San José de Costa Rica, pero, como dice la nana Pancha, esa es otra historia, quizá algún día te la cuente, lo que hoy me motiva a compartir esta vivencia es la pregunta que me hacen continuamente, esa de que por qué me muevo tanto, pero más aun, decirte cuando fue que todo esto comenzó.
Creo sale de sobra decir, pero igual lo anoto, que todas las fotografías que acompañan a este "post" o entrada, reflejan, en el horizonte al cerro Gordo, ese que fue la primera meta que me tracé y a la que con facilidad llegué hace ya muchos años y si hago toda la reflexión es porque en estos días se me agolpa la idea de que estoy en las vísperas de cumplir 60 años y junto a esa idea se me agolpa, de la mano, lo que en todo ese montón de tiempo he hecho. Creo me entenderás.
Aclaro que ese no es auto mío, es uno que iba pasando en el momento que tomé la fotografía, por los rumbos de Oteros. Yo siempre ando a pie.
Gracias por compartir ese momento amigo Benjamín. En mi opinión los momentos en solitario son para disfrutarlos, para echar a andar la maquinaria en modo semiautomático, sin presiones ni urgencias.
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