lunes, 4 de junio de 2018

Entrada de un virrey en el reino de Nueva España, y toma de posesión del mando

  Al acercarse las flotas á las costas de Veracruz, se adelantaba siempre un navío de aviso desde la sonda de Campeche, y en él mandaba el nuevo virrey á algún gentilhombre de su familia, que pasaba á México con cartas á las autoridades, escritas según un formulario establecido, haciendo saber su llegada, que se solemnizaba con repiques.

  El virrey que acababa, enviaba á Veracruz á su sucesor, literas y todo avío de camino con regalos de dulces, chocolate y frasqueras de vinos, en lo que cada uno manifestaba su generosidad y magnificencia.

  Al desembarcar el virrey en Veracruz, salía á recibirlo al muelle el cuerpo de ciudad y el gobernador, que hacía la ceremonia de entregarle las llaves. La guarnición estaba formada desde allí hasta la puerta de la parroquia, en la que le esperaba el cura de capa pluvial, con el clero y palio que el virrey mandaba retirar, y después del Te Deum, se dirigía á la casa dispuesta para su habitación, con la misma comitiva.

  En Veracruz se detenía el nuevo virrey más ó menos días haciendo el reconocimiento del castillo y fortificaciones, y esperando también la respuesta al aviso que había dado á su llegada, en la que fijaba el virrey que terminaba, el lugar en que habían de concurrir para la entrada del mando. Si no había tropa de caballería en Veracruz, se mandaba de México una compañía, y salía también á escoltar al virrey el capitán de la Acordada con clarines y estandartes, y porción de comisarios, el que generalmente llegaba á Jalapa ó las Vigas.

 El virrey se ponía en camino llevando delante cuatro batidores y dos correos, y acompañándole la tropa referida. En todo el camino salían á recibirlo las autoridades y gobernadores de indios de los pueblos del tránsito é inmediatos, teniendo el camino barrido y adornado, y presentándole sartas de flores, con arengas de cumplimiento en su idioma.

  En Jalapa le esperaba uno de los secretarios de gobierno y dos canónigos de Puebla, comisionados por su obispo y cabildo para acompañarlo y obsequiarlo en el viaje hasta aquella ciudad. Dirigíase de Perote á Tlaxcala donde hacía entrada pública á caballo, la que se ordenaba de la manera siguiente, desde media legua antes de llegar á la ciudad.

  Iban delante los batidores y un paje del virrey con un estandarte en que estaban bordadas de un lado las armas reales y en el reverso las del virrey. Seguíase un gran número de indios con sus tambores y chirimías y otros instrumentos de música, llevando levantados en palos las banderas ó divisas de los pueblos á que pertenecían: el cuerpo de ciudad, compuesto todo de indios nobles, precedía al virrey, llevando largas cintas que pendían del freno del caballo que este montaba, y los regidores llevaban sobre sus vestidos mantas de fino algodón, en que estaban bordados los timbres de sus familias y pueblos: seguía al virrey su caballerizo, comitiva y escolta en medio de un concurso inmenso de gente, y llegando al extremo de la calle Real, encontraba una fachada de perspectiva con adornos ó jeroglíficos relativos á su persona, y allí se le decía una loa adecuada también á las circunstancias. Pasaba luego á la parroquial al Te Deum, y luego á las casas reales donde se le tenía dispuesto alojamiento. En Tlaxcala permanecía tres días, en los que había toros y otras diversiones. Continuaba luego su camino á Puebla en donde se le recibía con mayor solemnidad, entrando á caballo, y allí solía permanecer ocho días entre fiestas y obsequios, y visitando los conventos de monjas en los que en aquellos tiempos entraban los virreyes como vicepatronos.

  En Cholula y Huejocingo se hacía también entrada pública, por consideración á aquellas antiguas ciudades, aliadas de los españoles en la Conquista; pero en estos puntos no permanecía más que el día de su llegada.

  Entretanto en México el virrey que acababa había desocupado el palacio trasladándose con su familia á alguna casa particular y salía á recibir á su sucesor á Otumba, donde hacía entrega del gobierno. Es notable el lujo con que lo hizo el arzobispo virrey D. Juan Ortega Montañés, cuando en 18 de Noviembre de 1702 salió á recibir al duque de Alburquerque, segundo virrey de este título, con muchas carrozas soberbias y los criados vestidos con costosas libreas, llevando en una de ellas su secretario con mucha ceremonia, el bastón que iba á entregarle.

