miércoles, 6 de junio de 2018

Mi experiencia con un volcán en erupción

   Ahora que el "Anillo de Fuego" vuelve a hacer aparición y ante lo ocurrido en Guatemala recientemente, los recuerdos afloran y aparece en mi mente aquello que fue, en 1990, una de las mejores experiencias que he tenido en mi vida, cuando, andando por Guatemala, luego de haber oído sobre las mil maravillas que allí había, empaqué mi ligero ajuar (recordemos que eso ocurrió hace  hace casi 30 años) y andar por el mundo con dos mudas de ropa era "normal" y no había necesidad de más... el ansia de conocer más allá de lo posible estaba a flor de piel, así que, luego de deslumbrarme con Tikal y la selva que lo rodea, enfilé a la Antigua para toparme con una de las ciudades más bellas que hasta entonces había conocido.

  Cuando hablamos de aquellos años de la década de los noventa, en los que viajar era cosa posible, pues el tipo de cambio con el dolar andaba en los 3 pesos (o menos) nos abría en mucho el panorama  y -las puertas- para viajar... Antigua me pareció excepcionalmente hermosa por las ruinas que "decoran" la ciudad, al caminar por sus calles siempre había un punto focal: el volcán... así que, caminando por ahí, de pronto un anuncio escrito a mano en esas cartulinas escandalosas de color fosforescente anunciaban una excursión por tan solo 10 dólares, al volcán Pacaya; era de mañana cuando vi el anuncio que decía que justo en ese día habría una salida... no lo pensé dos veces y me anoté para ir al Pacaya, volcán que estaba y sigue estando activo.

  Nada se me preguntó y se me informó que era necesario llevar pasaporte -creo- y nada más, pagué 10 dólares y me "preparé" (lo del entrecomillado quiere decir que más bien esperé) a la hora de la salida y me presenté al lugar. Un chico daba la "bienvenida" el entrecomillado quiere decir que sí ok, aquí sale, espere allí... y partimos. Recuerdo iba una familia francesa (continuamente decían "super" "super" y "super" y algunas dos o tres personas más... llegamos a una gasolinera y el chofer, que era el guía, nos dijo: "será bueno que compren algo para comer y tomar"... ah, ok, compre unas galletas, una botella con agua y -creo- un refresco... continuamos por la carretera...

  Luego de una media hora, o tal vez un poco más, llegamos a un punto de revisión, no pidieron documentos, solo nombre y país de origen. Aclaro que la salida fue tarde, cosa de las 4 -tal vez-, por lo que, cuando pasamos ese control militar o policíaco, comenzaba a atardecer. Fue en ese preciso momento que me hice la pregunta ¿qué haces aquí? Ante la no respuesta, por el tiempo, el chavo -chico- que era bastante parco en su hablar solamente nos dijo, lleven todo lo que traigan y aquí les daré su lámpara.

  ¿Para qué una lámpara? me pregunte... me la dio y nos indicó el camino que debíamos seguir... a medida que avanzábamos la visibilidad era menor; de pronto el panorama era cada vez más gris y más oscuro y la pendiente por ascender se presentaba mayor, más inclinada... no había vuelta atrás. De nuevo me pregunté ¿qué haces aquí? No era (no lo soy) nada deportivo, el ascender era cosa imposible, era lava lo que pisaba, y a cada paso de quince centímetros de altura, se convertía en cosa de 5 o 7 centímetros, pues aquello que pisaba era lava... oscurecía... es decir, estaba ya oscuro, ahora entendía el por qué de las lámparas sordas que nos habían entregado al iniciar.

  Considerando que mi condición física nunca ha sido buena, ese ascenso en la oscuridad se volvió una verdadera penitencia, pensé dejar el recorrido y quedarme ahí para reintegrarme al grupo cuando fueran de regreso pero no, algo me dijo que debía seguir... ese algo fue una explosión y la consecuente iluminación del cielo que me dejó ver un poco del espectáculo que me esperaba. ¿Una hora? ¿una hora y media en ascenso? no lo sé... pero llegué al borde del volcán y aquel panorama que pude ver fue algo que a la fecha no he podido olvidar.

  Esa fue la botella de agua y las galletas que más he disfrutado en mi vida. Si me levantaba me daba frío, pues en el volcán azotan los vientos del Pacífico, y si me sentaba, era cosa imposible soportar el calor de la tierra... de pronto una piedra salió eructada del cono del volcán... quedamos atónitos... a lo lejos se veía un río de lava, rojo, incandescente... cosa normal por esos lares... la recompensa al esfuerzo que representó el ascenso fue enorme. La inversión de 10 dólares ha sido la mejor que he hecho en mi vida; a las 9 de la noche estaba de vuelta en Antigua, agotado y con una imagen espléndida de lo que acababa de ver. Y que hoy sigo reviviendo.


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