lunes, 20 de agosto de 2012

La Ceiba, el árbol sagrado maya.

 De entrada hago la aclaración de que este árbol seco que vemos en la foto NO es una Ceiba, esas no crecen por estos lares; se trata, creo, de un mango. La toma la hice el viernes pasado, cuando la tormenta tropical acabó de pasar por San José del Cabo. Al ver el reflejo en el charco me hizo recordar una imagen que vi hace tiempo en la otra península, la de Yucatán, en el museo de la Cultura Maya en Chetumal. Allí se aprovecha la doble altura para exhibir una Ceiba que nos deja ver claramente el valor que se le daba en la civilización maya. 

Y ahora que en estos días hemos estado hablando mucho de calendarios y de movimientos astrales, que mejor momento para graficar esa ida de lo que es el tiempo de acuerdo a la Cosmogonía, a la Cosmovisión maya.

 En esta imagen que encontré en un blog guatemalteco (perdón pero no recuerdo el nombre), vemos como la Ceiba se puede interpretar como el recorrido del Sol a lo largo de las 24 horas del día. La primera cosa que hay que precisar es que, ellos veían los movimientos de modo inverso a como nosotros leemos el reloj, es decir de derecha a izquierda, marca el amanecer a las 5 y el atardecer a las 7, quedando así el mediodía y la media noche en forma vertical, como si fuera el tronco de la Ceiba. La noche se interpreta también como el Xibalbá, el mundo de los muertos, algo igual a lo que los aztecas conocían como Mictlán.

Esta es una idea más del equilibrio perfecto que es la vida.

   "Los mayas concebían el tiempo en forma cíclica, concepto fundamentado en el eterno movimiento del sol, la luna y los cuerpos celestes. Lo consideraban un atributo de los dioses, pues ellos lo llevaban a cuestas.

    Tenían ciclos cortos, como el Winal, de 20 días, y otros largos, como la llamada Rueda Calendárica, resultado de combinar el calendario sagrado llamado Tsolk'iin de 260 días (13 numerales por 20 nombres), con el Ja'ab o año solar, de 365 (18 meses por 20 días, y un período de 5 días considerados aciagos). En este engranaje, de 52 años en total, las fechas no se repetían sino hasta iniciar un nuevo ciclo.

  "Esta concepción estaba ligada a un espacio universal en el que tenía lugar el fluir infinito del tiempo. Estaba constituido por la tierra, que era un plano rectangular, con trece planos celestes por arriba y nueve mundos inferiores por abajo. En el centro había una ceiba (Ceiba Pentandral), el Ya'axche', sagrado y primigenio árbol verde de la vida, que atravesaba todos los espacios, uniéndolos entre sí.

    Creían en un solo dios llamado Junab K'uj, creador de los cielos, la tierra y de todo lo existente en esta vida. En las esquinas del mundo estaban los Bacabes sosteniéndolo, cada uno con sus características propias: al norte estaba Xaman y su color era el blanco; al sur, Nojol, de color amarillo; al este, Lak'in, con su color rojo; y al oeste Chik'in, al que le correspondía el color negro.

    Los trece espacios celestiales eran llamados Óoxlajuntik'uj, y correspondían a las ramas superiores más frondosas de la ceiba, a cuya sombra se gozaba de frescura y descanso eterno. Cada uno estaba regido por una deidad. Las raíces gruesas y profundas del Ya'axche' conducían a los nueve mundos inferiores o Bolontik'uj, cada uno vigilado por su guardián protector.

  "Éste era el lugar en el que los ciclos de los humanos se enlazaban a las secuencias divinas que regían sus destinos. El recorrido del sol, principio de vida y movimiento: asciende del oriente iluminando los cielos hasta ocultarse por el poniente, y penetra en el inframundo convertido en jaguar para luchar contra las fuerzas de la oscuridad durante la noche, y renacer triunfante una vez más, y otra, y otra, y otra. Esta cosmovisión estuvo y está presente en la cultura maya; normó la economía de la vida cotidiana, los saberes, las fiestas y sus rituales, el culto a los dioses, la simbología del arte y la arquitectura.

    Para los mayas, la vida humana estaba constituida por el Pixan, regalo que los dioses entregaban al hombre desde el momento en que era engendrado; este fluído vital determinaba el vigor y la energía del individuo, era una fuerza que condicionaba la conducta de cada hombre y las características de su vida futura. El elemento que viajaría al inframundo al sobrevenir la muerte física. (1)

Esta es una Ceiba, la foto la tomé en el pueblo (Comisaría) de Popolá, municipio de Valladolid, Yucatán.

Fuente:

1.- Buenfil, Valerio, et alt. Hanal Pixan: Alimento de las Almas. Yucatán: Identidad y Cultura Maya. Revista Electrónica de la Universidad de Yucatán.

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