miércoles, 22 de marzo de 2017

Los Chichimecas, el pueblo menos conocido del antiguo México

   Es un pueblo desconocido porque siempre hemos especulado en torno a él y poco nos hemos atrevido a estudiarlo. Si entender la civilización Azteca, Maya, Tolteca u Olmeca, es complicado, más aun a los Chichimecas que, siendo un pueblo derrotada y en el entendido de que son los triunfadores quienes escriben la historia; creemos es poco lo que hay de ellos… más bien, poco interés le hemos puesto en entender lo que fue el confuso periodo mexicano en el “principio de los tiempos” por pretender colocarlos en algún momento del ahora llamado time-line.

 En este Bable ya dimos cuenta de algunos datos, como que al decir “Chichimeca” estamos englobando a una cantidad grande de pueblos, sesenta en número, si mal no recuerdo, pero, al haber pocas fuentes que nos den datos precisos de la grandeza Chichimeca, caemos en el coloquial “chichi” y su significado y de que eran nómadas, punto. Pero más bien deberíamos poner un punto y coma y tratar de entender lo que fueron. Para ello colaboro transcribiendo esto que Clavijero nos dejó como herencia de veracruzano que fue a morir por caprichos o intereses del “Rey de las Españas” y sus días terminaron en Bolonia, Italia.

  “Con la destrucción de los Toltecas quedó solitaria y casi enteramente despoblada la tierra de Anáhuac, por espacio de más de un siglo, hasta la llegada de los Chichimecas (1). Eran estos, como los Toltecas que les precedieron, y las otras naciones que les vinieron en pos, originarios de los países septentrionales; pudiéndose con razón llamar el Norte de América, como el de Europa, la almáciga del género humano. De uno y otro salieron, a guisa de enjambres, naciones numerosísimas a poblar las regiones del Mediodía. El país nativo de los Chichimecas, cuya situación ignoramos, se llamaba Amaquemecan, donde, según decían, los monarcas de su nación habían dominado mucho tiempo (2).

  Era singular, como parece por su historia, el carácter de los Chichimecas; porque á cierta especie de civilización, unían muchos rasgos de barbarie. Vivían bajo la autoridad de un soberano, y de los jefes y gobernadores que lo representaban: su sumisión no cedía a la de las naciones más cultas. Había distinción de plebeyos y nobles: los primeros estaban acostumbrados a reverenciar a los que eran superiores a su condición por el nacimiento, por el mérito o por la voluntad del príncipe. Vivían congregados en lugares compuestos, como debe creerse, de míseras cabañas (3); pero no se empleaban en la agricultura, ni en las artes compañeras de la vida civil. Se alimentaban de la caza, de las frutas y de las raíces que les daba la tierra inculta. Su ropa se componía de las toscas pieles de las fieras que cazaban, y no conocían otras armas que el arco y la flecha.

  Su religión se reducía al simple culto del sol, al que ofrecían la yerba y las flores del campo. En cuanto a sus costumbres, eran ciertamente menos ásperos y rudos, que lo que permite la índole de un pueblo cazador.

 Xolotl, primer rey de los chichimecas en el Anáhuac.

  El motivo que tuvieron para dejar su patria, es incierto, como también lo es la etimología del nombre Chichimecatl (4). El último rey que tuvieron en Amaquemecan, dejó dividido el gobierno entre sus dos hijos Achcauhtli y Xolotl. Este, o disgustado, como suele suceder al ver dividida su autoridad, quiso probar si la fortuna le deparaba otros países en que pudiera reinar sin rivalidad, o viendo que los montes de su reino no bastaban al alimento de los habitantes, cuyo número aumentaba, intentó remediar la necesidad mudando de residencia. Tomada aquella resolución por uno o por otro motivo, y hecho por los exploradores el reconocimiento de una gran parte de las tierras meridionales, salió de su patria con un gran ejército de sus súbditos, que o por afecto o por interés quisieron seguirlo. En su viaje iban encontrando las ruinas de las poblaciones Toltecas, y especialmente las de la gran ciudad de Tula, a la que llegaron después de diez y ocho meses de marcha. Dirigiéronse en seguida hacia Zempoala y Tepepolco, a distancia de cuarenta millas del sitio de México. De allí mandó Xolotl a su hijo el príncipe Nopaltzin á observar el país. El príncipe recorrió las orillas de los dos lagos y las montañas que circundan el delicioso valle de México, y habiendo observado el resto del país desde una elevación, tiró cuatro flechas a los cuatro puntos cardinales, en señal de la posesión que en nombre del rey su padre tomaba de toda aquella tierra. Informado Xolotl de las circunstancias del territorio, tomó la resolución de establecerse en Tenayuca, a seis millas de México, hacia el Norte, y distribuyó toda su gente en las tierras comarcanas; pero por haberse agolpado la mayor parte de la población hacia el Norte y hacia el Nordeste, aquellas tierras tomaron el nombre de Chichimecatlctli, es decir, tierra de los Chichimecas. Los historiadores dicen que en Tenayuca se hizo la revista de la gente, y que por eso se le dio el nombre de Nepohualco, que significa numeración; pero es increíble lo que dice Torquemada, a saber: que de la revista resultó mas de un millón de Chichimecas, y que hasta su tiempo se conservaron doce montones de piedras de las que ellos iban echando al pasar la reseña. No es verosímil que tan numeroso ejército se pusiese en camino para una jornada tan larga, ni parece posible que un distrito tan pequeño bastase a un millón de cazadores (5).

