domingo, 19 de agosto de 2018

Anecdotario Virreinal: María Guadalupe Bernarda Isabel Felipa de Jesús Juana Nepomucena Felicitas de Gálvez y Saint-Maxent

   El anecdotario de lo ocurrido en el virreinato es grande, enorme, el encontrar quien lo sepa relatar, no es precisamente fácil... pero hay quien lo supo hacer, como es el caso de lo que la extraordinaria pluma de Manuel Romero de Terreros, como pocos, su amenidad solamente la podemos calificar de "textos deliciosos" como este pasaje de una de las virreinas de Nueva España:

 “Cuando don Bernardo de Gálvez, mandaba la expedición que reconquistó la Florida, conoció en Nueva Orleans a las hermanas Saint-Maxent, bellísimas criollas de origen francés, la mayor de las cuales estaba casada con el Gobernador de la Luisiana, don Luis de Unzaga, posteriormente Capitán General de Caracas y de Cuba. No sólo el corazón de don Bernardo fue impresionado, sino también el de dos de sus oficiales: don Juan Antonio de Riaño y don Manuel de Flon. Gálvez casó con doña Felicitas, de belleza peregrina, si no mienten las historias, y sus oficiales con doña Victoria y doña Mariana, respectivamente. Riaño fue posteriormente caballero del hábito de Calatrava e Intendente de Valladolid —hoy Morelia— y Guanajuato, y pereció gloriosamente en el ataque que hizo la gente de Hidalgo a la Alhóndiga de Granaditas en 1810. Don Manuel de Flon, Conde después de la Cadena, fue Intendente de Puebla, y se hizo aborrecer de los insurgentes por sus medidas harto severas para con ellos.

  Nombrado Virrey de Nueva España en 1785, Gálvez tomó posesión del gobierno con la acostumbrada solemnidad, el 17 de junio, pero su esposa entró a México antes que él, dirigiéndose de la Villa de Guadalaupe a la Capital en coche, escoltada por los cuadrilleros del Real Tribunal de la Acordada, cuatro alabarderos al estribo y un piquete de dragones. Fue recibida con flores, cohetes y vivas y saludada con una salva de quince cañonazos. Desde que empuñó las riendas del gobierno, quiso el Conde de Gálvez hacerse popular con sus gobernados; y, procurando estar en íntimo contacto con el pueblo, aprovechó cuantas ocasiones se le presentaron para lograr su objeto.  "Su aire galante, festivo y caballero, —dice don Carlos María de Bustamante—, no menos que el de su esposa, joven hermosa, a la par que amable, le atraían una benevolencia general e ilimitada. Al presentarse al público en un quitrín, manejando por sí los caballos, llevando a su esposa al lado, se poblaba el viento de repetidas y festivas aclamaciones." Solía concurrir en esta guisa, a la plaza de toros y a la Alameda; y muy a menudo paseábanse los Virreyes a pie por los portales de Flores y Mercaderes.

  Leemos en el Diario de José Gómez, el Alabardero, que el 30 de octubre de 1785, "salió el Señor Virrey con la oficialidad a pasear al portal: el día 31 del mismo, en la noche, volvió con la Señora Virreina, y el día 1o. de noviembre fue al mismo paseo, cosa que no se había visto en el reino, entre los señores. La noche de este día fue con la Señora, niños y toda la familia a dicho portal, y también fueron cuatro alabarderos acompañando a su Exa." No contento con esto, deseaba ganarse la voluntad del ejército, y al efecto, con el pretexto de que su hijo don Miguel de Gálvez y Saint Maxent, sentara plaza de soldado en el regimiento de granaderos de Zamora, el día 12 de septiembre convidó a todo este cuerpo y a otros militares a un refresco en la azotea de Palacio, que mandó decorar convenientemente con artística enramada, y tanto él como la Condesa conversaron con los granaderos y soldados con la mayor confianza y llaneza.

  Prestábase la sociabilidad de la Virreina a toda clase de festejos y saraos; y en cierta ocasión la obsequiaron don Manuel Antonio Valdés y don Felipe de Zuñiga y Ontiveros, editor e impresor, respectivamente, de la Gaceta de México, con "un globo aerostático de tan peregrina invención que, según las noticias de cuantos se han construido en el reino y el común aplauso de este, no ha tenido semejante." Elevóse en el patio principal de Palacio y "era perfectamente esférico, de veinte varas de circunferencia, y de cuarenta y cuatro libras de peso. Colocáronsele en cuatro andanas más de cincuenta faroles, y a corto trecho de su cuello varias invenciones de fuego. Luego que comenzó a elevarse se dejó ver de todos un letrero de luces que decía: VIVAN SS. EE. Siguióse la iluminación de un hermoso zodiaco compuesto de más de ochenta estrellas: después la de cuatro gallardetes de cuatro varas de largo, y habiendo despedido cantidad de buscapiéses y culebrinas, concluyó con un tiempo de Cohetes que corrieron horizontales. Elevóse a una altura tan grande que ya apenas se distinguían las luces de los faroles, y después de haber dado una completa diversión al distinguido concurso, siguió su giro horizontalmente hasta ir a caer a un lado del Peñol." En los días de su cumpleaños o los de su esposo, concurría al teatro, el cual se iluminaba profusamente, y era recibida con loas y otras composiciones encomiásticas.

