lunes, 23 de noviembre de 2015

De cuando la Nao de China es autorizada a llegar a Los Cabos.

   Se antoja curioso, amén de interesante, darnos cuenta de que los principales centros turísticos de playa en México son precisamente los lugares que guardan una profunda historia que, tal vez opacada por la oferta de servicios y por la belleza natural que racionalmente –en teoría- se explota en esos lugares que, cuando encontramos datos que nos revelan no que eran esos sitios hace algunos siglos, el panorama que se presenta es otro, como es el caso de lo que ahora nos ocupa, un concepto casi mítico que es lo que conocemos por Nao de China, que ni era Nao ni venía de China, sino que era un Galeón que venía de Filipinas. De las Islas Filipinas que fueron en su momento la parte más oriental de la Nueva España.

   La misión jesuita de San José del Cabo fue fundada en abril de 1730, antes de eso la región era conocida, especialmente por cartógrafos y navegantes pues el Cabo de San Lucas era punto referencial. Desconozco si antes de 1733 la Nao hacía escala en “el río de San José” o “Bahía de San Bernabé” o “Aguada Segura” como se le conocía a lo que hoy llamamos San José del Cabo. Creo que sí, pero documento que lo autentifique no lo he leído aun, y es este de 1733 el que nos dice que en ese año se oficializó la escala, primera en la tierra firme, luego de seis largos meses de navegación. Ese documento lo incluye el padre Francisco Javier Alegre en su historia y lo transcribe Vicente Riva Palacio en el México a través de los siglos:

   “El año de 1733 el padre Tamaral tuvo noticia por unos indios de que por el cabo de San Lucas en el puerto de San Bernabé había anclado el navío que iba de Filipinas a Acapulco. Llegó allí el misionero y encontró que el capitán del navío había hecho allí escala para hacerse de agua y provisiones y dar algún descanso en tierra a los enfermos de escorbuto que venían en la embarcación. El capitán, los tripulantes y pasajeros fueron perfectos asistidos y ayudados por el padre Tamaral y el gobierno de México por los informes que dio ese capitán, dispuso que en sucesivo las naos que viniesen de las Filipinas hicieran escala en California en el puerto de San Bernabé.

  Al siguiente viaje, la nao San Cristóbal, que venía de Filipinas, intentó sacar de tierra agua y víveres de refresco, pero se encontró insurreccionadas a las tribus, que hostilizaban a la tripulación e impidieron el desembarco. El capitán se hizo a la vela para Acapulco, y dio de aquel acontecimiento el siguiente informe al virrey

   “Exmo. Sr. – Habiendo llegado falto de agua, leña y lastre a la costa de California, hice junta de oficiales en que de común acuerdo se resolvió convenir que llegásemos al río de San José, donde no solo podríamos proveernos de lo necesario sino también dejar los gravemente enfermos, como lo hizo el año pasado el general D. Gerónimo Montero con especial complacencia del padre ministro de dicho río, en cuya virtud envié delante la lancha a cargo del piloto tercero para que reconociese y sondease la ensenada. Este, al llegar yo, me informó que había encontrado en la playa crecida porción de indios, y que uno llamado Gerónimo, el más ladino le dijo ser criado del padre y puesto allí para avisarle cuando llegase la nao. Que dicho padre se hallaba ausente a veinte leguas de allí; pero que ya había enviado a avisarle, y que el dicho piloto en esta confianza había dejado en tierra ocho enfermos que no podían sufrir los golpes de mar por estar muy fuerte la marea. Hice cuanto pude para tomar la ensenada, pero me fue preciso pasar a otra, nueve leguas adelante en el cabo de San Lucas. Desde aquí envié otra vez la lancha con cuatro hombres, noticiando mi llegada al padre ministro, y suplicándole me remitiese los ocho hombres. A poco rato vinieron dos indios con el ladino Gerónimo, diciendo ser enviados del padre, a ver si el patache había dado fondo en aquella ensenada, que por no saberlo de cierto no escribía ni venía a vernos; pero que vendría presto. Con esto se fueron y yo quedé sin la menor sospecha, hasta que viendo la tardanza determiné poner fusileros en tierra para resguardo, así de los enfermos que esperaba, como de la gente que estaba haciendo aguada. Al día siguiente vi venir como seiscientos indios armados de arco y flecha; y aunque al principio discurrí venían acompañando al padre y a mi gente, llegó Gerónimo a bordo y me dijo que aquella tarde estaría allí el padre Tamaral con los doce míos, que ellos venían adelante para ayudar en lo que ofreciese. Sin embargo de esas razones me pareció conveniente detenerlos a bordo y enviar a tierra otros doce fusileros con orden de que fuesen embarcando y que me remitiesen primero los enfermos. Al irlo a ejecutar, de ocho indios que detuve a bordo se echaron a nado los cuatro, aunque se cogió uno. Con este nuevo indicio di orden que se embarcase toda la gente. Al embarcarse los últimos dieron el alarido los indios disparando un diluvio de flechas a que se correspondió con varias descargas de fusilería retirándose al mismo tiempo de la playa donde ya no pudieron ofender las flechas, quedando solo heridos levemente dos marineros. En vista de esto pasé a reconvenir a los presos, de quienes supe como ahora tres meses mataron a dos padres y los quemaron con las iglesias e imágenes, sin reservar más que a una mujer de un soldado llamado Santiago Villalobos, a una hermana y dos hijas suyas. Que de nuestra gente a los ocho primeros los mataron luego que el navío partió para la ensenada, y después a los otro cuatros que encontraron en el camino. A dichos indios inmediatamente les mandé poner prisioneros, y traigo conmigo, con ánimo de entregarlos al castellano de este puerto, ínterin V.E. dispone lo que deba ejecutar con ellos. A bordo del patache capitana San Cristóbal y Enero 4 de 1735” (1).

Fuente:

1.- Riva Palacio, Vicente. México a través de los siglos. Tomo VII. Editorial Cumbre. México, 1986, pp. 107- 108

2 comentarios:

  1. Una de las últimas noticias que lei fue que unos vecinos de la Misión de San José del Cabo habían encontrado los restos de uno de estos padres jesuitas asesinado, suena interesante, pues encontraron varias pertenencias entre otras cosas y no fue precisamente en los terrenos de la actual mision.

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    1. Efectivamente, la misión que conocemos no es la original, esa estaba en lo que hoy se conoce como San José Viejo, quizá estaba más adentro, en San Bernabé, razón de los nombres que tienen esas colonias. ¿te has dado cuenta de que la misión actual está más alta que la plaza? bueno en realidad lo que está más bajo es toda la calle Mijares, que es nivel del mar o un poco abajo, razón por la que se inunda cuando llueve fuerte y que el drenaje de esa calle se vuelve una fuente cuando baja mucha agua de los cerros, eso lo vi varias veces.

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