miércoles, 15 de marzo de 2017

Las poco conocidas Virreinas de Nueva España y sus vicisitudes

   De los temas fascinantes que encierran los tres siglos de presencia hispana, especialmente en la época virreinal, que es la más larga pues ocupó 286 años, de 1535 a 1821 (recordando que los primeros 14 años son el periodo colonial), poco se ha hablado de las esposas de los virreyes, quizá suceda lo mismo que en la actualidad, que la “primera dama” brilla por su ausencia y solamente se le ve en actos sociales y en contados eventos de carácter político. Así pues, al hacer recuento de sus maridos, los Señores Virreyes, nos viene a la cabeza el nombre de al menos tres, quizá un poco más si eres aficionado a la historia o porque has visto nombres de las calles en el centro histórico de la ciudad de México… aunque, por ejemplo aquí, en Salamanca, Guanajuato, hay una calle en el barrio de Nativitas llamada Duque de Alburquerque, otra llamada Conde de Monterrey. (Aclaro que en la imagen vemos a la familia Fagoaga.)

   O porque la ciudad en donde vives tiene el apellido o más bien el título nobiliario de un Virrey, así tenemos varias Cadereyta, un Linares, un Salvatierra, un Monterrey, un Guadalcazar, un Monclova; ni que decir de las islas Revillagigedo o la de Cerralvo. O las ciudades que eran novohispanas y ahora están “del otro lado”: Alburquerque y Galveston. Poca memoria hay de las virreinas, quizá solo se sepa algo de la bella Lisi, como apodaba Sor Juana a la virreina en turno y los profesionales de la historia han logrado poner nombre, apellido y abundantes títulos nobiliarios a quienes, casi a escondidas, casi encerradas en su palacio ocupaban el empeño de ser la esposa del Virrey, por tanto, la Señora Virreina.

   Fueron 61 virreyes, de ellos 9 tuvieron un doble cargo pues, además, eran Obispos. 9 de los virreyes eran viudos, 5 solteros, otros no trajeron a sus esposas y las dejaron en España y de los que sí las trajeron solamente se conoce el nombre de 28 de ellas. Por ejemplo los de María Luis Manrique de Lara y Gonzaga, princesa de Mantua, condesa de Paredes, esposa del 28° virrey Tomás Antonio de la Cerda y Aragón, marqués de la Laguna. Fue ella la segunda mecenas de Sor Juana, quien la apodó “Lisi”. 

   Una virreina conocida fue Leonor Carreto, marquesa de Mancera, ocupó el cargo de 1664 a 1673 fue la primera mecenas de Sor Juana; era la esposa de Antonio de Toledo y Salazar, marqués de Mancera, 25° Virrey. La vida de la virreina termina cuando iba de regreso a España pues muere en Tepeaca, Puebla. La única virreina nacida en México fue María Francisca de la Gándara y Cardona, esposa del 60° virrey, Félix María Calleja del Rey, primer conde de Calderón, enemigo acérrimo de los Insurgentes. Trágica fue la vida de la virreina esposa del 56° virrey, José de Iturrigaray Aróstegui, Inés de Jáuregui y Aróstegui  su historia la puedes ver aquí.

   Varios nombres de más virreinas de la Nueva España podemos agregar, Francisca Fernández de la Cueva, esposa de Rodrigo Pacheco y Osorio, marqués de Cerralvo. Elvira Toledo, esposa de Gaspar de la Cerda Sandoval Silva y Mendoza, conde de Galve. Blanca Enríquez de Velasco, esposa de Álvaro Manrique de Zúñiga, marqués de Villamanrique. Ana María de Mendoza, esposa y prima hermana de Juan de Mendoza y Luna, marqués de Montesclaros. Para ver más sobre las virreinas, su vida, sus nombres, te recomiendo ampliamente leer este enlace (1). Y para enterarnos de las barbaridades que también ocurrieron en torno a las virreinas, a continuación un escandaloso ejemplo:

  “El insigne Don Luis de Velasco, el segundo, tuvo por esposa a Doña María de Ircio y de Mendoza, hija del Conquistador Martín de Ircio, Encomendero de Tepeaca, El Marqués de Guadalcázar casó con una dama austriaca, doña Ana María Riederer de Paar, Condesa de Barajas, dama de la Reina Margarita e hija de don Juan Jorge Riederer y de doña María Isabel Adorno de Amerín. El vigésimo Virrey del a Nueva España, don Francisco Fernández de la Cueva, VIII Duque de Alburquerque, en compañía de su esposa doña Juana Francisca de Armendáriz, Marques a de Cadereyta, Condesa de la Torre y Camarera Mayor de la Reina.