  El destino, sin embargo, preparaba un rudo golpe a los Condes de Gálvez. En octubre de 1786 enfermóse don Bernardo, y con el ánimo de mudar temperamento, transladóse la Corte Virreinal al Palacio Arzobispal de Tacubaya, pero allí sorprendió la muerte al Virrey, al amanecer del día 30 de noviembre. Efectuóse el entierro en San Fernando, en donde, estaba sepultado su padre, don Matías de Gálvez, pero sus entrañas, por desearlo así su esposa, fueron depositadas bajo el altar de los Santos Reyes en Catedral. Grande fue el pesar de doña Felicitas Saint Maxent, mayormente cuando esperaba el nacimiento de un hijo; en efecto, el 11 de diciembre dio a luz "una muy robusta y hermosa niña," noticia que circuló inmediatamente por toda la metrópoli. 

  Hallábanse celebrando Cabildo ordinario los Concejales del Ayuntamiento de México, cuando se les comunicó tan fausta nueva, y queriendo dar a la Virreina una prueba de estimación, así como honrar la memoria del Conde de Gálvez, a quien tanto debía el Reino y muy especialmente la ciudad de México, decidieron ofrecerse como padrinos de la niña, y nombraron a dos de entre ellos para felicitar a la Condesa y hacerle presente su pretensión y deseo. Necio sería de nuestra parte intentar la descripción del bautismo de esta niña, cuando lo ha hecho la bien cortada pluma de don Luis González Obregón. "Se presentaron, pues, —dice este historiador—, los dos capitulares en Palacio, y habiendo comunicado a S. E. el propósito que allí los llevaba, la de Saint Maxent agradeció en todo lo que valía tan sin igual honra; pero no la aceptó desde luego, pues ya había invitado como compadre al señor don Fernando Joseph Mangino, del Consejo de S. M. en el de Hacienda, Juez Superintendente de la Real Casa de Moneda, del Real Apartado de Oro y Plata, de Media Anata y Servicio de Lanzas, sub-delegado del Excmo. Sr. Superintendente General del Ramo de Reales Azogues, y Presidente de la Real Academia de San Carlos.

  "Desairar a un señor de tantos títulos hubiera sido un imperdonable delito de lesa cortesía; mas habiendo mediado entre los regidores y el señor Mangino algunos cumplimientos, "tuvo éste —dice "La Gaceta"— la generosidad de ceder su derecho en obsequio del buen nombre del excelentísimo señor Virrey difunto, y por no defraudar a su noble posteridad del honor que en todo tiempo podía resultarle con tal demostración pública."

  "Resuelta la dificultad que se presentaba, quedaron como padrinos del Santo Sacramento del Bautismo, la Imperial Ciudad, y del de Confirmación, el señor don Fernando Mangino; ítem más, se ofreció para administrarlos el limo. Sr. Arzobispo don Alonso Núñez de Haro y Peralta. "La ceremonia fijóse para la mañana del 19 de diciembre de 1786, y se propusieron para la Noble Ciudad, y con acuerdo y asignación de la madre de la criatura, para que tuvieran a ésta en la pila del bautismo, al señor coronel don Francisco Antonio Crespo, Caballero de la Orden de Santiago, y a la señora doña María- Josefa de Villanueva, Altamirano y Barrientos, esposa del Regidor Decano, don Joseph Ángel de Cuevas, Aguirre y Avendaño, señor de la Fortaleza y Valle de Tebra en el Reino de Galicia. "Por orden del Arzobispo se colgó y adornó magníficamente la Parroquia del Sagrario, en donde se había de celebrar el bautizo.

  "Por su parte el Ayuntamiento adornó sus Casas Consistoriales, los balcones y las almenas, con elegantes cortinajes de damasco y con banderolas, y obtuvo de la Real Audiencia, que entonces gobernaba por muerte del Virrey, que franquease la tropa necesaria de los Regimientos de Zamora y la Corona, para que formasen valla desde Palacio hasta el Sagrario, y una compañía de Granaderos de Zamora para que cuidasen del orden en el interior del templo. "Ocho días transcurrieron en estos arreglos y preparativos; pero por fin llegó el día 19 fijado de antemano para la celebración de la ceremonia.

