jueves, 30 de mayo de 2019

Marchantes de las calles de la ciudad de México, siglo XIX

   Ya desde lo visto por Cortés y Bernal en el mercado de Tlatelolco tenemos la más antigua relación de lo que era el mercado y sus mercaderes y marchantes en la antigua Tenochtitlán, vendrían luego algunos cronistas del periodo virreinal que nos darán testimonio de cómo se realizaba el comercio en la ciudad de México y, en la mitad del siglo XIX hubo quienes hicieron puntuales relatos que describían la actividad, no en las tiendas o en los mercados, sino en las calles. Y un poco más adelante, cuando llegan los primeros fotógrafos a México, algo que les sorprenderá a todos son los personajes y sus atavíos que mucho tenían que ver con lo que vendían. Esta vez me apoyo en un texto extraordinario, que con mucho gusto te comparto:

  Si cada siglo nos hubiera trasmitido sus crónicas de usos familiares y domésticos, se comprenderían hoy sin mucha dificultad las alusiones que á las costumbres é idiomas locales hallamos en las antiguas relaciones, y que hoy ya son oscuras para nosotros por sus trajes vendríamos á conocer perfectamente el estado de sus manufacturas, y sus adelantos sociales; pero los escritores de todos tiempos miran comúnmente esas bagatelas, así las llaman, como indignas de su consideración, sin atender á que algún día la popularidad más extendida de estos usos peculiares de cada pueblo puede llegar á verse sepultada en el más profundo olvido.

  Entretanto ¿no peculiares de cada pueblo puede llegar á verse sepultada en el más profundo olvido? Entretanto ¿no es cierto que siempre nos sentimos movidos de una viva curiosidad por conocer el modo de existir de nuestros ascendientes, y que las particularidades más mínimas de sus costumbres domésticas nos parecen llenas de interés, aunque sea solo por complacernos en nuestra superioridad relativa? En el día hay algunos usos que deben recordarse, y sin cuyo conocimiento no se calificaría en adelante sino imperfectamente nuestra época. Supongamos, pues, que en las variaciones á que están sometidas las cosas humanas se aboliesen los gritos de vendedores en las calles, ¿cómo podrían nuestros descendientes tener noticia de ellos? 

  Que un hombre curioso de este género de costumbres venga á vivir á esta ciudad tumultuosa, y no tardará en oír gritar por sus calles las mercaderías y los frutos de todas las estaciones, hiriendo sus tímpanos con gritos inusitados y con anuncios casi ininteligibles de este comercio diario.  Además del continuo ruido de los caballos, del perpetuo rodar de los coches y del crujido de los carros, que parecen gemir bajo el peso enorme de sus cargas, los gritos obtienen una superioridad notable, porque los que los dan se esfuerzan en sobresalir en medio de tan sorprendente bullicio.

  Así es que desde la mañana á la noche no es cierto que siempre nos sentimos movidos de una viva curiosidad por conocer el modo de existir de nuestros ascendientes , y que las particularidades más mínimas de sus costumbres domésticas nos parecen llenas de interés, aunque sea solo por complacernos en nuestra superioridad relativa. En el día hay algunos usos que deben recordarse, y sin cuyo conocimiento no se calificaría en adelante sino imperfectamente nuestra época. Supongamos, pues, que en las variaciones á que están sometidas las cosas humanas se aboliesen los gritos de vendedores en las calles, ¿cómo podrían nuestros descendientes tener noticia de ellos? 

   Así es que desde la mañana á la noche no se oye otra cosa que el estruendo de mil voces discordantes, que referimos á continuación, y que van disminuyendo de una manera notable, perdiéndose así esta fisonomía peculiar de nuestra capital. — El alba se anuncia en las calles de Méjico con la voz triste y monótona de multitud de carboneros, quienes parándose en los zaguanes gritan con toda la fuerza de sus pulmones: Carbosiú (Carbón, señor). 

