miércoles, 2 de enero de 2013

Teocaltiche, en los meros Altos de Jalisco.

 Agarramos camino nuevamente, estamos en El Bajío, es decir en la zona de los bajos y nos dirigimos al norte pero con rumbo occidente y llegamos a Los Altos, efectivamente, a Los Altos de Jalisco, cruzamos por poblaciones que me son muy familiares: Irapuato, Silao y León y otras que me son medianamente familiares: Lagos de Moreno, San Juan de los Lagos y Jalostotitlán. De allí continúo a Teocaltiche, llego a un entronque de caminos, el de la derecha es mi destino, el de la izquierda dice Nochistlán, sitio del cual tengo algunas breves referencias... vamos por buen camino.

 Recuerdo que hace varias décadas, cuatro, -ya llovió- el camino de Los Altos me lo sabía de memoria: Arandas, Tepatitlán, Degollado, Ayo, Totlán, Jalostotitlán, Zapotlanejo... unas veces pasaba por uno, otras por otro, siempre era en domingo, todas las plazas y jardines de cada pueblo estaban llenos y en cada una de ellas había parada, se volvía eterno, era cuando iba de Salamanca rumbo a Guadalajara para hace acto de presencia en los salones de la Universidad a la que asistía. Era un tormento, lo uno y lo otro. Lo uno, porque los caminos eran una serie infinita de baches que, luego del triunfo de la revolución, permitieron dar un encarpetado que al poco tiempo se volvió zona minada. Lo otro porque asistía a clases de materias que, siendo honesto, no me interesaban...

 Dos características notaba en todos los pueblos de Los Altos, una, que parecía una competencia para ver cuál población conservaba el templo más alto y espectacular, de torres espigadas y abundancia de cantera. la otra que, desde lo lejos los caseríos que formaban esos pueblos destacaban por ser puros ladrillos, de los colorados y sin cubierta de cemento. Luego noté, gracias al comentario de la mamá de una compañera de la Universidad, que al pasar por uno de esos pueblos, era bueno abrir la ventanilla, pues el aroma de los azahares impregnaba el camino.

 Del otro rumbo de los Altos, el de la devoción, me llevó en varias ocasiones al rumbo de San Juan con su templo regularmente atiborrado de creyentes y su vendimia infinita que me daba la apariencia de estar siempre en día de Feria, de la extraña costumbre de comer pedacitos de tierra porque decían era milagrosa y de ver entre la parafernalia propia del turismo religioso y los emblemáticos "pitos de San Juan". De la escala obligada en Lagos de Moreno para la compra de todo tipo de dulces de leche. Esos eran los antecedentes que esta vez llevaba a Los Altos; no pensé encontraría una buena cantidad de cosas, todas sorprendentes por Teocaltiche.

 Si no has andado por ahí, te has perdido de un lugar para ser saboreado, con una intensa carga de tradiciones, una de ellas, la mejor: el no estar en carretera de tránsito intenso, lo cual ha ocasionado que allí se siga respirando el total y absoluto sabor provinciano, el ritmo lento, más bien acompasado, al caminar por sus calles que aun conservan el auténtico estilo alteño. Puertas, ventanas, balcones, esquinas... todo nos habla de que allí hay una identidad, hay un algo que lo convierte en diferente a muchos otros sitios que (malamente) han apostado por la modernidad.

 Para mi termostato, que lo tengo adecuado a las temperaturas propias de la costa, el sitio es fresco, ligeramente frío, del frío agradable, de ese que te obliga a pararte donde el sol te pegue, del que te ayuda a saborear aun más el café por la mañana o el ponche por las noche. Pero, cosa de llegar a las 10 horas para que la temperatura se convierta en algo bien agradable.... caminar temprano, que tarde que noche, es de lo más interesante por Teocaltiche.

 Me cuentan que su magnífico templo fue construido con la idea de ser la Catedral de la diócesis que se iba a declarar para esa región de Los Altos. Me cuentan del Cerro de los Antiguos; me dicen que allí fue creado el Pan Francés; que por allí pasó un Camino Real, el que conectaba en forma menos agreste a Guadalajara, la capital de la Nueva Galicia con las minas de Zacatecas; me cuentan que allí vivió uno de los caudillos de la Independencia que no es del todo conocido: Hermosillo... me cuentan muchas cosas y armamos ya programa, todo eso conoceremos... seguramente aparecerán más.

Llegar en autobús, claro es, en Flecha Amarilla, me fue un poco largo pues hubo la necesidad de cambiar tres veces de camión y de pasar por uno y otro y otro pueblo... y en todos se paró. Llego ya cuando está oscureciendo, más que comer quiero dormir... bueno, primero comer, luego dormir... al día siguiente me levanto temprano y me salgo a ver con la luz del día un pueblo que merecer ser visto con atención. Aquí las imágenes.






















1 comentario:

  1. Sí que hay paz eh! Apenas salen personas en las fotos. Qué bonito, qué privilegio vivir ahí y no sentir necesidad de nada más...
    Como siempre, las fotos expresan mucho.

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