miércoles, 22 de mayo de 2019

El elogio fúnebre en las exequias del segundo Conde de Regla, 1809

  La imagen que vemos corresponde a una calle en París, Gramont, que es la que corre en vertical, en la esquina el edificio es actualmente el de Credito Lyonnais, en esa esquina, número 9 vivió un novohispano que fue enviado a la capital francesa a estudiar, y murió allá el 13 de junio de 1815, era don José María Antonin Romero de Terreros Trebuesto, Marqués de San Cristóbal, hijo del primer Conde de Regla. El era el hermano del Segundo Conde de Regla, el que murió el 19 de octubre de 1809, a quien le dedicaron el elogio fúnebre que nos ocupa. Del mucho boato que había en esta familia, la más rica de Nueva España, sin lugar a duda, hay muchas anécdotas, como aquella de la que en su boda se gastaron 50,000 pesos, que, para los costos de la época, era el valor de una hacienda de labor de muy buenas dimensiones, de ello hablaremos en otra ocasión, lo que nos interesa ver esta vez es parte del texto leído en ese Elogio.

  Don Pedro Ramón Romero de Terreros Trebuesto Dávalos Ochoa y Castilla. Que con asistencia del Tribunal de la Inquisición dijo el día 27 de Noviembre de 1809, en la Iglesia del Convento Imperial de N. P. Santo Domingo, el doctor y maestro fray Francisco de Rojas y Andrade, Lect. de Teología en el Colegio de Porta-coeli. Quien lo dedica al señor don Pedro Ignacio de Terreros Rodríguez de Pedroso, Conde de Regla, Caballero Maestrante e la de Sevilla y Sindico de los Colegios Apostólicos de Querétaro y Pachuca. [Él, Pedro Ignacio, era el hijo del Segundo Conde de Regla y quien heredó el titulo]

 Audite ergo, Fili mei. Patrem vestrum: servite Domino in ventate, et inquirite, ut faciatisf  qua placita sunt illi. Tobiae cap. 14. f . 10.

   Un hombre Cristiano que aprovechándose de las claras, y abundantes luces, que ministra esa sagrada profesión, jamás se desvió del camino de los preceptos del Señor, y estuvo todo el tiempo de su vida, dirigiéndole sus afectos, y sacrificando su corazón en las aras de la virtud: un poderoso coronado de extraordinaria abundancia por la mano liberal del supremo Dador de los bienes, que no fue del número de aquellos necios, que atesoran, para experimentar el día de las venganzas la justa indignación del Juez eterno sino que con sus caudales hizo una exorbitante ganancia, para gozar en el Reino de los justos de luz perpetua, y quietud inalterable: un verdadero Padre de familia, que con el amor, y ternezas de su corazón supo hermanar la santa rectitud, y aspereza, que requiere el Espíritu divino, para la educación de los hijos, no pudo dar lleno más completo á sus deberes, y concluir con mayor gloria la carrera de su vida, que exhortándolos con las eficaces palabras, que acabó de referir: hijos míos, escuchad las ultimas voces, y encargos de vuestro Padre: servid á Dios con verdad, y procurad hacer lo que sea de su agrado: audite ergo.

   Pues este es el rasgo sobresaliente, con que coronó su conducta cristiana el Señor D. Pedro Romero de Terreros, primer Conde de Regla. Esta es a prueba, que al fin de sus días dio a su familia, de un amor arreglado a las máximas del Evangelio, En la hora de la muertes ya que se acercaba aquel ligero momento, que nos traslada a la eternidad, y lo separaba para siempre de las prendas de su corazón, cuando se prepara á comparecer ante el respetable Tribunal de Jesucristo, que retorna á cada uno según sus obras: corre los velos de su interior, manifiesta á su familia los ardientes deseos, que lo animan, de que sirva con puntualidad al Criador, les recomienda como su principal herencia el tesoro de las virtudes; y para que todos se enteren de su voluntad, y la tengan siempre á la vista, hace estampar sus atinadas determinaciones en las edificantes cláusulas de una carta. “Amados hijos míos, les dice: esta es la última vez, que oiréis mis palabras, y consejos, y por lo propio quiero, que, y pongáis en ellos toda la atención, que os pido, a fin de separarme de vosotros, con aquel desprendimiento santo, que es justo tener de todo lo de este mundo, para solicitar, y esperar mi salvación de las inefables misericordias del Cielo. Este discurso tiene necesidad de ser corto: los instantes me son muy necesarios, para volver sobre mi corazón, y conformidad, y para entregarme tranquilo, a obedecer la irremisible ley de mortal: y así lo reduciré cuanto pueda, repitiéndoos lo que muchas veces me habéis oído juntos, y separados: audite ergo fili mei Patrem vestrunm.