  Las autoridades salían á presentarse al nuevo virrey á San Cristóbal, de donde pasaba á Guadalupe, y allí tenía prevenido el mismo arzobispo Montañés, un espléndido convite para recibir al duque de Alburquerque, que llegó el 22 de Noviembre, á quien acompañó á comer, y lo condujo á la tarde á Chapultepec. En la casa ó palacio que en aquel lugar había, estaba prevenido el alojamiento, y era la diversión de la ciudad en los días anteriores á la llegada del virrey, ir á ver estos preparativos.

  Para recibir al duque de Alburquerque, según un diario manuscrito de aquel tiempo, toda la casa estaba ricamente colgada y adornada, llamando la atención dos escritorios embutidos de plata que llegaban hasta el techo, y que se apreciaron en quince mil pesos. 
En Chapultepec recibía el virrey á las autoridades, que todas, aun el tribunal de la Inquisición, iban á presentársele, y allí se le obsequiaba con toros y otras diversiones. Solía ir privadamente á la ciudad á tomar disposiciones para su alojamiento en el palacio, á visitar la catedral ó á algunas imágenes como el Santo Cristo de Santa Teresa.

  Aunque ya estaba en ejercicio de la autoridad que le había sido entregada por su antecesor en la primera entrevista, el acto solemne de la toma de posesión, se verificaba del modo siguiente, lo que copiaré de lo que según el diario citado se hizo por el duque de Alburquerque el 27 de Noviembre del mismo año de 1702.

  "Después de la oración de la noche vino de Chapultepec á esta ciudad á tomar su posesión el Sr. virrey duque de Alburquerque, y fué primero á la catedral á hacer oración, y luego al real palacio; entró por la puerta principal á las siete, en donde lo recibieron con hachas, y habiendo bajado del coche, fué acompañado de los ministros y tribunales á coger la escalera para subir á la Audiencia, donde lo recibieron los señores de las audiencias y lo llevaron á la sala de lo civil, en la cual abajo de las gradas de los estrados, estaba puesto un dosel de terciopelo y damasco encarnado y baldoquín de seda de los mismos colores, una mesa larga, y junto á ella seis sillas por cada lado, y la del señor virrey de terciopelo encarnado y abajo su cojín; la mesa con sobrecamas de China bordadas de encarnado; encima un misal abierto á la mano derecha de S. E., y señalado el Evangelio; en ocho candeleros ocho velas de á media libra; y habiéndose sentado S. E. y los señores de la Audiencia, se cerraron las puertas y luego tocó S. E. la campanilla, y habiendo entrado un portero, mandó S. E. se trajese el real sello, el cual trajo en un azafate D. Pedro de Tagle (hacía de chanciller), armado con sus armas y cubierto, acompañado de ministros de la Audiencia que con doce hachas le alumbraban, y habiendo entrado lo puso al lado de S. E., poniéndose todos en pie al entrar en la sala, el cual tomó S. E. en la mano en señal de posesión, y luego exhibió tres cédulas que se leyeron por los dos secretarios de cámara y gobierno, primera la de capitán general, luego la de virrey, y luego la de presidente de la real Audiencia, y acabadas, las pusieron los señores sobre sus cabezas, y luego llegaron los dichos secretarios por los dos lados de S. E., é hizo el juramento sobre el Evangelio: volvióse luego el sello á la chancillería del mismo modo que se trajo, y luego salieron de la sala los señores, acompañando con todos los ministros á S. E. hasta el coche, y habiendo entrado en él, pasó á ver al señor arzobispo."

  Para la entrada solemne se tomaba el tiempo necesario para que la ciudad, como función propia suya, pudiese disponer lo conveniente. Ordenábase la entrada por la tarde desde la parroquia de Santa Catarina ó la de Santa Ana, adonde concurrían la Audiencia, los tribunales y nobleza, compitiendo en la riqueza de los trajes, gallardía de los caballos, en lo vistoso de los jaeces y arneses, y en el número y costo de criados y libreas.

  El virrey, con esta comitiva llegaba á la esquina de Santo Domingo, en donde estaba dispuesto un arco, y allí lo recibía el corregidor y ayuntamiento, que le presentaban las llaves de la ciudad, recibiéndole juramento de guardar los fueros de ésta. Allí estaba prevenido el palio, y llevando las varas los regidores, seguía bajo de él el virrey, aunque en esto hubo muchas variaciones, y diversas reales órdenes quitando y restableciendo este uso: el corregidor y alcaldes á pie, llevaban las riendas del caballo que montaba el virrey. Este desmontaba frente á la puerta del costado de catedral, en donde había otro arco; y allí se decía una loa, en que se comparaban los servicios y virtudes del virrey con los del héroe ó divinidad fabulosa, que estaba representada en los adornos del arco. En la puerta de la catedral lo recibía el arzobispo de pontifical y el cabildo con todo el ceremonial correspondiente al patronato, y después del Te Deum, pasaba el virrey al palacio con la misma comitiva, y en aquella noche y los días siguientes había fuegos, iluminaciones, toros y otras diversiones.

