sábado, 25 de agosto de 2018

La compra del paraíso: Las contribuciones de los nobles a la Iglesia

 La idea está más que clara, creo aún hay quien la practica, nada de hacer el bien sin mirar a quién, todo lo contrario, aportar fuertes sumas para complacer a los mortales, con la idea de que en el más allá (en la otra vida) se estaban asegurando un cómodo estatus.

  “El concepto de nobleza en la mente española era, antes que nada y sobre todo, un rasgo de religiosa índole. A fin de comprobar los méritos, que tenía para recibir un título, un candidato tenía que acreditar la pureza de la sangre de su familia. Obtenido el título, los nobles demostraban su piedad de muchas maneras. Construían iglesias, costeaban misiones, obras pías y capellanías, y muy a menudo, tomaban las órdenes religiosas.

  Sin embargo, según parece, los nobles preferían alardear de su piedad a sacrificarse personalmente. Optaban por contribuir con bienes temporales a la Iglesia que entregar los hijos propios a los conventos. Ninguno de los mercaderes nobles (Agreda, Rayas, Alcaraz, Pérez Gálvez, Rul o Vivanco), ni muchos de los hacendados (Prado Alegre, Uluapa, Valle de Orizaba, Villar del Águila) tenían hijos con vocación religiosa. Se ha comprobado que las hijas de unos 20 nobles tomaron el velo. Algunos españoles (como Fagoaga, el marqués de Rivas Cacho, el marqués de Selva Nevada) dieron dos o tres hijas a la Iglesia, de la misma manera como otros criollos como el conde de la Presa de Jalpa, pero al parecer constituyen la excepción, no la regla.

  Los nobles que profesaban escogían los conventos más ricos de la ciudad de México (Encarnación, Concepción, Santa Teresa); llevaban consigo dotes de unos 5000 pesos y vivían atendidas por criadas y esclavas. La ceremonia de la toma de hábito era tan espléndida como una presentación en sociedad. La monja vestía hábito de terciopelo o de satín, adornado con perlas y alhajas, corona de flores y encaje. Llegaba a la Iglesia en una alegre procesión acompañada con banda de música y cohetes.

  Los nobles con vocación religiosa preferían el clero secular o la orden jesuita. Al parecer ninguno de ellos fue monje del clero regular; solo cinco se ordenaron. Todos eran criollos y tenían posiciones importantes. El marqués de Castañiza III fue obispo de Durango; los marqueses de Uluapa I y Mezquital III fueron canónigos de Guadalajara, y el conde de Sierra Gorda III fue canónigo de Valladolid. A la muerte de su mujer el conde de Jala fue ordenado sacerdote.

                           
  Cada ceremonia religiosa se celebraba con lujo y aparato. Un minero de Dolores gastó 36,000 pesos en el bautizo de su ahijado. Cuando se bautizó a Micaela, la primogénita del conde de Regla, éste alquiló 100 carruajes para la ocasión; sin embargo, la procesión no se efectuó sobre lingotes de plata, como creían unos extranjeros. Hasta los funerales podían ser costosos. Un noble enterró a su nieto cubierto de alhajas. Los gastos del funeral del primer marqués de Inguanzo fueron de 89 mil pesos.

  Más permanentes que su grandeza fueron las iglesias que los nobles construyeron como prueba de su piedad. En lo alto de un cerro estaba la iglesia de la Valenciana, construida para conmemorar su primera bonanza minera; es tan espléndida, que se decía que la construcción valía más que la mina de plata sobre la cual estaba asentada. En Guanajuato, Rayas construyó la iglesia de San Juan y San Clemente y construyó un colegio de jesuitas. En Zacatecas, el conde de la Laguna edificó un convento agustino. La marquesa de Selva Nevada donó un convento carmelita en Querétaro que más tarde fue ampliado por el marqués del Villa del Águila.

  En Taxco, el hidalgo José de la Broda construyó una obra de arte churrigueresca color de rosa, para honrar a Santa Prisca, era la parroquia del pequeño pueblo minero. En la ciudad de México, los condes de Bassoco contribuyeron para edificar el templo de Nuestra Señora de Loreto que costó 600 mil pesos y las hijas de Aguayo construyeron y fundaron la Enseñanza, un elegante colegio para muchachas.

  Los nobles también ayudaron con dinero a las beatificaciones. Se importaron tubos de órgano vitrales, y atavíos sacerdotales; se cumplían así los deseos de los nobles pecadores de hacer obras pías para Dios y ser recordados por los hombres. Por ejemplo, los ornamentos de José de la Borda estaban bordados en oro con 4687 diamantes, 2794 esmeraldas, 523000 rubíes e incontables zafiros y perlas.

A pesar de su esplendor, pocas contribuciones eran caritativas. La primera gran obra pía en México fue el Hospital e Jesús. Fundado por Hernán Cortés, esta institución –aun 300 años después- percibía ganancias por 20 000 pesos. En el siglo XVIII, el hospital Betlemitas en Guanajuato, con 72 camas, estaba financiado por la madre condesa de Valenciana. Las misiones eran muy socorridas. Los condes de Sierra Gorda, Regla, Peñasco y Valenciana contribuyeron con fondos para el establecimiento de misiones en el norte de México. Sierra Gorda fundó más de 700 durante su conquista de Tamaulipas. En primo del conde de Regla murió martirizado cuando llevaba a los hombres del conde a evangelizar a los Apaches. El marqués de Pánuco fue especialmente alabado por la iglesia que construyó en el real de Rosario, Sinaloa, en 1772. Tales contribuciones para la educación, el bienestar y las misiones eran muy comunes. Por ley, todo el que hacía un testamento tenía que contribuir a las obras pías; no había noble que no dejara legados a la Iglesia. En 1734 el marqués del Apartado dejó 8500 pesos; en 1781 el conde de Medina legó 20000 pesos. El conde de Regla gastó por lo menos medio millón de pesos en obras para la iglesia. 

  La generosidad de los nobles con la iglesia estaba compensada en los símbolos del estado, a los benefactores se les daba un lugar de honor en las procesiones, tumbas elaboradas en las naves o santuarios y preferencia al colocar a sus parientes y protegidos en las órdenes religiosas. Económicamente su patrocinio constituía, al parecer una gran merma en su propiedad real. Regla hipotecó todas sus tierras para sostener sus misiones con los apaches, la marquesa de Selva Nevada entregaba 10,000 pesos al año para mantener el convento que había fundado y estas sumas provenían de sus plantaciones de magueyes de pulque.

Nota aclaratoria, la custodia que aparece en las imágenes es la de San Ignacio de Bogotá, conocida como "La Lechuga". El retrato arriba, corresponde a la familia Fagoaga, Marqueses del Apartado.

Fuente:

Ladd, Doris. La nobleza mexicana en la época de la Independencia, 1780-1826. FCE. México, 1984, pp. 79-82

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