  Sea mi primer consejo, encargo, y orden, el que os améis tan tiernamente, como os he amado... que procuréis llevar ileso, y sin mancha el honor, la moderación, la rectitud, la caridad, el respeto a lo superiores, la verdad, con que os he criado, dedicándome incesantemente, á inspirar en vuestros corazones aquellas virtudes en que consiste nuestra sacrosanta Religión: ser vite Domino in verítate. Llevad en cuanto hagáis el santo temor de Dios por principio de vuestras operaciones.... para que miréis por sus pobres, para que reverenciéis y auxiliéis su templo santo, para que os tratéis como hermanos inseparables, y de un Interés unido, y para que sirváis siempre al Rey, y a la Nación como nobles miembros de ella: inuirite, ut faciatis, qua plácito, sunt illi.

   ¿Qué más podía pedir el Señor Don Pedro de su familia para formar en sus hijos ilustres héroes de la Religión? ¿Recomendaron á las suyas otra cosa los fieles amigos del Criador, Jacob, Moisés, y Tobías, tan celosos de su honor, tan agradecidos á sus finezas, tan interesados en sus obsequios.

   A imitación de la Sabiduría increada en los preceptos del Decálogo ¿no compendió en el verdadero servicio de Dios, y en las obras de su agrado, todas las determinaciones, los consejos, las importantes máximas, y saludable práctica de las virtudes, que prescribe la Ley de Jesucristo?

   Pero si en estas breves clausulas se incluye, cuanto un buen Padre puede encargar á su familia, para hacerla verdaderamente feliz; si el hombre justo no puede extender más allá de este término sus miras; si esta es una señal nada equivoca del fondo de piedad, que había cultivado, el que dicto semejantes determinaciones: del hijo que observó estos preceptos, que escuchó esos consejos, que no olvidó esos encargos, ¿se puede imaginar conducta más arreglada? ¿se puede apetecer justificación más notoria? ¿se puede dar obediencia más ciega? Pues ella es, la que ha caracterizado, y distingue la vida del difunto, cuya imponderable perdida sentimos, del Señor D. Pedro Ramón Romero de Terreros, Trebuesto, Davalos, Ochoa, y Castilla, Conde de Santa María de Regla, Gentil hombre de Camara de S. M. con entrada, Alguacil mayor, jubilado con todos los honores, del Santo Tribunal de la Fe, Alcalde; ordinario de primera elección, que fue de esta N. C. Consultor del Real Tribunal de Minería, Conjuez del de Alzadas, Individuo de la Junta de caridad, primer Diputado del Departamento de Ropería del Hospicio de pobres, y Vocal de la Junta de Vacunación del Reino. Para hablar de algunas de sus excelentes obras, para que forméis idea de sus virtudes, os presentaré: un hijo dedicado á obedecer a su Padre, que le manda servir á Dios con verdad, y hacerle sacrificios dignos de su aceptación: servite…

   Espíritu divino, que nos previenes elogiar a los varones virtuosos, que como cielos animadas publican tus maravillas, y tus glorias, para poner a la vista de los vivientes modelos exactos de perfección, que debemos imitar; comunícame tus celestiales luces, para que hable con el fruto, y decoro, qué apetezco de las acciones del difunto Conde de Regla. Esta gracia espero se dispenses o por intercesión de María Santísima, a quien saludo reverente:

AVE MARIA.

Fuente:

Elogio Fúnebre. Imprenta de Jáuregui. México, 1810. pp. 1-8

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