viernes, 22 de octubre de 2010

El barroco en la Nueva España, las monjas coronadas.

Pasear por la historia de México es adentrarnos a los pasajes y paisajes más insospechados, pasar de la sencillez de la línea al retorcimiento que el barroco marcó en todas las artes, incluso en la vida misma y es en esa vida barroca, rebuscada, ornamentada sobre el ornamento que llegamos a las monjas coronadas, acto de entrega por devoción, o convicción, o, en el peor de los casos, como única alternativa a seguir viviendo. A ese matrimonio místico que la monja hace, ni más ni menos que con Jesús.


La exposición quizá la has visto, en algún punto del país. Yo lo he hecho dos veces, uno en Puebla hace un par de años y recientemente en el lugar donde se muestra permanentemente, en el Museo Nacional del Virreinato en Tepotzotlán, lugar al cual, si aun no lo conoces, debes de hacerlo. En esas dos oportunidades que he visto la exposición he salido con la misma pregunta: ¿cómo es posible...? efectivamente, no encontramos respuesta a esa vida que las mujeres llevaban, solo que, opciones no había, eran dos sopas las que se daban una, el matrimonio, no por amor, no por elección propia. Todo lo contrario, por obligación e interés del padre de la novia para que fuera una buena… inversión, ya que la dote era cuantiosa.


Quienes preferían de la otra sopa eran las que adoptaban la vida mística de pose, es decir, que pagaban fuertes sumas por entrar en un convento y vivir una vida, no tanto contemplativa, pero si con acceso al arte, un poco a los libros y en la comodidad de tener algunos sirvientes a su servicio, esas eran las afortunadas, es decir, las ricas cuya dote en el matrimonio místico era abundante.


“Aun peor era el caso de los conventos de monjas. Tenían bienes y rentas que se disipaban entre las manos de sus administradores o se les daba un curso vicioso y arriesgado. Al tomar la monja el velo, sus familiares o bienhechores gastaban una fortuna en refrescos, propinas, regalos, músicos y danzantes, pero los cuatro mil pesos de su dote no ingresaba al fondo común del convento, ni se repartían entre las monjas, sino aprovechaban a la recién llegada que se hacía llevar sus comidas y las de sus criadas. Las porterías se transformaban en tianguis o mercado tan “público y disoluto” como el de la Plaza Mayor”. (1)


La ciudad de México contaba para el siglo XVII con 16 conventos de monjas. La Concepción, Jesús María, La Encarnación, San Bernardo, Santa Clara, Santa, Santa Isabel, San Juan de la Penitenciaría, Capuchinas, Santa Teresa la Antigua, Santa Catalina, San Lorenzo y San Jerónimo, eran solo algunos de ellos. Las órdenes iban de las dominicas, a las franciscanas, jerónimas y otras más. Y lo que sucedía dentro de los conventos eran cosas, en ocasiones, difíciles de entender, no tanto de creer.


Tal es el caso del convento Real de Jesús María que “fue convento “real” porque albergó a una hija de Felipe II, hija natural, por supuesto, y loca. La primera iglesia debió de ser excelente con su artesonado y su retablo con pinturas de Juárez. Fue modernizada por el neoclásico, con bastante dignidad. Queda el claustro que fue fine y hoy es basurero…” (2)


“Los dineros privados de las monjas, llamados “reservas”, provocaban disensiones. Unas mostraban un fasto impropio, mientras otras se morían de necesidad o de envidia. Existían conventos muy ricos y, aunque la mayoría de las casas y habitaciones de la ciudad les pertenecían, sus administradores subían abusivamente los alquileres y hacían que los inquilinos pagaran las composturas, en perjuicio del público y burla de sus habitantes. A juicio de Villarroel la ciudad era el centro del desorden por ausencia de un eficaz magistrado de policía”. (3)


Adentrándonos en las anécdotas de monjas y conventos, vamos encontrando aquella en donde, luego de que el propio Obispo decidió hacer una misa en la sala de una casa, al llegar el inquilino, se tuvo que ir, pues ya estaba “bendecida”, en consecuencia sería transformado el lugar, de vecindad en convento. O aquella en que el rico propietario del lugar, con numerosa prole, que contaba 8 hijas y una suegra, una noche, decide tumbar la pared de la que tenía habilitada como vecindad para que ellas, con lujo de fuerza desalojaran a los inquilinos pues el recinto sería transformado en convento… la historia de monjas y conventos es larga y abundante en verdad, mejor sigamos con las coronadas.


Las pinturas que vemos encierran una serie de simbolismos. La corona es el signo honorífico que expresa victoria, al recibirla se convierte en esposa de Cristo. La palma está relacionada con quienes han sido elegidas por Dios, es símbolo de castidad. El Niño Dios es el Divino Esposo. El velo negro se adquiría pagando la dote, esto implicaba que podrían llegar a ocupar un cargo al interior del convento como llegar a ser Abadesa o Vicaria.


El escudo era solo utilizado por las monjas concepcionistas y las jerónimas; el caso más conocido es el de Sor Juana Inés de la Cruz que usaba el enorme escudo en su pecho. En la cartela se presenta el nombre, edad de profesión, ciudad de nacimiento, nombre de los padres, entre otros datos. Al llevar una vela portaban allí el símbolo de la luz de la fe. Cuando se incluía un Cristo en la cruz, esto era debido a que las monjas recoletas testificaban así su vida alejada de las delicias y los placeres. Si en estos retratos de monjas ella portaba un anillo era por ser el símbolo inequívoco del matrimonio místico con Jesús.


Las flores que se representan en las pinturas tienen un significado específico.

Tenemos así la rosa: símbolo de la gracia. Si la rosa es roja, representa el martirio. Si blanca, la pureza. El jazmín la sencillez. El nardo la oración y el dolor del buen ejemplo en todas las virtudes. El clavel significaba la obediencia y la penitencia. El lirio la pureza y la castidad.


Triste era el destino de las mujeres en el mundo novohispano al tener posibilidades de solo poder servirse de dos sopas, por así decirlo. Como quiera, si se gozaba de una buena suma, de una buena fortuna familiar, la vida seguiría siendo cómoda dentro del convento, no así si se era pobre y realmente se quería profesar como monja y recoleta, además… triste destino el tuyo.


Fuentes:

1.- Benítez, Fernando. El peso de la noche. Editorial Era. México, 1996.

2.- De la Maza, Francisco. La ciudad de México en el siglo XVII. Lecturas Mexicanas 95. FCE. México, 1985.

1 comentario:

  1. Sobre el tema de Monjas Coronadas, en la revista Artes de México No. 149, año XVIII, en p+aginas centrales se encuentra la fotografía de un óleo de una Monja llamada: Sor Juana de la Cruz Cortés, al pie del cuadro se observa la siguiente leyenda: "M.R.M. Sor Juana de la Cruz, nieta de D. Luis Cortés, quien fue hijo del Gran Capitán D. Hernando Cortés y Monroy conquistador de N.E. y de Dña. Antonia Arauz heredera legítima de titulos y bienes que cedió a sus menores,Nieta de Dña. María Cortés de Tabasco, Profesó de 17 años en México siendo la fundadora del Convento de S. Gerónimo el día 20 de octubre de 16...
    Me resulta muy interesante la información anterior no sólo por que la nombran patrocinadora del Convento, sino también por ser nieta de don Luis Cortés, y de una tal María Cortés de Tabasco. Mucho me gustaría ver si ustedes cuentan con información histórica de las fundadoras del Convento de San Jerónimo o si pueden proporcionar bibliografía al respecto. Gracias. e-mail hglezdematos@hotmail.com

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