  Establecido el rey en Tenayuca, que desde entonces destinó para corte de sus estados, y dadas las órdenes oportunas para la fundación de las otras ciudades y villas, mandó a uno de sus capitanes, llamado Achitomatl, que fuese a reconocer el origen de ciertos ríos, que él había observado durante la expedición. Achitomatl encontró en Chapultepec, en Coyoacán y en otros puntos, algunas familias Toltecas, de las cuales supo la causa y la época de la destrucción de aquel pueblo. No solo se abstuvieron los Chichimecas de inquietar aquellos míseros restos de tan célebre nación, sino que contrajeron alianza con ellos, casándose muchos nobles con mujeres Toltecas, y entre ellos el mismo príncipe Nopaltzin se casó con Azcaxochitl, doncella descendiente de Pochotl, uno de los dos príncipes de la casa real de los Toltecas, que sobrevivieron a la ruina de su nación. Esta conducta humana y benévola produjo grandes bienes a los Chichimecas; pues con el trato de la laboriosa nación que los había precedido, empezaron a aficionarse al maíz y a otros frutos de su industria: aprendieron la agricultura, el modo de extraer los metales, el arte de fundirlos, el de trabajar las piedras, el de hilar y tejer algodón, y otras muchas, con cuyo auxilio mejoraron su alimento, su traje, sus habitaciones y sus costumbres.

Llegada de los Acolhitis y otros pueblos.

  No contribuyó menos eficazmente a mejorar la condición de los Chichimecas, la llegada de otras naciones civilizadas. Apenas habían pasado ocho años después del establecimiento de Xolotl en Tenayuca, cuando llegaron a aquel país seis personajes, que parecían de alta condición, con un séquito considerable de gente (6). Eran estos de un país septentrional, próximo al reino de Amaquemecan, o a lo menos no muy distante de él, cuyo nombre no dicen los historiadores; pero tenemos motivos para creer que era Aztlán, patria de los Mexicanos, y que estas nuevas colonias eran aquellas seis tribus célebres de los Nahuatlacas, de que hablan todos los historiadores de México, y de que luego haré mención. Es probable que Xolotl enviase a su patria el aviso de las ventajas de aquel país, donde se había establecido; y que esparcidas estas noticias entre las naciones circunvecinas, mucha s familias se decidiesen a seguir sus pasos, para ser partícipes de su felicidad. También puede pensarse que sobrevino una escasez en aquellas tierras del Norte, y que esta circunstancia obligó a muchos pueblos a buscar su sustento en las del Mediodía. Como quiera que sea, los seis personajes que vinieron a Tenayuca, fueron benignamente recibidos por el rey Chichimeca, el cual, informado del motivo de su viaje, y de su deseo de establecerse en aquellas regiones, les señaló tierras en que pudieran vivir y propagarse.

   Pocos años después llegaron otros tres príncipes con un grueso ejército, de la nación Acolhua, originaria de Teoacolhuaean, país vecino, ó no muy remoto del reino de Amaquemecan. Llamábanse estos magnates Acolhuatzin, Chiconcuauhtli, Tzmtecomatl, y eran de la nobilísima casa de Citint su nación era la más culta y civilizada de cuantas habían venido a aquellas tierras después de los Toltecas. Fácil es de imaginarse el rumor que produciría tan extraña novedad en aquel reino, y la inquietud que inspiraría á los Chichimecas tanta multitud de gente desconocida. No parece verosímil que el rey les permitiese entrar en su territorio, sin informarse antes de su condición y del motivo de su venida. Hallábase a la sazón el rey en Tezcoco, adonde había trasladado su corte, o cansado de vivir en Tenayuca, o atraído por la ventajosa situación de aquella nueva residencia. A ella se dirigieron los tres príncipes; y presentados al rey, después de una profunda inclinación, y de aquella ceremonia de veneración, tan común entre ellos, que consiste en besarse la mano, después de haber tocado con ella el suelo, le dijeron en sustancia: “Hemos venido, o gran rey, del reino de Teoacolhuacan, poco distante de vuestra patria. Los tres somos hermanos e hijos de un gran señor; pero instruidos de la felicidad de que gozan los Chichimecas bajo el dominio de un rey tan humano, hemos preferido a las ventajas que nos ofrecía nuestra patria, la gloria de ser vuestros súbditos. Os rogamos, pues, que nos deis un sitio en vuestra venturosa tierra, en que podamos vivir dependientes de vuestra autoridad, y sometidos a vuestros mandatos". Quedó muy satisfecho el rey, menos de la gallardía y de los modales cortesanos de aquellos nobilísimos jóvenes, que de la lisonjera vanidad de ver humillados a su presencia tres príncipes atraídos de tan remotos países por la fama de su poder y de su clemencia. Respondió con agrado a sus expresiones, y les prometió condescender con sus deseos; pero en tanto que deliberaba sobre el modo de hacerlo, mandó a su hijo Nopaltzin que alojase aquellos extranjeros, los cuidase y atendiese.

