sábado, 30 de enero de 2010

La historia del caballerango y su amada Chaparrita

Ahora que estaba terminando de organizar las fotografías tomadas durante el recorrido que hice por el estado de Hidalgo, apareció una, la del caballo, que me hizo recordar una anécdota que fue algo traumático durante muchos años de mi vida.


Todo comenzó cuando entraron a trabajar a la casa de mis papás las llamadas Chaparritas que eran las chicas que auxiliaban en las tareas del hogar a mi mamá, si eran conocidas como “las Chaparritas” era por su corta estatura, dudo que levantaran más del metro y medio, lo cual no ocultaba la belleza exuberante de una de ellas, sus formas eran únicas, por lo tanto era la presa más codiciada de la zona.


En donde yo viví una buena cantidad de años, es decir, hasta que enfilé camino la primera vez, fue en su época de oro el casco, aunque nunca fue una hacienda, pero si era el casco de la propiedad aquella de la que ya te he platicado y de donde se deriva el nombre de este blog. Pues bien, eran enormes paredes de adobe, techos de teja, de esos, de los de antes, de los que cuando llovía el aroma a tierra mojada que desprendían y el ritmo que provocaban las gotas de lluvia era una verdadera sinfonía, más bien diría, un poema sinfónico el que se provocaba.


En ese entonces aun existía La Fortaleza, la cual se ubicaba a todo lo largo de la otra acera de la casa, cuando preparaban la piña era una delicia, todo se perfumaba, pero cuando preparaban la salsa de tomate, era un verdadero tormento, no tienes idea de la pestilencia que desprenden las toneladas de tomate cociéndose con azúcar. Esa calle se llamaba así, precisamente La Fortaleza y estaba empedrada. A tan solo media cuadra vivían las Chaparritas y en la siguiente esquina era donde, ocasionalmente, los caballos de don Flor, un personaje de la localidad que tenía una hermoso rancho no lejos de aquí; pues sus caballos eran traídos, no se si a exhibición o como medio de transporte, el caso es que de vez en cuando aparecían en ese terreno tremendos equinos.


El caballerango, muy al modo del Bajío, era diestro en el manejo del animal y estrella ocasional de los Jaripeos y fiestas de pueblo, se llamaba Lupe, era joven, seguramente gallardo y esbelto, eso no lo se, no lo recuerdo, pero lo que si sé es que estaba enamorado de la Chaparrita. La esperaba en la esquina, y para llamar su atención le hacía mil piruetas en su caballo a lo largo de la calle La Fortaleza, precisamente donde yo vivía. Eso lo sabía pues los cascos de los caballos se oían perfectamente al caer pesadamente sobre las piedras. A todo galope, seguramente con relinchido para hacer más atractiva aun su faena. La Chaparrita seguramente disfrutaba de este espectáculo privado, hecho solamente para ella.


Y donde sucede un buen día, en esos que Lupe andaba en celo y quería demostrar a su bien amada la mejor de sus suertes ecuestres, que, sin pensarlo dos veces salió estrepitosamente a la calle en el mismo momento en que yo lo hacía. El portón de mi casa era enorme, seguramente habré tenido cinco o seis años a lo sumo, por lo tanto abrir esa enorme puerta no era sencillo, como quiera la jalé y salí en el preciso momento en que Lupe hacia su paso de la muerte que no era el tradicional brinco de caballo a caballo, sino que pasaba rozando la pared de adobe que rodeaba la casa y el caballo, aventando espuma por el hocico y sudado paso a un milímetro de mi cara.


Quedé pálido, impávido, fue un segundo, el caballo iba a toda velocidad, Lupe realizaba su mejor escaramuza, seguramente se hubiera llevado todos los premios del Jaripeo, pero yo estaba inmovilizado, aterrorizado de haber sentido frente a mi toda la fuerza del caballo.


No se cuanto tiempo pasé allí, no se como fue que entré de nuevo en la casa, lo que sí sé es que desde ese día le tomé un pavor inaudito a los caballos, temblaba al notar la presencia de alguno, evitaba aproximarme a ellos, pensaba que me fueran a patear… tuvieron que pasar muchos años, muchos, para dominar ese temor.


De las Chaparritas y del caballerango no volví a saber nada de sus vidas.



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