La muerte, los oficios, las exequias, la realeza, el virreinato, la pompa... la circunstancia. Todo eso bien lo podemos resumir en algo ocurrido en la ciudad de México hace sus buenos cuatro siglos y medio, 456 años, para ser precisos, cuando llegó con varios meses de retraso, la noticia de que su Majestad, que digo Su Majestad, La Sacra, Real Césarea Majestad, Señor de las Españas, de Alemania, de los Territorios de Ultramar y (creo) varios etcéteras más: Carlos V, hijo de Felipe el Hermoso y de Juana la Loca, murió y hubo la necesidad de llevarle luto, en la Nueva España, durante largos seis meses, ese dato lo leí hace muchos años cuando comenzaba a introducirme en el apasionante mundo de la historia documentada (no recuerdo la fuente), es en esa base que, ahora, comparto contigo ese documento que me parece fabuloso por lo que allí narra y nos lleva, de la mano, a lo que era el fausto novohispano antes de que se creara la llamada Fiesta Barroca.
"Carlos V falleció de paludismo tras un mes de agonía y fiebres, causado por la picadura de un mosquito proveniente de las aguas de uno de los estanques construidos por el experto en relojes e ingeniero hidrográfico Torriani. Su cadáver fue trasladado al Monasterio del Escorial, donde yace en el Panteón de Reyes. El Prof. Zuluaga , pidió permiso al rey Don Juan Carlos I , para exhumar el cadáver del Emperador y estudiarlo mediante técnicas de medicina forense. En 2004, los doctores Julián de Zuluaga, Pedro Alonso y Pedro L. Fernández, consiguieron analizar una falange del dedo meñique del Emperador, demostrando la presencia de cristales de ácido úrico (que ocasionaron la famosa gota), así como los parásitos causantes del paludismo". (Tomado del portal Gabitos.)
Este que vemos en la imagen fue el túmulo levantado en memoria de S.M. el Rey, don Carlos V de Alemania y I de España en la Capilla de Indios de San José de Naturales, dentro del Convento de San Francisco en México, conocido como "el Convento Grande de San Francisco". Y dice González Obregón:
"La Sacra, Cesárea, y Católica Majestad de Carlos V, que dos años antes había abdicado el trono de España é Indias, expiró á las dos de la madrugada del día 21 de Septiembre de 1558 en el Monasterio de Yuste. Tan infausta noticia no llegó á conocimiento de los vasallos del Ex-Emperador, en México, sino hasta el siguiente año de 1559. Su Excelencia el Virrey, D. Luis de Velasco, de común acuerdo con el Arzobispo, Real Audiencia y Ayuntamiento, ordenó celebrar las exequias del difunto Monarca, de un modo suntuoso y solemne".
"Pensóse que tan augusta ceremonia se verificase en la iglesia Mayor; pero al punto fue desechada la idea, porque se consideró que aquel templo con ser el principal, era bajo y reducido, pues entonces no existía aún la gran basílica y se aprobó que tuviese lugar en el atrio de San Francisco y en la capilla de San José de los Naturales del mismo convenio. El túmulo fue trazado y ordenado por D. Claudio Arciniega, "excelente arquitecto" y " maestro mayor de las obras de México"; bajo el inmediato cuidado de Bernardino de Albornoz, Regidor de la ciudad y Alcaide de las Atarazanas.
"Tardó en levantarse el soberbio túmulo tres meses, durante los cuales fue grande el número de curiosos, que día con día, como sucede siempre en estos casos, asistió á contemplar los progresos de la obra hasta que fue terminada. Como ya dijimos, el túmulo se construyó en el patio de San Francisco que era " cuadrangular, más largo que ancho, cercado por todas partes de paredes altas de piedra: éntrase á él por dos puertas, la una que mira al Septentrión y la otra al Occidente, á cada una de las cuales responde otra de la iglesia principal del Monasterio. Al derredor de las paredes va rodeado de altos y copiosos árboles. En el medio está levantada una cruz de madera tan alta que de fuera de la ciudad se ve de tres ó cuatro leguas. Á la mano izquierda, por la puerta del Septentrión, tiene una capilla que se llama de San Joseph, á la cual se sube por dos gradas; es muy grande y está fundada sobre muchas columnas que hacen siete naves, las cuales, para hermosear la arquitectura del túmulo, se jaspearon. Cabrán en esta capilla y patio cuarenta mil hombres, porque más que estos se hallaron de españoles y naturales cuando las honras se celebraron.
