Una vez más, haciendo uso del texto por demás hermoso, sutil y romántico de Arróniz y combinándolo con una serie de fotografías de época que muestran tanto los distintos trajes que entonces se usaban, como los diferentes oficios que se desarrollaban, para darnos una idea de lo que eran esos tiempos... "cándidos", a mitad del siglo XIX:
El traje más romántico es sin duda el de la saya y la mantilla; es también el más adecuado á las damas, porque con su negro velo trasparente y bordado simboliza su modestia y su recato, y cuando echado con soltura hacia atrás en ondulantes y graciosos pliegues, se ve aparecer la blancura de la frente y el brillo de los ojos, como una ilusión de esperanza y amor. De este traje ha dicho Byron que es alegre y místico á la vez; es sin duda propio para todas ocasiones. En nuestro país se iba perdiendo esta costumbre española, que trae su origen de esas razas que levantaron el aéreo Alcázar de la Alhambra, ligero y calado como las blondas; pero aquí, en nuestro país, solo se usaba ya para las visitas de cumplimiento; en las grandes festividades religiosas, y el jueves y viernes santos para asistir á aquellas augustas ceremonias.
Pero ahora comiénzase á llevar con más frecuencia, y sirve para realzar sin duda alguna los encantos naturales de nuestras elegantes paisanas. Cuando se acompaña con el vestido de terciopelo de colores serios, en vez del raso, forma un contraste muy bello la ligereza aérea de la mantilla con el relieve blando de la saya. Si aquella es de blonda blanca y esta de terciopelo negro, la hermosa que lo lleva presenta un conjunto indefinible; así hemos visto á nuestra amada, y nos pareció la más bella y poética personificación del Alba: el arco noble de su frente y sus azules y luminosos ojos, la luna con sus luceros, saliendo de entre las nubes blancas de la blonda, que esclarecía al oscuro vestido, imagen de la noche.
De estos trajes elegantes descendamos á los vulgares, de la poesía á la prosa. El traje del aguador es característico en Méjico, y este acuoso personaje vive por lo común en un cuarto de una casa de vecindad, ó en una accesoria de barrio. A las seis de la mañana se viste su camisa y calzón blanco de manta, y unas calzoneras de pana ó gamuza que solo le llegan á la rodilla. Encima de esto se pone un capelo, pareciendo por delante á la figura de una armadura antigua, aunque su material es de cuero, y por detrás forma un rodete que sirve para mantener en seguro equilibrio el chochocol, que tiene la figura de una grande granada de artillería, y es de un barro rojo, donde él lleva su capital, el agua.
Cubre su cabeza con un casquete de cuero, de la figura del que usan los cenceños jokíes ingleses , y por medio de una correa que le pasa por la frente, sostiene por las asas la voluminosa vasija, mientras de otra correa cuelga á su cabeza otra vasija más chica que viene á ser un cántaro. Este es el galán de las criadas, la crónica ambulante del barrio, y muchas veces el conductor de epístolas amatorias á las niñas de la casa, cuando el infortunado amante no tiene entrada, y es para él un castillo formidable y feudal; entonces el aguador es su mejor instrumento, pues está en contacto con las criadas, y halla franca entrada á todas horas del día.
El Ranchero es uno de los tipos más curiosos del país, y, como los Árabes, su vida casi siempre pasa sobre el caballo; es una nueva especie de centauro, y su traje se compone de unas calzoneras de gamuza de venado, adornadas á los lados de botones de plata que reemplazan á la costura abrochándose á unos ojales: otros según sus proporciones las usan de paño con adornos de galón de oro; y colocan sobre la pantorrilla las botas de campana, que son dos pieles gruesas de venado realzadas con diferentes dibujos; cada una de esas pieles se dobla por la mitad y por el ancho, y así que están dobladas se envuelven las pantorrillas con ellas, y se las atan con una liga; hay algunas ricamente bordadas de oro.
Su sombrero es comúnmente poblano, con toquilla de cordón de plata ó chaquira, cuentecillas de colores muy pequeñas con que se figura una víbora que se coloca donde regularmente se lleva una cinta: las alas del sombrero son grandes, y á los lados de la copa colocan unas chapetas de plata en forma de águila ú otro capricho. Cubren su cuerpo con la manga, que es una especie de capa, con una entrada al medio para pasar la cabeza, y alrededor de esa está colocada la dragona ó muceta, que es un círculo de terciopelo con flecos de seda ó de hilo de oro en toda la circunferencia. Las hay de paño fino con galón al rededor y del valor de doscientos pesos.
El zarape es igual á las mangas, pero en las puntas es cuadrado, y está además tejido de algodón y lana finísimos, en las mejores, con colores finos y vivos; mientras las mangas son de uno solo. Los mejores zarapes son del Saltillo y San Miguel, las mejores mangas las de Acámbaro. Son ágiles jinetes los rancheros y de índole afable y sufrida: pueden de esta clase de gente formarse magníficos soldados de caballería: su vida pasa dedicada enteramente á las tareas del campo. En la ciudad sirven de picadores para enseñar los caballos de la gente rica, ó de mozos de estribo.
