viernes, 30 de enero de 2015

El Museo Dieguino visto por El Bable.

    Apenas ayer tuve la oportunidad de ir en viaje relámpago a la ciudad de Guanajuato, el objetivo fue asistir a una plática sobre la obra de José Rojas Garcidueñas, personaje que creo es el más importante intelectual nacido en Salamanca en todos sus más de 400 años de historia. A diferencia de otras visitas, esta, por ser rápida, no me dio oportunidad de regodearme paseando por las calles de la ciudad, la más colonial (dicen por ahí) de todo México. Lo que sí puede ver casi a profundidad fue el Ex convento de San Pedro de Alcántara, actual sede del Museo Dieguino; sitio enigmático que, como tantas cosas que hay en Guanajuato, tiene esa curiosa virtud de que el techo puede ser el piso de otro nivel de la ciudad y la pared puede ser el voladero de la siguiente calle, eso, debido a que Guanajuato fue construido adaptándose a los caprichos de la naturaleza en una zona en donde la sierra está presente con sus cañadas y lo que no existe, a diferencia del tan cercano Bajío, son zonas planas.

    Para entender lo que ocurrió aquí, en lo que hoy es un Museo, debemos comenzar por aprender algo de la vida de Pedro de Alcántara, como, por ejemplo, que él fue parte de la rama franciscana conocida como Ordo Fratrum Minorum Strictioris Observantiae Discalceatorum, es decir, los Hermanos Menores descalzos de estricta observancia que, como su nombre lo indica, llevaban al extremo las reglas definidas por San Francisco de Asís en cuanto a pobreza y austeridad. "Alcántara, después canonizado, fundó el eremitorio de Pedroso, con unas reglas de una austeridad extrema: prohibió el calzado, el consumo de carne y las bibliotecas, yendo más allá, seguramente, de las intenciones del mismo san Francisco de Asís". (Te recomiendo leer el artículo completo en Wikipedia.)

    Los franciscanos, bien lo sabemos, son los primeros en llegar a Nueva España con la encomienda de llevar a cabo la evangelización, al poco tiempo ocurre otra conquista, la de Filipinas, era el año de 1565. Las islas, llamadas así en honor a Felipe II, quedaron en la jurisdicción del virreinato de la Nueva España, por lo tanto, Manila sería parte del Arzobispado de México y fueron precisamente los Franciscanos que, bajo la advocación de San Diego de Alcalá, los asignados para la evangelización de esa remota zona. El viaje era larguísimo, pues, salían de España, para llegar a Veracruz, caminar hasta la ciudad de México y llegar a sus casas que, ya como Dieguinos, habían instalado, una de ellas en la parte poniente de la actual Alameda Central, otra por los rumbos de Tacubaya, una más (creo) por el rumbo de Churubusco. Otro más lo instalarían en el Real de Minas de la Santa Fe de Guanaxuato.

    El siglo XVII estaba ya bien entrado, las minas de Guanajuato eran ya las más productivas del Nuevo Mundo, para 1663 los dieguinos llegan al Real de Minas y comienzan a construir su casa, el Convento de San Pedro de Alcántara; tres décadas más tarde su austero recinto contaba ya con dos plantas pero, ocurrió una catástrofe. Bien sabemos que los extremos son malos, y eso es lo que sucede, precisamente en Guanajuato pues, en tiempos de secas la carencia de agua ocasiona problemas, mismos que se incrementan cuando hay abundancia de las mismas. En 1782 la fuertes lluvias ocasionan una inundación en la ciudad de tal magnitud que el convento queda sepultado en el azolve dejado por las aguas.

    Fue más fácil dejar el convento sepultado y construir encima de él el templo barroco de San Diego de Alcalá. El terreno que quedó al lado oriente del templo, y al poniente del que luego sería el Teatro Juárez pasó, luego de las Leyes de Reforma, a propiedad particular, un hotel se instaló allí, luego sería comprado por el Estado y, fue entonces que el Convento de San Pedro de Alcántara cae en el olvido pues quedó totalmente sepultado. Para 1986 comienza la idea del rescate del inmueble, cosa que ocurre hasta 1996. En la actualidad el espléndido recinto rescatado se convirtió en un singular espacio, impregnado de la más pura atmósfera de misterio y encanto que sólo en Guanajuato se puede encontrar.

    Desde el Jardín de la Unión, vemos al fondo el Teatro Juárez, arriba, el emblemático Pípila.

 Esta es la portada principal del templo de San Diego de Alcalá.


    ¿Un ladrillo de oro? eso me recuerda aquella historia o leyenda, del Conde que mandó empedrar una calle de Guanajuato no con piedras normales, sino con plata... dicen que plata pura y que fueron varios kilómetros. Te invito a conocer el Museo Dieguino de Guanajuato.
















   Interesante trabajo el de Angélica Escárcega, el que se expone en estos días en el Museo Dieguino.


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