Uno de los documentos que nos ayudan a entender un poco de los sucedido hace tiempo, hace siglos, son los testamentos, en ellos encontramos datos precisos como el lugar de origen de su testador, el nombre de sus padres, de sus parejas matrimoniales, de sus hijos y, claro es, de sus propiedades. Y al estudiarlos a profundidad vemos también algo que ocurría en tiempos virreinales y buena parte del siglo XIX, que era la religiosidad y el temor a la muerte; mejor dicho, temor a lo desconocido. Comenzaba siempre con una fórmula religiosa: "En el nombre de Dios Nuestro Señor Todopoderoso", luego arremetía diciendo:
"... más por su infinita bondad y misericordia y entendimiento natural de que doy a Su Divina Majestad muchas y repetidas gracias y considerando que es estatuto de derecho natural general decreto e inviolable ley que toda criatura ha de morir sin saber la hora, ni el cuándo, misterio reservado para sólo Dios Nuestro Señor, por lo cual en su Divina ley y Santo Evangelio nos avisa y manda que velemos y estemos apersibidos como católicos y fieles cristianos debemos estarlo: y con estas consideraciones creyendo como ante todas cosas creo y confieso el altísimo e incomprensible misterio de la Santísima, Amabilísima y Misericordiosísima Trinidad, Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, tres personas realmente distintas y una sola indivisa, consubstancial y coeterna esencia, en el de la Encarnación del Divino Verbo en las Purísimas y Virginales entrañas de Nuestra Señora la Virgen María... &a.
Podríamos seguir, más y más, girando siempre en torno a reflexiones un poco apocalípticas que muestran una sola cosa: temor a lo desconocido, temor a la muerte. Las fórmulas que siguen en los testamentos son relativas a las "mandas" y "mandas forzosas" que eran los pagos de montones de misas, muchas, que el albacea se obligaba a cumplir, disponiendo los bienes del testador, sea por venta que por depósito para asegurar que eso ocurriera, cosa que estaba a cargo del Juzgado de Capellanías. Se mandaba dar limosnas, sea para los "lugares santos" de Jerusalem que al Santuario de Guadalupe "extramuros de la ciudad de México", que algún otro lugar que el testador dispusiera.
Finalmente, ya en la segunda o tercera hoja, seguía la disposición de cómo se distribuirían los bienes. Y hay algo que me sorprende mucho y me hace pensar en la idea reinante al momento de reflexionar sobre la vida (o la muerte) y dictar el testamento, cuando, luego de dar el santo y seña se anotaban cosas como: "... estando como estoy enferma del accidente que Dios Nuestro Señor ha sido servido enviarme...".
En las cuatro imágenes que hoy comparto, se ve lo escrito en torno a este punto.
"... estando como estoy, en cama, de la enfermedad corporal que Dios nuestro Señor ha sido servido darme...".
"... estando como estoy, enferma en cama del accidente que Dios nuestro Señor ha sido servido enviarme...".
Para leer más en torno a los testamentos virreinales, entra en este enlace. Una transcripción paleográfica de un testamento del siglo XVII, la puedes ver aquí. Los testamentos que yo he estudiado corresponden a varios personajes del último cuarto del siglo XVIII en la ciudad de Guanajuato.
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