"Hízose el túmulo fuera de la capilla, pero cerca de ella, porque el oficio funerario se había de hacer en la capilla y había de estar en ella toda la ciudad, y el túmulo fuera de ella se pudiese levantar tan alto como convino, y los que estuviesen en la capilla y en el patio pudiesen á placer gozar del túmulo. Mientras se elevaba este Monumento, se pregonó públicamente por orden del Virrey, veinte días antes de las exequias, "que todos los hombres y mujeres de cualquier estado y condición que fuesen, trajesen luto, en muestra del fallecimiento de tan gran monarca", y al punto se cumplió con ello, á tal grado que en menos de tres días todos vistieron luto, "que parecía imposible haber tantos sastres en la ciudad, «pie en tan breve tiempo pudiesen hacer tantos y tan suntuosos lutos: porque hubo caballero que en ellos gastó más de mil pesos."
El Virrey despachó en seguida cartas á los Cabildos, Alcaldes Mayores, Corregidores y Monasterios; á los Gobernadores y Caciques de Nueva España, avisándoles que para el día de San Andrés de aquel año de 1559, se celebrarían las honras. Muchos de los invitados vinieron desde 20 y hasta 80 leguas. Por su parte el Arzobispo hizo semejantes invitaciones al Obispo de Michoacán y á todas las iglesias que dependían de la Metropolitana, y también con veinte días de anticipación mandó que "en la iglesia catedral y monasterios desta ciudad (México) se clamase tres veces al día, la una por la mañana , la otra á medio día y la otra á la oración; lo cual se ejecutó" con tanta solemnidad, que verdaderamente tanta multitud de campanas tocadas todas á un tiempo movían á tristeza y memoria de la muerte del que como era razón paraba en ello.
"Por fin llegó el día 30 de Noviembre del año del Señor de 1559, día del apóstol San Andrés, señalado para dar comienzo á los funerales del que fue en vida invictísimo César y Emperador Carlos V. En la tarde salió la procesión de la entonces Real Casa, pues el hoy Palacio aun no era del gobierno, y de la iglesia Mayor por la puerta del Perdón. Delante iban los naturales, precedidos de dos ciriales y una cruz con su manga negra, y atrás las tres gobernaciones de México, Tacuba y Tezcoco, y la provincia de Tlaxcala, representados respectivamente por D. Cristóbal de Guzmán, D. Antonio Cortés, D. Hernando Pimentel y D. Domingo de Ángulo, vestidos "con lobas y capirotes de luto con largas faldas tendidas", y llevando cada uno los estandartes de sus cabeceras con sus armas y las de su Majestad, "doradas y plateadas en campo negro". Luego, de cuatro en cuatro, los señores de los pueblos que dependían de las citadas cabeceras, y a continuación más de dos mil indios principales y nobles, de cuyo orden cuidaban, con sendas varas, los intérpretes de la audiencia y varios alguaciles.
"En seguida caminaban los clérigos y los frailes de Santo Domingo, San Francisco y San Agustín, "en esta manera: iba adelante una cruz rica con manga negra, con funerales, y tras ella á los lados dos clérigos ancianos, que para mayor autoridad llevaban las puntas de la procesión, y por su orden toda la demás clerecía y religiosos, mezclados los unos con los otros hasta cuatrocientos sacerdotes, y al fin de ellos iba el Arzobispo vestido de pontifical con dos canónigos por ministros, y otros dos por asistentes; iban por caperos dos canónigos y dos frailes de cada orden, que todos eran ocho; llevaban ocho muchachos con sus cetros; iban con estos cuatro clérigos de Evangelio para incensar. "Seguían el Obispo de Michoacán, D. Vasco de Quiroga y el de Nueva Galicia, D. Diego de Ayala, "y luego el presidente de la Iglesia, provinciales, priores y guardianes, insertos, con las dignidades. "El Arzobispo llevaba su cruz y báculo, y delante de él iba la cruz mayor de iglesia" con cuatro acólitos vestidos de negro. Aquí comenzaba la parte civil de la procesión: iba á la cabeza, solo, "muy enlutado y arrastrando la falda”, Bernardino de Albornoz, que conducía el Pendón de la ciudad; dos maceros ó reyes de armas "con cotas de damasco negro, y en ellas las armas reales de oro y plata; "los oficiales de la Real Hacienda y D. Luis de Castilla, que conducían las reales insignias de este modo: D. Hernando de Portugal, tesorero, la corona en una almohada de brocado ; D. Hortuño de Ibarra, contador, el estoque desnudo en la mano derecha; D. García de Albornoz, factor y veedor, "la celada con una corona imperial por cimera", y D. Luis de Castilla, "la cota sobre una almohada de brocado".
