sábado, 3 de octubre de 2009

Ni Palo Encebado, ni Cucaña, es la celebración de Xocotlhuetzi

Aunque ese juego que vemos en las fiestas patronales de casi todos los pueblos de México, el palo encebado tuvo, como la inmensa mayoría de las cosas, una fusión con las tradiciones traídas de España, en este caso creo que el merito de este, que ahora es un juego o competición de fortaleza es más mexicano que europeo pues formaba parte central de una de las dieciocho festividades en que se dividía el calendario ritual Azteca: Xocotlhuetzi.

Originalmente se celebraba en los últimos días de nuestro mes de Agosto y los primeros de Septiembre, hay autores que lo identifican iniciando el 13 o el 24, otros dicen que el 25, como quiera era en la segunda mitad del verano cuando acontecía la fiesta, la cual era, entre otras cosas dedicada a los muertos, lo que para nosotros en la actualidad es el 2 de Noviembre. Debido a lo interesante del texto del maestro Jesús Álvarez Constantino en su libro: El pensamiento mítico de los Aztecas, Morelia, 1977; he decidido transcribir lo relacionado al palo encebado.

“Este mes se llamaba Xocothuetzi, la caída de los frutos, y estaba dedicado a Xiutecuhtli, el dios del fuego, a quien se pedía el calor necesario para que madurasen los frutos de los árboles y las mazorcas de maíz que ya iban en sazón.

Los primeros días del mes iban al monte y cortaban un árbol, el más alto y derecho que encontrasen, al cual le cortaban las ramas y los transportaban entre todos, de modo que no tocase el suelo, y lo llevaban hasta el centro de la plaza mayor, donde venían luego los carpinteros con sus herramientas y mondábanlo y tornábanlo muy liso y redondo. Y era de rigor que el tronco de este árbol jamás tocase el suelo, porque si lo tocaba, volvíase impuro y no podía servir para la fiesta que había de celebrarse."
"Una vez arreglado aquel palo, adornábanlo con muchas maneras de papeles y ensamblaban en uno de sus extremos una armazón de madera, donde colocaban diversas figuras de frutas y una imagen del dios hecha de tzoalli, que era una masa de semillas de bledos, planta que ahora llamamos “alegría”. Después ataban diez cordeles a la mitad del palo y poco a poco iban levantándolo por todos lados, hasta ir a pararlo enhiesto en un hoyo que tenían al centro de la plaza, reforzándolo con piedras y aprisionándolo con tierra para que no se cayese.

El día de la fiesta, por la mañana, venían los sacerdotes del templo y el que era como jefe de ellos hacía muchas ceremonias y rociaba con agua bendita aquel palo y aquella imagen de tzoalli, la cual estaba adornada con las insignias y la rodela del dios del fuego. Después, todos reverenciaban las dos cosas, el palo y la imagen, como si estuviesen consagrados. Y el palo quería significar el árbol de la vida que con sus frutos mantiene al hombre".
"Una hora antes de que se pusiese el sol, cesaba el baile y todos aquellos mancebos que con las mozas habían bailado, se quitaban sus plumas y aderezos, y venían a la prueba de ver quién subía primero por aquel palo liso hasta arriba y alcanzaba la rodela que traía el dios en la mano. Y al que vencía en esta contienda y a los otros cuatro que le seguían y alcanzaban otras insignias del dios, los sacerdotes del templo los festejaban y galardonaban como hombres de gran valor, porque los demás no hacían caso ni los tomaban en cuenta".

"Después bajaban la imagen del dios y los sacerdotes la deshacían en pequeños pedazos que repartían entre la gente, la cual se los comía con mucha devoción; y los que no alcanzaban de la imagen grande, comían de las pequeñas figuras del dios que ellos traían y aun les sobraba para convidar a los demás. Y esta ceremonia también se llamaba teocualo, mi dios comido. Después tocaban los caracoles y trompetas y echaban el palo al suelo, y todos le arrancaban algunos pedazos o astillas, por pequeñas que fuesen, para llevárselas a sus casas, donde las guardaban como reliquias sagradas, porque decían que tenían poderes sobrenaturales".
Así pues, la próxima vez que veamos un palo encebado, recordemos que esta tradición guarda tanto como los 200 años que ahora celebramos del Bicentenario, más los 300 años del dominio español y agreguemos 200 del poderío Azteca y nos daremos cuenta de que son 700 años de tradición los que tenemos en cada ascenso al palo encebado, o como se le conoce en España: “cucaña”.

Las fotos fueron tomadas durante la celebración de San Isidro Labrador en Cerrogordo, municipio de Salamanca, Gto.


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