jueves, 13 de diciembre de 2018

Datos del Henequén, su cultivo en la Península de Yucatán, 1864

   Recordarás que hace no mucho tiempo hice un recorrido virtual por el estado de Yucatán en búsqueda de vestigios de las haciendas que prosperaron a finales del siglo XIX, años dorados del porfiriato, años en que aquella región produjo enorme riqueza con el llamado “oro verde”, el henequén. Es ahora que vemos lo escrito por don Manuel Payno (el mismo de los Bandidos de Río Frío), acerca de la planta que él, curiosamente, llama “Jenequén”.

   Habiendo hablado extensamente del maguey, parece imposible no decir algo del henequén o jenequén. Es un maguey cuyas hojas son de color verde oscuro y en sus márgenes suele haber unas líneas rojas. Crece desde una altura de ochenta centímetro hasta poco más de un metro. Parece que no cabe duda en que es una especie del agave, ¿pero será el jenequén de Yucatán, igual al que llaman lechuguilla, que se encuentra en algunos puntos de la cordillera, cerca de Tula, Tamaulipas, y al cosmetl blanco de los Llanos; más sea de esto de lo que fuere, lo que parece fuera de duda es que el jenquén pertenece a la familia de los agaveas, pero no a la de los aloes, como asegura en unas notas estadísticas del antiguo estado de Yucatán.
   Crece este maguey en toda la península de uno y otro mar, y hay cuatro clases, el chelén y cajén que son silvestres, y el uaxqui y sacqui, que forman la base de un extenso cultivo. –El yaxqui tiene las hojas de un verde más brillante que las clases silvestres, y sus filamentos son finos y elásticos, pero poco abundantes, mientras el sacqui produce más fibras, pero de inferior calidad. Esta variedad, conocida comúnmente con el nombre de jenequén blanco, es la que constituye la riqueza agrícola del partido de Tihosuco y Chemax, que es donde se explota de preferencia como el pulque de los Llanos de Apam. Son curiosos los que podemos llamar caprichos de esta planta. 
   ¿Por qué individuos de la misma familia tienen propensiones tan diferentes? ¿Por qué en la región del jenequén no se ha podido aclimatar, o al menos no se produce el maguey manso? ¿Y por qué en la región del pulque no forma también un ramo de riqueza la explotación del jenequén? Las experiencias repetidas, podrían solo resolver estas dudas y fijar decididamente los caracteres y condiciones de cada uno de los individuos de la familia.

   El jenequén se propaga como el maguey de pulque, por medios del trasplante. A los dos años los muchos hijos que produce la planta grande, están en disposición de mudarse, y a los cinco siguientes se pueden explotar, cortando sucesivamente las hojas, que aseguran las gentes del país que se reproducen en cada luna, de manera, que antes de morir la planta, ha durado cosa de seis años en producto. La planta del jenequén se cultiva en todos los terrenos, pero son más adecuados para ellos los áridos y pedregosos. El sol, el frío, las lluvias y los vientos, no ejercen más que su benéfica influencia en sus hojas y pocas veces los dañan. La planta termina su vida a los trece o catorce años, cuando ha llegado a su madurez, y eleva su tallo que cubre de flores blancas; pero ya en esta época los renuevos o hijos que ha dejado, están dando producto al agricultor.
   En el interior del país los indígenas sacan del maguey ixtli, que tuercen los mismos zapateros y emplean en cocer el calzado, ayates, reatas, lazos, mecates de diferentes gruesos y calidades, costales, enjalmes, jáquimas, &c., pero en Yucatán, la industria del jenequén se halla establecida en larga escala: se reduce a despojar las hojas de la parte verde y carnosa, y a lavar y secar después al sol las fibras, para que queden limpias y blancas. A esto llaman por el Valle de México ixtli y en Yucatán sosquil. De este sosquil tejen hamacas, costales, aparejos, &c., pero además se emplea en jarcia para los buques, la cual es preferible a la de cáñamo por su flexibilidad. Sin embargo, para cabos de esperanza se han adoptado generalmente cadenas.
   Como la operación de limpiar las hojas de maguey es penosa, costosa, dilatada, se han hecho varias experiencias para sustituir esta obra de mano con la maquinaria. En 1833, Henry Perryne, inventó e introdujo una maquinaria que no surtió buen efecto, porque la colocación y movimiento de las cuchillas, no correspondía a la forma de las hojas.
   En 1847, Mr. James Hitchcok acompañado de un ingeniero, planteó una nueva máquina que tan poco pudo arreglarse satisfactoriamente. Después Mr. Thompson de Boston, planteó otra diversa que no tuvo mejor resultado; por último, en 1853, D. José María Millet, residente en Mérida de Yucatán, pidió al Ministerio de Fomento privilegio exclusivo como inventor de una máquina, para raspar la penca del jenequén, copiamos en seguida:

