Claro es que si andamos a la carrera, de prisa, en auto y con agenda repleta lo que menos tenemos es tiempo para detenernos, observar, entender, interpretar y admirar. Pero si andamos a pie, caminando por el lugar que sea, sin prisas ni compromisos y con ojo explorador (y entendedor) iremos notando cómo se manifiesta la naturaleza en estos días primaverales, lo hace especialmente a través de dos colores: morado y amarillo.
No es de extrañarnos que las celebraciones de Semana Santa se revistan de color morado, que es asociado a la penitencia, al dolor y al tiempo de reflexión con la que fue concebida originalmente. El que hoy asociemos estos días (demasiado cálidos debido al cambio climático) con las vacaciones y la playa es producto de la publicidad y el ansia de salir casi huyendo de una abarrotada ciudad para irnos a una abarrotada playa. Nos cuesta trabajo asimilar la soledad.
Las jacarandas florecen espléndidas por todos lados, cambian la vista de las poblaciones en donde las encontramos por la calle... y los mercados se llenan, especialmente en la víspera del Viernes de Dolores, de flores silvestres que abundan en estos días y que son moradas, amarillas y blancas... los colores cuaresmales.
De los "pastitos" y de la fiesta del mes Tozoztontil hablaremos luego pues, casualidades de la vida, este año de 2017 el Viernes de Dolores coincide con el inicio del mencionado mes, lo cual nos reafirma aquello que Robert Ricard estudió y dio por nombre La conquista espiritual de México.
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