  "El Ayuntamiento, bajo Mazas, se trasladó al Real Palacio; subió, recibió a la niña, y a las diez y media de la mañana salió por la segunda puerta, dirigiéndose por frente a las Casas Consistoriales, torciendo después a la derecha por el portal de Mercaderes, y pasando en seguida delante de la Catedral, entró por la puerta del costado del Sagrario.

"La comitiva guardaba el siguiente orden, según dice "La Gaceta": Delante llevaba sus Atabales y Clarines con todos los Ministros de Justicia. A éstos seguían los Mazeros en coche, detrás en otros los Escribanos y subalternos de Cabildo, luego iba en una magnífica carroza la señora doña María Josefa de Villanueva, conduciendo a la niña, y acompañada de una de las damas de la excelentísima señora Virreina viuda, después seguían en coches de gala todos los Caballeros Capitulares y algunos de los convidados, que se hallaban a la sazón en Palacio, de dos en dos; el penúltimo coche lo ocupaban el señor don Fernando de Mangino y el Caballero Regidor Decano, y por último, cerraba la comitiva el coche de la Justicia, compuesta del señor Corregidor, Alcaldes Ordinarios y Alguacil Mayor."

  "A tan selecto acompañamiento, lo esperaba en el Sagrario, uno más numeroso, no menos lucido, que lo componían los RR. Prelados de las Religiones, señores Ministros, Canónigos, jefes militares y de oficinas, la oficialidad de la guarnición, y toda la nobleza de México, que habían sido invitados con anterioridad para presenciar y autorizar aquel acto. "La ceremonia dentro del templo, fue grandiosa y solemne, con todos los ritos que previene la religión cristiana." "El Ilmo. Sr. Haro, vestido de Pontifical, administró los sacramentos a la niña, a quien pusieron en el bautismo los nombres de María Guadalupe Bernarda Isabel Felipa de Jesús Juana Nepomucena Felicitas, y en el de confirmación se le añadió el de Fernanda. Durante la ceremonia sirvieron de asistentes, con capa pluvial, los señores doctores don Luis de Torres, Arcediano; don Joseph Ruiz de Conejares, canónigo; don Miguel Primo de Rivera, racionero, y don Joseph Carrillo, medio racionero.

  "Terminada la función, que duró hasta después de las doce, la recién bautizada fue de nuevo conducida a Palacio por las mismas calles, pero en esta vez su carroza ocupaba el lugar de preferencia, detrás del coche de la Justicia. "En seguida el Ayuntamiento cumplimentó a la Virreina, regresó a sus Casas Consistoriales, y desde los balcones se arrojaron algunas monedas al pueblo. Por la noche, además de iluminarse profusamente el Cabildo, "hubo muchos y bien dispuestos fuegos artificiales." "Regaló la ciudad a la Señora Virreina, dice el Alabardero, un hilo de perlas que costó once mil pesos, y otro para la niña que costó cuatro mil; el señor Arzobispo dio plato, cuchara, tenedor y cuchillo de oro, y lo mismo el señor Mangino, y la Señora Virreina regaló a la comadre un corte de vestido bordado que valía mil pesos, y al señor Arzobispo una caja de oro guarnecida de esmeraldas, y un pectoral de diamantes, y al señor Mangino dos cortes de vestido muy especiales, y al señor Corregidor un bastón con puño de oro guarnecido de diamantes." Resintióse sobremanera la salud de la Condesa de Gálvez con estos acontecimientos, al grado que, en 17 de febrero, pidió que se le administraran los últimos Sacramentos; mas, afortunadamente, restablecióse pronto. Decidió emprender el viaje a España, aunque dolíale en extremo abandonar la mexicana tierra, sepultura de su esposo y cuna de su hija. El 23 de mayo dirigió una carta a su compadre el Ayuntamiento, anunciándole su partida y ofreciéndose a las órdenes de la muy Noble, muy Leal e Imperial Ciudad de México, a la cual contestó el Cabildo en términos no menos corteses y sentidos; y el día 24 determinó decir su postrer adiós al sepulcro de su esposo. Presentóse a la media noche con sus hijos y familia en la iglesia de San Fernando, que se hallaba iluminada, y fue recibida en la puerta por toda la Comunidad; después de haber orado largo espacio de tiempo ante la tumba del Conde de Gálvez, "se abrazó de la lápida —dice "La Gaceta"— no queriendo admitir consuelo hasta dejarla regada con sus tiernas lágrimas, a que acompañaba los más dolorosos salves y suspiros."

A las diez de la mañana siguiente, emprendió su viaje, y embarcóse en Veracruz el 9 de junio, en el navío de guerra "Astuto."  


Fuente:

Romero de Terreros, Manuel. Bocetos de la vida social en Nueva España. Editorial Porrúa, México, 1944. pp. 62-73

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