  Poco después se hace oír la voz melancólica de los mercaderes de mantequillas, quienes sin detenerse en su marcha gritan: Mantequía mantequía de á rial y dia medio. — Cesina buena! es el anuncio con que lo interrumpe el carnicero, con una voz ronca y destemplada : este grito alterna en seguida con el fastidioso y prolongado de la sebera ó mujer que compra sebo de las cocinas, quien poniéndose una mano sobre el carrillo izquierdo, chilla en cada zaguán: ¡ Hay sebooooooo!  — Sale esta y entra la cambista, india que cambia un efecto por otro, y grita menos alto y sin prolongación de sílabas: Tejocotes por venas de chile ¡... tequesquite por pan duro! 

  Con esta tropieza un buhonero ó mercader ambulante de mercería menuda, y entrando hasta el patio, relata la larga lista de sus efectos, con tono incitativo y buscando sus ojos á las mujeres: Agujas, alfileres, dedales, tijeras, botones de camisa, bolitas de hilo? — Pero rivaliza con este el frutero, apagando sus ecos, porque con voces descompasadas y atronadoras produce la relación de todas sus variadas frutas. — Entretanto se hace oír en la esquina la tonadilla cadenciosa de una mujer que anuncia esta vendimia

  ¡Gorditas de horno calientes, mi alma!  ¡Gorditas de horno! — Los constructores de esteras ó petates de Puebla parece que no tienen otro mercado que el de Méjico para expenderlos: así es que todos se diseminan por las calles, y gritan de un modo uniforme: Petates de la Pueeeeebla! jabón de la Pueeeeebla! compitiendo con estos los indígenas que expenden los fabricados de tule en Xochimilco, que á su vez gritan con voz rasposa: Petates de cinco vaaaras! Petates de á media y tlaco! 

  El medio día no está exento de estas veces mortificantes; un limosnero reza blasfemias por un pedazo de pan; un ciego recita un romance milagroso por igual interés; al mismo tiempo se escucha el penetrante grito de una india que rasga los oídos y que anuncia: MelcuiiiiiiI (melcocha); el del quesero, que con toda la fuerza de su gaznate publica: Requesón y melado bueno!..

   Requesón y queso fresco; y el meloso clamoreo del dulcero, que según su nomenclatura particular ofrece á dos palanquetas á dos condumios caramelos de espelma bocadillo de coco relación frecuentemente interrumpida por la trémula y aguardentosa voz, ó por el agudo chillido (según la edad del individuo) de los numerosos portadores de la fortuna popular que ofrecen hasta por medio real el último billetito que me ha quedado para esta tarde y ese último nunca se acaba. 

 — En la tarde son comunes iguales gritos; pero pertenecen especialmente á esta parte del día el de las tortillas de cuajada y el fúnebre lamento del nevero, que con voz sepulcral anuncia: A los canutos nevados! En la estación de las aguas se ve correr por las calles varias indígenas con un trotecillo peculiar á ellas solas gritando: No mercan nilatzilio! con cuya voz anuncian su venta de elotes, y las nueceras la suya con esta voz seca: Toman núes ? 

 — En la noche cesan estas vendimias, y les suceden otras: los vendedores de castañas las pregonan por todas las calles de la ciudad anunciando el invierno con la voz fuerte y como contenida: Castaña asada y cosida: castaña asada! Lo mismo hacen las pateras con su canto cariñoso, que repiten á cada minuto, permaneciendo algunas en las esquinas, así como las juileras y las que expenden tamalitos cernidos, tamalitos queretanos. Por entre los innumerables gritos de vendedoras de otros objetos; algarabía infernal, que va desapareciendo paulatinamente á medida que se adelanta la noche. 

  Pero el rey de los gritos, el mas poderoso porque los domina á todos, es á medio día: A las bueeenas cabeeezas calieeeeentes de horno !
                                                 
  La Semana Santa, entre el ruido de las matracas y los racimos de Judas, repite en medio de sus procesiones el consabido estribillo: A dos rosquillas y un mamón".

 Fuente:

Arróniz, Marcos. Manual del viajero en Méjico. Compendio de la historia de la Ciudad de Méjico. Con la descripción é historia de sus Templos, Conventos, Edificios públicos, las Costumbres de sus habitantes, etc. París, 1858.

Fuente de las imágenes: Biblioteca Nacional Digital de México. Album fotográfico del siglo XIX sobre costumbres. Fotógrafo: Cruces y Campa.

Nota: Hago uso de las imágenes apegándome a los estándares de Creative Commons

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