  El lujo que los virreyes ostentaban en su entrada, era menor ó mayor según las personas. En la del duque de Alburquerque que hemos citado, que se verificó el 8 de Diciembre de 1702, dice el diario de que he hecho referencia, que "atrás (del virrey) venía la virreina y damas en coches, y á lo último veinticuatro mulas de repostería (de carga), con los frenos y cabezadas de plata, plumeros y las cubiertas de las cargas de color de fuego bordadas y las cuerdas con que venían liadas eran de seda, y los barrotes con que se apretaban de plata."

  El virrey que terminaba, solía permanecer á veces mucho tiempo en México ó en algún lugar que elegía para su mansión después de entregado el mando, en espera de ocasión para trasladarse al punto de su nuevo destino, ya para volver á España, y más todavía si tenía que pasar al Perú, ó para contestar á los cargos que le resultasen en el proceso de residencia, á que se daba desde luego principio por el juez comisionado para formarlo, publicándose para que ocurriesen los que tuviesen demandas que presentar.

  A resulta de las contestaciones suscitadas con motivo de la entrada de D. Matías de Gálvez, se mandó por la Corte que en adelante no hubiese entrada á caballo, y se extinguió todo el ceremonial referido.

  El virrey á su llegada se trasladaba con la escolta y decoro correspondiente á Puebla, desde donde lo acompañaba el intendente de aquella provincia; concurría en San Cristóbal, en el edificio construido al efecto por el Consulado que hacía los gastos del recibimiento, con el virrey que acababa, quien le hacía allí entrega del mando, y seguía su viaje á embarcarse: el nuevo virrey era recibido y acompañado desde Guadalupe por todas las autoridades en coche, estando formadas en las calles del tránsito las tropas de la guarnición, y prestando el juramento respectivo en el acuerdo, entraba en ejercicio de la autoridad. El Ayuntamiento hacía el gasto de la mesa en los primeros tres días, que con lo que gastaba el Consulado ascendía á unos catorce mil pesos, todo lo cual pareció excesivo al segundo conde de Revillagigedo, y propuso en la instrucción que dejó á su sucesor que se suprimiese.

  En todo el ceremonial antiguo para éste y otros casos, se echa de ver el empeño que se tenía en hacer respetable la autoridad real y á quien la representaba, y no menos el de conservar á todas las autoridades la dignidad que les correspondía. Asombra el número de leyes y disposiciones que se dictaron con este motivo, arreglando hasta los menores ápices de las asistencias, la pieza en que el virrey debía recibir á la Audiencia, los oidores que habían de acompañarlo en el coche y lugar que habían de ocupar; y habiendo ocurrido una vez que en la fiesta de San Hipólito en que se sacaba el pendón real, por un aguacero que sobrevino, cosa frecuente en México en el mes de Agosto, la comitiva con el pendón se guareciese en una casa particular, esto se tuvo por indecoroso, se mandó por real orden, que aunque lloviese, el pendón no entrase en ninguna casa, y la comitiva siguiese acompañándole hasta las casas consistoriales ó á la iglesia de San Hipólito.

 Estas formalidades estaban prevenidas con más previsión si cabe en lo que tenía relación con los prelados eclasiásticos, habiéndose llegado á mandar por real cédula de 9 de Febrero de 1670, que el arzobispo en catedral, pasando por la crujía del coro al presbiterio, al hacer cortesía á los virreyes soltase la cauda de su vestido.

  Los virreyes por su parte exigían todo el respeto que les era debido, tanto que el segundo duque de Alburquerque, volviendo á palacio en su coche por la calle de San Francisco, y encontrándose con el chantre de la catedral que iba á pie, notando que éste no se detenía y quitaba el sombrero hasta abajo, como estaba establecido con los virreyes, luego que llegó á palacio pasó recado al arzobispo para que antes de veinticuatro horas hiciese salir al chantre desterrado veinte leguas á la redonda, como se verificó. Pero este respeto y consideración eran mutuos, y las autoridades civiles eran igualmente celosas de que en nada se faltase á lo debido á los lugares consagrados al culto y á sus ministros. 

 Fuente:

García Cubas, Antonio. Diccionario geográfico, histórico y biográfico de los Estados Unidos Mexicanos. Oficina Tipogáfica de la Secretaría de Fomento. Tomo III, México. 1889, pp. 62-64


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