sábado, 10 de octubre de 2015

Un Jueves de Corpus en la época de Maximiliano, 1865.

   Hojeando por ahí, periódicos viejos, encuentro una interesante nota que se publicó en un diario de circulación nacional en 1957, habla de una Fiesta de Corpus en la que estuvo presente el Emperador Maximiliano y la Emperatriz Carlota, personajes míticos por excelencia en todo relato del siglo XIX. El autor se basa en los escrito del que fuera el camarero de Maximilano, el señor Blasio.

  “Muchas personas desean saber por qué especialmente en el atrio de la Catedral Metropolitana, los Jueves de Corpus de cada año se trafica con las típicas mulitas, cuando en otros tiempos los hacendados y agricultores gozaban de garantías y producían grandes cosechas, venían tal día a cubrir los diezmos al Cofre de la Catedral, conduciéndolos en recuas que se situaban frente a la Catedral. De allá proviene esa costumbre que actualmente ha tomado, además, otro significado lesivo. José Luis Blasio, fue secretario privado de Maximiliano desde que éste arribó a México en 1864 y hasta que fue sepultado en 1868 en la Capuchinas de Viena, Austria, todo lo presenció y anotó cuidadosamente para escribir Memorias íntimas, (del emperador y su corte), publicado por la Vda. De Bouret en 1905. El día 15 de junio de 1865 que fue el Corpus “se celebró ésta fiesta religiosa con mayor magnificencia de la que hasta entonces se había acostumbrado, pues personas que lo presenciaron en México en tiempos del General Santa Anna, aseguraban que ni entonces había tenido tanto lucimiento ni tanto esplendor asegura Blasio.

  Se colocaron alfombras y tapices riquísimos en todo el trayecto que separaba el Palacio de la Catedral y desde las primeras horas de la mañana, se formó una valla de tropas con sus trajes de gala. A las siete en punto SSMM salieron del palacio y se dirigieron a la Catedral. Entrando por la puerta principal fueron a ocupar sus asientos de honor que para ellos se habían colocado cerca del altar mayor. Maximiliano como en todas grandes ceremonias vestía el uniforme de General del Ejército Mexicano, llevando la cabeza descubierta y en la mano el vistoso bicornio. La Emperatriz vestía riquísimo traje de seda blanco y bordado en oro y de sus hombros caía largo y rico manto de terciopelo carmesí bordado también de oro, al cuello llevaba un hilo de brillantes y dos ensartas de perlas, y en la frente la diadema imperial formada con gruesos brillantes

   “Terminada la ceremonia en la catedral salió la procesión por la puerta principal para seguir por las calles de Hidalgo y Mercaderes (dio vuelta por Estanco de Hombres) para entrar a la Plaza Principal por las de Guevara y San Martín, portal de Iturbide y atrio de Catedral. Formaba la descubierta de la procesión un Regimiento de Caballería, seguía a pie el Mariscal General Almonte, el Ministro de la Casa Imperial, el Gran Maestro de Ceremonias, los dos Secretarios de éste, los Chambelanes, los Caballeros Mayores, las Damas de Honor, la Guardia Palatina y bajo palio SSMM. Llevaban el palio cuatro Alabarderos y el manto de la Emperatriz cuatro Damas de Honor. A ambos lados del palio que cubría a los soberanos caminaban majestuosamente los gallardos soldados de la Guardia Palatina luciendo sus brillantes cascos plata con plumeros blancos. En esta la parte más bella y más imponente de la procesión, fue la alabarda de acero y los ricos y brillantes cascos daban un aspecto grandioso al desfile. Seguían después los miembros del alto clero, con numerosas comunidades religiosas que residían en Puebla y bajo palio también el Obispo de la Diócesis Don Carlos de la Concha y subió llevando en suntuosa custodia la Sagrada Forma. Acompañaban al obispo los canónigos de la Catedral angelopolitana y los niños del coro llevando estos ricos incensarios de oro y plata con los que perfumaban al ambiente y cubrían así por completo de vaporosas blancas nubes el grupo del Obispo y venerable capítulo poblano. Cerraban la procesión las tropas que se encontraban en Puebla, con sus bandas que ejecutaban marchas y piezas de música adecuadas a la sagrada ceremonia

  Fue, repito, la celebración del Corpus en Puebla ese año tan solemne, que todavía hoy que han pasado muy cerca de 40 años –habla Blasio en 1905- existen viejos poblanos que con ternura la recuerdan. El aspecto de las calles por donde la procesión pasaba era el alguno de esos palacios en cantados que describen los autores orientalistas. Todas las calles habíase entoldado y los muros estaban cubiertos con espejos colosales y magníficos adornos. La lluvia de flores que las damas arrojaban al paso de los soberanos era tan abundante que habían formado ya una segunda alfombra de flores saturada sobre los ricos tapices que cubrían las calles. Cuando los Soberanos llegaron de nueva cuenta a la entrada de la Catedral, detuviéronse para inclinarse ante el propio obispo y en seguida se dirigieron al palacio para presenciar desde allí el desfiles de las tropas que presentaban las armas al pasar frene al balcón”.

   "Yo vi esta procesión la número uno en América por su esplendor el siglo pasado, admirablemente reproducida en 50 tablillas de la colección Trasholeros, única en la república que estaba por 1940 en poder del Trasholeros, residente en la calle del Alguacil Mayor; la vi en compañía de la señorita Catalina Álvarez y se nos informó haber sido formadas bajo la dirección de don José de la Luz Trasholeros, quien asistió a la procesión en 1865 entre la aristocracia poblana y murió en 1923, dejando valiosa colección bordados, pinturas, esculturas, documentos interesante para la historia poblana que no se ha sabido apreciar debidamente. Los personajes de las 50 tablitas miden 7 mm y se sabe que cada domingo para aprovecha el rato formaban una tablita, llevándose años en todas el artista Godoy. En estas se ven muy bien los gremios de artesanos que tanto lustre dieron a Puebla como centro artístico que en algunos aspectos supero a la ciudad de México; inauguraron también la procesión los famosos faroleros de la Catedral, de Santo Domingo y San José que con el centelleo de sus prismas a colores daban realce al acto.

  "Personas muy ancianas que yo conocí por 1920 con nostalgia recordaban que la custodia en que se llevó la sagrada forma que la llamada torrecilla que poseía 1,971 diamantes, tallas y rosas con peso de 349 quilates; 772 esmeraldas limpias y grandes; apreciándose el sol en 40,000.00 pesos y toda la custodia cuyo pie era valiosísimo en 99,000.00 pesos. Le fueron agregados unos zarcillos del mejor oro rematados con una esmeralda que cintilaban hermosamente con solo el calor de las doce velas que se encienden expuesto el santísimo sacramento. Cuando se estudian estos infolios de Veytia y Mano, mostrándose el inventario de las alhajas tan valiosas del tesoro catedralicio, solo nos queda lamentar cuanto ha destruido la barbarie y resultan esas reliquias de nuestra verdadera fisonomía, cada vez más extrañas a nosotros, porque los mexicanos somos quienes más mal conocemos a México. (1)

  Creo que lo dicho por don Catarino en este último párrafo nos deja mucho que pensar, eso de que somos los mexicanos los que menos conocemos de México. Si don Catarino viviera en nuestros días, no me puedo imaginar lo que diría.

Fuente:

1.- Gómez Bravo, Catarino. Un Jueves de Corpus en la época de Maximiliano. Novedades. 6 de junio de 1958. Página 3 N-AA.

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