La China es una criatura hermosa, de una raza diferente de la india: su cutis apiñonado, sus formas redondas y esbeltas, su pie pequeño. Se visten una enagua interior con encajes ó bordados de lana en las orillas, que se llaman puntas enchiladas; sobre esa enagua va otra de castor ó seda recamada de listones de colores encendidos ó de lentejuelas: la camisa es fina, bordada de seda ó chaquira, y deja ver parte de su cuello, que no siempre cubre con el rebozo de seda que se echa al hombro con sumo despejo y donaire.
La china no deja de encerrar su breve pie en un zapato de raso: sabe lavar la ropa con perfección, guisar un mole delicado, condimentar unas quesadillas sabrosísimas y componer admirablemente el pulque con piña y almendra ó tuna: no hay calle por donde no se vea, airosa y galana, arrojar la enagua de una acera á otra; y en el jarabe, baile tan bullicioso y nacional, cautiva con sus movimientos lascivos, con la mirada de sus pardos ú oscuros ojos. Su cabello negro está graciosamente ondulado, y de ahí les ha venido sin duda el nombre. Su carácter en lo general es desinteresado, vivo, natural, celoso y amante de su marido.
Los demás trajes son comunes á todos los países, como los de los religiosos y monjas, soldados y demás clases de la sociedad. En la alta reinan las modas parisienses, que llegan á esta capital sin retardo y encuentran en sastres y modistas, hábiles intérpretes. El gorro para las señoras, generalizado en Europa, solo lo usan en el campo nuestras compatriotas, y algunas veces cuando van al paseo en elegantes carretelas descubiertas. El gorro viene á ser el marco de seda, cintas y flores de la fisonomía de las bellas, y encierra sus perfecciones para atraer más la admiración, formando así una galería de retratos animados; por esta causa aconsejamos que se prohibiese su uso entre las viejas y las feas.
«Hay en este dichoso país, dijo hace poco un amigo nuestro, distinguido extranjero, donde brillan tantos bellos ojos negros, donde tantos pequeños pies invisibles rozan el suelo, una raza de déspotas elegantes que usurpan no sabemos cuál autocrático poder á los ojos, á los pies de las desgraciadas beldades que dan oído á sus requiebros. Estos señores tienen el poder de conservar bloqueado un balcón ó de hacerlo abrir, según les viene la idea.
Ponen sus vetos sobre las entradas y las salidas, sobre los paseos y las cuadrillas ¡oh dragones de las Hespérides! Notamos en un baile, entre la muchedumbre de bailadoras, una joven muy apetecible que valsaba con una gracia y una regularidad enteramente planetaria. Nosotros tuvimos la inocencia de invitarla á dar tres vueltas en nuestros brazos; pero echamos la cuenta sin el novio, que nos probó, papel en mano, que la señorita estaba comprometida para todo lo que faltaba todavía por bailar: el desgraciado había tenido la discreción de no inscribirse, él, novio, nada más que para todos los valses, todas las polkas, todas las polkas-mazurcas, todas las polkas vertiginosas. Si este despotismo invade la tierra, seguía el mismo extranjero, se necesitará antes de aceptar un convite de baile, pedir quince días para proporcionarse una novia, y todo el mundo no tiene veinte y cuatro horas para desperdiciar cada día; inmensa riqueza que no se aprecia sino cuando ya está perdida. Rogamos al señor Ministro de Hacienda imponga una contribución sobre estos dichosos propietarios de bellos ojos negros, sobre estos tenedores de los corazones, sobre estos monopolizadores de diminutos pies. Lo difícil será asignar el tanto por ciento. »
En este bendito país todo el mundo se divierte, aun con las lágrimas y los dolores, ¿y cómo no? El cielo azul siempre ríe sin nubes, las flores frescas y encendidas sirven de corona nupcial á la primavera y verano, y de lazos amistosos al otoño é invierno: el sol reanima, los céfiros refrescan, las aves cantan. Por eso el día de muertos nuestra bulliciosa sociedad se reúne bajo los frondosos árboles de la Alameda y en sus hermosas calles, para pasearse, sin que eche de menos la viuda joven el brazo del esposo, la hermana al hermano, el hijo al padre. En todas aquellas avenidas se colocan en mesas, unas tras de otras, todos los emblemas y figuras de la muerte que están construidos de dulce ¡admirable coincidencia con el día! pues en lugar de llorar á sus deudos, los más endulzan su memoria con el paseo. No sabemos qué pensar, si este día se celebra ó lamenta, conforme á nuestras costumbres, la pérdida de los parientes y amigos.
En la noche todo brilla con esos globos de colores, iluminación veneciana; se pierden las pisadas de una muchedumbre entre los ecos armoniosos de la música. Oigamos la conversación de esa joven enlutada: su esposo ha muerto hace ocho meses; y ya va apoyando el dulce y leve peso de su cuerpo en el brazo vigoroso de su primo. ¡Vamos! Hablarán siquiera de los recuerdos, de las bondades de aquel hombre honrado y digno. La frase que he sorprendido al pasar es de voz femenil que dice: ¡yo te amo! y con sus blancos dedos aprieta suavemente á su compañero.
Fuente:
Arróniz, Marcos. Manual del viajero en Méjico. Compendio de la historia de la Ciudad de Méjico. Con la descripción é historia de sus Templos, Conventos, Edificios públicos, las Costumbres de sus habitantes, etc. París, 1858, pp. 134-141
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