   “Como era tan pacífica la vida colonial de México, sobre todo comparada con la de las Cortes de Madrid y de Versalles, las esposas de los Virreyes, especialmente a fines del siglo XVII y principios del XVIII, tuvieron pocas oportunidades para lucir, socialmente hablando. Los saraos y besamanos en palacio, las funciones religiosas, las visitas a los conventos, los días de campo en San Ángel o San Agustín de las Cuevas, con una que otra excursión a Guadalupe o los Remedios, llenaban la vida de aquellas damas, vida que si carecía de emociones fuertes, abundaba, en cambio, en suaves goces que hacían a las Virreinas cobrar gran afecto a México, al grado que, cuando terminaba el período de gobierno de sus maridos, partían generalmente en medio de copiosas lágrimas. La sociedad de entonces, por su parte, no dejaba de encariñarse con sus gobernantes; de manera que solían ir a despedirlos, con marcadas muestras de afecto, hasta San Agustín, Guadalupe o la Piedad, la Real Audiencia, los Tribunales y las personas más prominentes de la capital.  

  “Don Agustín de Ahumada y Villalón tuvo por esposa a su sobrina doña Luisa María del Rosario de Ahumada y Vera, en su propio derecho Marquesa de las Amarillas, dama en alto grado afecta a la ostentación y al lujo.

  Cuando se supo en México que había sido nombrado Virrey de la Nueva España, el Excmo. Señor don Miguel de la Grúa Talamanca y Branciforte, marqués de Branciforte, se despertó grandemente el interés de la sociedad de la colonia, por estar casado dicho personaje con una hermana del verdadero señor de las Españas, don Manuel de Godoy, Príncipe de la Paz, valido del pusilánime Carlos IV. Era, en efecto, la marquesa de Branciforte señora de muchas campanillas, dama de honor de la Reina y de la Banda de María Luisa; y, cuando el Virrey hizo su entrada pública a la Ciudad de México, las esposas de los Oidores, queriendo honrarla de especial manera, se reunieron en los corredores de Palacio para recibirla.

  “Branciforte demostró, desde un principio, que su único afán era enriquecerse, y no desdeñó en apelar a adulaciones al monarca y a otros medios ruines para conseguir su objeto, en los cuales, se dice, tomó no pequeña parte su esposa doña María Antonia de Godoy y Álvarez, quien, prendada de las perlas que resplandecían sobre los pechos y brazos de las grandes damas de la corte virreinal, ideó una manera de engañar a las sencillas mexicanas en provecho propio. Como notaran los Virreyes que lo que hacía la Branciforte era en seguida copiado por las damas de la colonia, convidaron en cierta ocasión a palacio a toda la aristocracia de entonces y cuál no sería la sorpresa de ésta, al notar que la Virreina no ostentaba ni una sola perla, si no magnífico aderezo de corales. Mayor fue el asombro de la  concurrencia al oír de los autorizados labios de los Virreyes, que las perlas ya no estaban de moda, sino únicamente los corales. En los días siguientes, las poseedoras de perlas despojárnosle de ellas a vil precio, y compráronse corales, mientras que los Branciforte, de tras mano, efectuaban una verdadera pesca milagrosa” (2).

Sobre la virreina Mariana Isabel de Leyva y Mendoza hay un interesante ensayo aquí.

Fuente:

1.- Rubial García, Antonio. Las virreinas novohispanas, presencia y ausencia. UNAM. Estudios de Historia Novohispana. Núm. 50, México. Enero-junio 2014. pp. 3-44

2.- Romero de Terreros, Manuel. Bocetos de la vida social en la Nueva España. Editorial Porrúa, México, 1944

Este libro no lo conozco, pero, viniendo de la pluma de Artemio de Valle Arizpe, no dudo que sea magnífico.

1 comentario:

  1. Excelente relato. Me gustaría que la educación en México pusiera más énfasis en la época Virreinal que en el s. XIX.

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