De la tradición de levantar altares hay dos que sobreviven en México, uno es el de Dolores, que se levanta el Viernes previo al inicio de la Semana Santa, el otro es el de Muertos. La casualidad de que sigan vigente está en el tiempo en que se hacen, el primero cuando la siembra está empezando a crecer en los campos; el segundo cuando la cosecha fue ya levantada. Esto nos remite a un culto que va más allá de la tradición católica, pues nos dice de un culto a la tierra y los frutos que ella nos otorga.
Este año de 2017 hay una enorme coincidencia con la fecha correspondiente al Viernes de Dolores pues en el calendario aparece como 7 de Abril y en el calendario prehispánico la fecha es 1 xóchitl, inicio del mes Tozoztontli, mes de la pequeña vigilia que, ahora que veremos en lo que consistían las celebraciones propias de ese mes verás la cantidad de similitudes que hay con el Altar de Dolores:
“El cuarto mes del año, del 26 de marzo al 14 de abril, se llamaba Tozoztontli, “ayuno corto”, y estaba dedicado a Coatlicue, la diosa de la tierra y a Tláloc, el dios de la lluvia. Antes de que celebrasen la fiesta, hacía un ayuno corto, de un solo día, en el cual adornaban el templo de Yopico, en la misma plaza mayor, que estaba dedicado a Coatlicue, la de la falda de serpientes, y por otro nombre llamada Tonantzin, nuestra madre, la diosa que crea todos los seres que viven sobre la tierra. Esta festividad estaba a cargo de los xochimananque, los cultivadores de flores, tanto de las que las sembraban en la tierra firme como los que lo hacían en la Chinampa, los jardines flotantes del lago.
El día de la fiesta todos los xochimananque se iban muy temprano al templo de Coatlicue y allí se pasaban todo el día sentados en el patio, cantando y tañendo sus sonajas, al mismo tiempo que ofrecían flores a la imagen de la diosa. Estas flores que se ofrecían eran como primicias, porque eran las primeras que nacían aquel año, y nadie osaba oler flor ninguna de aquel año hasta que se ofreciesen, ante la dicha imagen, las primicias de las flores. Y era como pedir permiso a la diosa para gozar de las cosas que ella producía.
Y en esta fiesta, los xochimananque hacían también unos tamales de hojas de cenizos y los ofrecían en el mismo templo, delante de la diosa que llamaban Tonantzin, a la cual estos maestros de cultivar flores tenían gran devoción. Y luego obsequiaban a los que asistían a la fiesta de estos tamales y de estas flores, porque la gente de esta tierra había convertido en un placer especial el saber oler el perfume de las flores, lo cual hacían ellos con mucha elegancia y distinción. Y en este mismo mes, cuando el maíz sembrado en los campos daba como a la rodilla ofrecían a Tláloc, el dios de la lluvia un niño y una niña de 7 a 8 años de edad, lo cual hacían en lugares diferentes y en fechas distintas.
El niño lo ofrecían en el monte de Tlaloc, donde tenían una escultura del dios hecha de piedra, a la manera de la que estaba en el templo mayor, donde ponían juntos a Tlaloc y a Huitzilopochtli, porque a los dos los veneraban por igual. El día de la fiesta, luego en amaneciendo, salían los señores principales y sus demás acompañantes llevando el niño metido en una litera, por todas partes cubierto, que nadie no le viese, y puestos todos en ordenanza, iban como en procesión hasta el monte dicho y subían al tetezcualco, el oratorio cercado de piedras, para que nadie lo profanase. Y llegados ahí, delante de la imagen de Tláloc, mataban aquel niño, dentro de la litera, que nadie no le veía, al son de muchos caracoles y flautas rociando la imagen del dios con la sangre del niño y enterrando su cuerpo en el mismo lugar. Y oficiaba en ese sacrificio el sumo sacerdote del templo mayor.
El ofrecimiento de la niña se hacía en el teuhtlalpan, un bosque artificial que estaba enfrente del templo mayor, a donde iban los grandes sacerdotes y demás dignidades del templo, muy vestidos de pontifical, llevando la niña metida en un pabellón que no la veía nadie, tapada por todas partes, de la misma manera que los señores habían llevado el niño al monte. Llevaban la niña en hombros, dentro de aquel pabellón, toda vestida de azul, porque representaba a la laguna grande. Sentaban a la niña en aquel bosque, vuelta la cara hacia donde estaba la capilla del dios Tlaloc y luego traían un teponaxtle y sentados todos sin hablar, teniendo la niña por delante le cantaban muchos y diversos cantares.
Después volvían a tomar la niña, en el mismo pabellón, toda cubierta, y la llevaban al embarcadero, donde tenían una canoa toda engalanada para llevarla al centro del lago, al lugar que llamaban Pantitlán, en el que había un sumidero que hacía un remolino de agua. Llegados ahí, los mismos sacerdotes sacrificaban a la niña dentro del pabellón, que no la viese nadie al son de las flautas y ocarinas, rociando con su sangre hacia las cuatro partes de la laguna, y luego echaban el cuerpo de la niña en aquel resumidero de agua, el cual se la tragaba, de suerte que nunca más aparecía".
El Altar de Dolores que ahora vemos lo monté en Romita, Guanajuato el 7 de Abril de 2017.
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