"Venían después, D. Francisco de Velasco solo, con el Estandarte Real y la falda tendida; su hermano D. Luis de Velasco, Virrey de Nueva España, también solo, con la cabeza cubierta, la falda tendida, "cuya punta llevaba su camarero"; lo seguían fuera de los lados de la procesión, "sus continuos y caballeros", y los oidores Zurita, Villalobos, Puga y Orozco; luego el Fiscal del Rey, el Alguacil Mayor de la Corte, los alcaldes y regimiento, de cuatro en cuatro; el Alcalde Mayor y regidores de Puebla; dos alcaldes de la Hermandad; los oficiales de la Real Audiencia y de la ciudad: el rector de la Universidad y los doctores, todos de cuatro en cuatro; los conquistadores, los alcaldes y corregidores, los ciudadanos y los mercaderes, "en los cuales con ser muchos había pocos que no fuesen con lobas y capirotes, arrastrando las faldas”.
"Aquí se remataba la tercera parte de la procesión —dice el cronista— y comenzaba luego la caballería, que formados de cuatro en cuatro por hilera, tardó buen rato en pasar, con tanto orden, concierto y autoridad, que hacía la pompa funeral parecer muy bien: cerraba la caballería, porque la gente que venía detrás que era mucha, no se entremetiese y rompiese el orden, una guardia de alabarderos. Irían por todos, de lobas y capuces, más de dos mil hombres, y fue tan larga la procesión, así de los españoles, como de los naturales, que rodeando por la puerta de Sant Francisco, que mira al Occidente, y ser el trecho desde la casa Real á Sant Francisco, bien largo, estaba la mitad de la procesión ya en el monasterio, cuando la otra parte comenzó á salir de la casa Real. La procesión tardó en entrar dos horas y media. Dentro del templo la ceremonia de ese día y la del siguiente, fueron solemnes y majestuosas, y en la imposibilidad de escribirlas, remitimos al lector al libro de Cervantes Salazar, de donde hemos extractado y copiado las noticias del presente capítulo.
"Así honró México á su difunto Emperador Carlos V, y esas honras fúnebres que hoy recordamos con curiosidad á través de los tiempos, nos proporcionan una prueba inequívoca del progreso que la capital de Nueva España había alcanzado en menos de cuarenta años. El soberbio túmulo, nos demuestra que las bellas artes se habían desarrollado; el lujo de los caballeros, las riquezas acumuladas; la asistencia de los obispos de Michoacán y Nueva Galicia, que hasta ahí habían implantado sus cruces los misioneros, y el concurso de gobernadores y caciques indígenas —que según el cronista iban lanzando hondos suspiros y derramando abundantes lágrimas— que los conquistados, los dueños de todo, reverentes y sumisos habían doblegado la cerviz, por la voluntad ó la fuerza, ante el poder de España.
Puede haber en la descripción de estos funerales, como atinadamente dice el Sr. Icazbalceta, algunas exageraciones por parte del cronista: pero aun rebajando el boato de la solemnidad, siempre nos marca esta un adelanto, un progreso, en la ciudad conquistada por Cortés y defendida por Cuauhtémoc". (1)
Fuente:
1.- González Obregón, Luis. México viejo. Librería de la Viuda de C. Bouret. México, 1900. pp.84-90
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