  Tenía el rey dos hijas en edad de casarse, y pensó darlas por esposas a los dos príncipes mayores; mas no quiso descubrir su proyecto, hasta haberse informado de su índole, y estar cierto de la aprobación de sus súbditos. Cuando quedó satisfecho sobre ambos puntos, llamó a los príncipes, que no dejaban de estar inquietos acerca de su suerte, y les manifestó su resolución, no solo de darles estados en su reino, sino también de unirlos en casamiento con sus dos hijas; quejándose de no tener otra a fin de que ninguno de los ilustres extranjeros quedase excluido de la nueva alianza. Los príncipes le manifestaron su gratitud en los términos más expresivos, y se ofrecieron a servirlo con la mayor fidelidad.

  "Llegado el día de las bodas, concurrió tanta muchedumbre de gente á Tenayuca, lugar destinado para la celebridad de aquella gran función, que no siendo la ciudad bastante a contenerla, quedó una gran parte de ella en el campo. Casóse Acolhuatzin con la mayor de las dos princesas, llamada Cuetlaxochitl, y Chiconcuauhtli con la menor. El otro príncipe se casó con Coatetl, doncella nacida en Chalco de padres nobilísimos, en los cuales se había mezclado la sangre tolteca con la chichimeca. Las fiestas públicas duraron sesenta días, en los cuales hubo lucha, carrera, combates de fieras, ejercicios análogos al genio de los Chichimecas, y en los cuales sobresalió el príncipe Nopaltzin. A ejemplo de la familia real, se fueron uniendo poco a poco en casamiento otras muchas de las dos naciones, hasta formar una sola, que tomando el nombre de la más noble, se llamó Acolhua, y el reino Acolhuacan. Conservaron, sin embargo, el nombre de Chichimecas, aquellos que, apreciando mas bien las fatigas de la caza que los trabajos de la agricultura, ó incapaces de someterse al yugo de la subordinación, se fueron a los montes que están al Norte del valle de México, donde abandonándose al ímpetu de su bárbara libertad, y viviendo sin jefes, sin leyes, sin domicilio fijo y sin las otras ventajas de la vida social, corrían todo el día en pos de las bestias salvajes, y se echaban a dormir donde les cogía la noche. Estos bárbaros, mezclados con los Otomites, que seguían el mismo sistema de vida, ocuparon un terreno de más de trescientas millas de extensión, y sus descendientes estuvieron muchos años molestando a los españoles después de la conquista de México" (1).

Notas dadas por Clavijero:

[1] En mi Disertación II contradigo á Torquemada, el cual no cuenta más que once años entre la ruina de los Toltecas y la llegada de los Chichimecas.

[2] Nombra Torquemada tres reyes Chichimecas de Amaquemecan, y da al primero 180 años de reinado, al segundo 156, y al tercero 133. Véase lo que digo en mi segunda Disertación sobre la desatinada cronología de aquel autor. El mismo afirma positivamente que Amaquemecan distaba seiscientas millas del sitio en que hoy se halla Guadalajara; pero en más de mil y doscientas millas de país poblado que hay más allá de aquella ciudad, no se encuentra vestigio ni memoria del reino de Amaquemecan; por lo que creemos que este país, aun no conocido, es mucho mas setentrional que lo que se imagina Torquemada.

[3] Torquemada dice que los Chichimecas no tenían casas, sino que habitaban en las cavernas de los montes; pero en el mismo capítulo afirma que la ciudad, capital de su reino, se llamaba Amaquemecan: grosera y manifiesta contradicción, á menos que Amaquemecan fuese una ciudad sin casas, o que haya ciudades compuestas de cavernas. Este defecto es mu y común en aquel autor, apreciable bajo otros aspectos.

[4] Torquemada dice que este nombre se deriva de Techickimani, que quiere decir chupador, porque chupaban la sangre de los animales que cogían. Pero esta etimología es violenta, mayormente entre aquellos pueblos que no alteraban tanto los nombres. Betancourt creé que se deriva de Chichime, que significa perro, nombre que les daban por burla otros pueblos; pero si así fuera, ellos no se gloriarían, como se gloriaban en efecto con el nombre de Chichimecatl. 

[5] Torquemada dice que el país ocupado entonces por los Chichimecas tenía veinte leguas, o sesenta millas de largo.

[6] Los nombres de estos caudillos eran: Tecuatzin, Tzontehuayotl, Zacatitechc.

Fuente de la obra:

Clavijero, Francisco Javier. Historia antigua de México. Tomo I. Imprenta de Lara. México, 1844. pp. 54-57


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