Es del modo que Ajofrín lo define, no en tono cáustico sino, por el contrario, con cierta alegoría, modo que bien podemos considerar es su estilo. Nada de lo que el comenta lo hace diciendo que allá (en España) sea mejor, es bastante directo y, simplemente va describiendo lo que ve, ahorrándose todo juicio crítico; quizá sea esa la razón por la cual su libro se vuelve una delicia que disfrutamos página a página. Esta vez nos lleva a imaginar el mundo del sentido del gusto pues los comentarios que hace sobre el consumo del chocolate y de los dulces nos deja ver el modo en que en aquel 1764 eran consumidos por la Ciudad de México.
“El uso del chocolate en toda la América es frecuentísimo; el más moderado lo toma dos veces, por la mañana y a las tres de la tarde; muchos lo toman tres veces; no pocos, cuatro veces, y algunos más. Por la mañana, y aun por la tarde, lo toman todos los criados y criadas, cocheros, lacayos, negros, mulatos; siendo tan común que hasta los arrieros, zapateros, oficiales de todas clases de gentes lo usan por tarde y por mañana. Y no dicen “tomar chocolate”, sino “beber chocolate”. Siendo muy de notar que aunque para labrarlo echan todos los materiales y en la misma cantidad que en España, nunca sale tan bueno, sin saber en qué consiste; sólo en Oaxaca se labra rico el chocolate. No se sabe si el ir el cacao de aquí a España contribuye con alguna cantidad en el rumbo para que allá sea mejor, al modo que sucede en el vino que camina al Norte. Hacer las once es frase con que explican la refacción que toman esta hora, o con chocolate, o con aguardiente.
El consumo del dulce es igualmente grande, pues nunca beben sin preceder el dulce, y todas las comidas acaban con dulce, y hasta que le comen no beben, teniendo por costumbre inviolable no beber ni antes de la comida, ni en medio, sino a lo último, pensando que no se puede comer habiendo ya bebido. Con que sucede a los recién venidos (y a mí me ha sucedido algunas veces) que si piden agua a los sirvientes en medio de la comida, luego le quitan el plato si no están advertidos de ello. “¡Padre! ¡Y usted bebe ahora”!, me dicen admirados. El dulce que hacen es exquisito y delicado, y lo fabrican de mil géneros, ya con frutas y raíces del país, y ya de las que han venido de la Europa. Advirtiendo que el chocolate no lo hierven, pues dicen que así mata; por lo cual hierven el agua, deshacen el chocolate en ella y lo toman.
En los días de festejo o cumpleaños, hay estilo en Méjico y demás ciudades de la América tener bailes, que llaman “fandangos”, en sus casas, a puerta abierta para todos los que quieran conviden. Cuando se hace entre gente de distinción, son estas funciones honestas, decentes y sosegadas, y bailando primero algunas danzas y minuets propios del reino, que son de bastante artificio y ligereza, prosiguen con los bailes de Europa alternando con letras y canciones ya del reino, ya de la Europa. Dura esta diversión regularmente hasta amanecer. Los fandangos de la gente común son nada decentes y en todo desordenados; beben mucho vino, aguardiente o pulque; hay muchas riñas y pendencias, y vienen a acabar en heridas y muertes.
El traje, carácter y genio de los indios pondré después. El traje de las negras y mulatas es una saya de embrocar (a modo de basquiña pequeña de seda, con sus corchetes de plata, y por ruedo una buena cinta o listón), la cual traen sobre la cabeza por lo angosto de la cintura de la saya; traen sus guardapiés, que llaman “enaguas”, de tela de China, con flecos de Holanda o encajes ricos, y calzado honesto. Y esta hermosa prenda de honestidad, gravedad y decencia sobresale en todas las mujeres del reino, pero mucho más en las señoras.
La demás gente pobre viste como puede; regularmente, los descalzos andan vendiendo zapatos, y los desnudos vendiendo vestidos. Las pobres mujeres y las indias no traen los niños delante en sus brazos, sino atrás, en las espaldas. De suerte que (decía un chistoso) todo es aquí al revés de la Europa: las basquiñas en la cabeza; las enaguas por fuera; los niños a las espaldas; los descalzos venden zapatos; los desnudos, vestidos; las lagunas dan más carne que pescado; los mosquitos van al agua” (1).
Luego de dos siglos y medio de la visita de Ajofrín, en México seguimos al revés; por ejemplo, el consumo de refrescos es el más alto del mundo, siendo que en nuestro país se producen distintas frutas todo el año.
Luego de dos siglos y medio de la visita de Ajofrín, en México seguimos al revés; por ejemplo, el consumo de refrescos es el más alto del mundo, siendo que en nuestro país se producen distintas frutas todo el año.
Fuente:
1.- Diario del viaje que hizo a la América en el siglo XVIII el P. Fray Francisco de Ajofrin. Vol I. Instituto Cultural Hispano Mexicano. México, 1964. pp. 79-81
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