   “La máquina se compone de un esqueleto de madera de tres varas de largo por vara y cuarto de alto y tres cuartas de ancho, colocado sobre dos ejes con sus correspondientes ruedas, para su fácil transporte. Sobre el esqueleto se elevan dos columnas, en cuya parte superior se hallan dos puntos de apoyo, al derredor de los cuales se mueven dos palancas que tienen colocadas en una de sus extremidades, dos piezas que aseguran las pencas que se quieren raspar; mientras en las otras hace fuerza un hombre que le da el movimiento, que transmitido a la penca, atraviesa entre unas cuchillas horizontales que están colocadas sobre dicho armazón y producen el efecto deseado. Antes de colocar la penca en la pieza de que se ha hablado anteriormente, debe quebrantarse su tronco a golpes, o bien entre cilindros. Con dos o tres veces a lo más pase la penca entre las cuchillas, es bastante para limpiarla completamente la cortes y carnosidad que hay entre el filamento. La fuerza necesaria para el uso de ésta máquina, es la de dos hombres que obran a las extremidades de las dos palancas, y la de dos muchachos que manejan las cuchillas. Trabajando en un día 3000 pencas que dan cuando menos seis arrobas de jenequén.
   Estos datos los hemos tomado de la única estadística de Yucatán, que hemos podido consultar, pero el Sr. D. Alonso Peón nos acaba de honrar con unos apuntes que insertamos íntegros a continuación; advirtiendo que el autor, natural de la península, y muy instruido en la agricultura no ha tenido, por hallarse fuera de su casa, todos los datos necesarios, y aun su modestia rehusaba que se hiciese uso de su nombre.
   La llamada planta Henequén pertenece a la especie del agave americana, y presenta en sí misma muchas variedades. Difiere del maguey, en que sus hojas son más angostas y menos fuertes, y en que no produce el jugo de que se saca el pulque. Por lo demás, presenta la misma forma, y a la misma edad produce la misma flor, pereciendo la planta.

    Aunque parece ser planta exclusivamente natural de Yucatán, transportada a la isla de Cuba, y aun así la región alta de Orizaba, ha prosperado igualmente bien. Hay muchas variedades que crece espontáneamente, y que se distinguen por el tamaño de sus hojas, y por la mayor flexibilidad y resistencia de sus fibras. Generalmente la calidad va en razón inversa del largo de las hojas, y consiguientemente del filamento. Por esta razón, la variedad que se cultiva, es la llamada henequén blanco (sac-ci) y henequén verde (yax-ci) cuyas fibras alcanzan la dimensión de cuatro a seis cuartas. Como se produce espontáneamente en los campos, su cultivo es muy sencillo y poco costoso.
   Cuando el henequén era un producto destinado casi exclusivamente a las necesidades del país había la preocupación de que en terrenos áridos y pedregosos, nada más se reproducía. Cuando llegó a ser objeto de exportación ventajosa, el cultivo se hizo en mayor escala, y la experiencia probó que se producía igualmente bien en toda clase de tierras, aun en las húmedas.
   Como se ha dicho antes, las operaciones del cultivo son muy sencillas y económicas. 
   La preparación del terreno para la siembra, se hace rasando el monte y quemándolo. En seguida se siembran los hijos, cuyo tamaño ha de ser de media vara a tres cuartas. Pueden aprovecharse también más pequeños, pero entonces el crecimiento es sumamente lento. La siembra se hace a mano o con un cavador. Aun colocada en la hendidura de una pequeña, la poca tierra vegetal que se introduce es suficiente para que llegue su natural crecimiento. El arado no se conoce para este cultivo, ni sería posible en terrenos excesivamente pedregosos, que es donde se encuentran la mayor parte de los plantíos. La planta crece con más rapidez y lozanía, cuando se corta y expone a la intemperie por tres semanas o un mes antes de sembrarla. Las demás operaciones se reducen a una limpia cada año, poco escrupulosa. Ningún género de ganado la perjudica; así es, que estos planteles de henequén, sirven de potrero para ganado vacuno y caballar. A los tres años de corte el henequén, o lo que es lo mismo, que sus hojas están en estado de cortarse para producir el filamento.

    Mientras estuvo reducido el producto del henequén, ya en rama, ya en los varios artefactos a que era aplicable el consumo del país no se conoció más medio de extraer el filamento, que despojar la hoja de la pulpa que lo envolvía, y como ésta era bastante resistente, se hacía a mano, por medios bastante primitivos, la operación era penosa y el producto bastante mezquino. Si a esto se agrega, que el jugo de la pulpa es acre y cáustico, la operación no podía hacerse a horas avanzadas del día, y el trabajo había de limitarse a unas cuantas de la mañana y a otras de la tarde. Generalmente el raspado, que así se llama, se hacía de las cuatro a las ocho del día, y de las cuatro de la tarde a puestas del sol; y un individuo apenas podía raspar, en los dos periodos de trabajo, el que más, cien hojas, como en esta penosa labor, también se ocupan las mujeres y los niños, apenas puede calcularse que el producto diario de cada individuo, se reduce a una o dos libras del filamento limpio. De modo que esa industria, solo era posible en un departamento pobre, que, como el de Yucatán, abundaba en brazos, lo que hacía que fuesen sumamente baratos los jornales.
   Más tarde, allá por el año de 40, se observó en los Estados Unidos  que el henequén, aplicable a la jarcia de los bosques, traía la ventaja en el invierno de ser más flexible y manejable, que el de cáñamo en las altas latitudes. Tal descubrimiento, de importancia suma para la navegación del norte, acreció de tal modo la demanda, que el henequén, cuyo precio ordinario no pasaba de 4 a 5 reales arroba, subiese progresivamente hasta 11 reales en el mercado, precio que se sostuvo de 7 y 8. Con este motivo, y no siendo bastante el producto por el sistema conocido de llenar la demanda, se pensó en medios mecánicos que supliesen a las necesidades crecientes de la industria que la mano del hombre era capaz de satisfacer.
   Asociaciones particulares, y el estado, por otra parte, compitieron a la vez en estimular a los ingenieros y maquinistas de todas partes, por medio de primas, para la invención de una máquina que diera los resultados apetecidos. Se remitieron hojas de henequén a los Estados Unidos e Inglaterra, y por diez años, fueron inútiles todos los esfuerzos, porque las máquinas inventadas y construidas no correspondían a su objeto, a pesar de que ingenieros de ambos países vinieron a Yucatán a ver la planta y observar el medio de que se valían los indios para extraer el filamento. Algunos hijos del país, sin ideas ningunas de mecánica, haciendo uso propio del ingenio, se empeñaron en encontrar solución a lo que se alcanzaba en otras partes, y por mecanismos sencillos y poco costosos, obtuvieron sin embargo, mejores resultados. Millet primero, y luego Solís, jóvenes naturales de Mérida, fueron los primeros que presentaron alguna cosa en este orden, y por la perseverante observación del segundo llegó a mejorar de tal modo su primitiva invención, que la hizo aceptable a quienes podían adquirirla. La máquina de Solís es pues la que generalmente se usa con buen resultado, y a pesar de que hay otra nueva movida por vapor, de mucha más producción, su excesivo costo relativo ha hecho que no se hallan establecido hasta ahora más que dos, de las cuales solo funciona regularmente la que se halla en la hacienda de Vayalah. Últimamente se ha importado a esta capital por un distinguido e industrioso yucateco la máquina de Solís, para aplicársela a la extracción del ixtle, y deseamos que el éxito más feliz le corone sus esfuerzos.

   El considerable consumo de sogas y costales de henequén que se hacía en Yucatán, y la importante exportación de estos artefactos para la vecina isla de Cuba y costas del golfo se hizo siempre a mano, hasta que en 1840 se introdujo el primer corchadero, que perfeccionando la fabricación de sogas, se ocupó igualmente de la cabrillería de todos gruesos para las embarcaciones y aquel departamento marítimo cesó desde entonces de ser tributario del extranjero, de la jarcia que necesitaba para su propia construcción naval , y proveyó a las embarcaciones del seno mexicano, y a la pequeña navegación de las costas, entró también concurrencia en los Estados Unidos, que eran los únicos proveedores de la isla de Cuba, dando por lo tanto, mayor extensión a la industrial del henequén en todos sus ramos.”
   En casi todas las fincas de campo de la península yucateca, se cultiva el henequén, pero se distinguen por los extensos y hermosos plantíos que el viajero puede observar, los partidos de Mérida, Sierra Baja, Izamal y camino real bajo. Los pueblos y haciendas que producen el más exquisito y abundante filamento son los siguientes:



   Y muchos otros más que no mencionamos, porque llenaría muchas páginas. La manufactura y exportación de los filamentos del henequén es de mucha importancia y ha aumentado gradualmente todos los años a pesar de los trastornos políticos de la Península. El Sr. Peón no puede asignar el monto a que hoy asciende esta industria, pero tomaremos de la estadística que tenemos a la vista, las siguientes cifras:


   No sería exagerado calcular añadiendo al precio del henequén, los fletes y demás gastos, un movimiento de 400 a 450,000 pesos anuales.
   Cuando las máquinas se introduzcan en el valle de México y los Llanos de Apam, y esté concluido o al menos muy adelantado el camino de fierro, todas las hojas de maguey que hoy se queman o se dejan tiradas en los campos serán un valioso objeto de industria, y se exportarán grandes cantidades de ixtle que hoy vale en Inglaterra veinticinco libras la tonelada, mientras el henequén lo pagan a veinte libras. Más contrayéndonos al tiempo presente se puede calcular que el movimiento anual que efectúa en la circulación la planta del maguey, incluyendo fletes, jornales, &c., &c., puede ascender a cuatro millones y que se mantiene de su cultivo y producto seguramente ocho mil familias.

Fuente:

Payno, Manuel. Memoria sobre el maguey mexicano y diversos productos. Imprenta de A. Boix. México, 1864

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