Pasado el puente de Atoyac se describen dos curvas; la primera de 122 metros de radio y la segunda de 304,8 m, y así sucesivamente, recorriendo otras y trasponiendo excavaciones y terraplenes se llega á un lugar llamado Salsipuedes, notable por la espesura de sus bosques.
La vía prosigue con una pendiente ascencional de 2,20 á 2,40 m por 100 hasta el Potrero, distante 10 kilómetros de Atoyac. Aquí se pasa el Rio Seco á favor de un puente de lámina de fierro de cinco claros de 15,24 m, cuyos machones y estribos de mampostería lo elevan á 8,30 m. Describe una curva de 320 metros de radio, sobre una pendiente de 2,37 m por 100. El Rio Seco ha abierto su cauce entre la loma de Huilango y las eminencias del Chiquihuite, estrechándose unas veces y ensanchándose otras á diferentes profundidades, apareciendo sus ribazos cubiertos de bosques y de breñales. Los árboles de torcidos troncos y cargados de hermosas orquídeas se inclinan hacia el fondo de la barranca, acariciando algunos de ellos con sus follajes la límpida superficie del agua, la que resbala tranquilamente, abriéndose paso entre peñascos ó saltando por los elevados y naturales escalones ele la montaña. Pasada una tormenta en las regiones del Pico de Orizaba, un ruido confuso y lejano anuncia algunas veces la inmediata aparición de una torrencial avenida, haciendo rebasar el agua en aquella cuenca é invadiendo los terrenos adyacentes, rodando peñas y arrastrando árboles corpulentos arrancados de raíz.
A 2 kilómetros del puente de Rio Seco se encuentra la hacienda de la Peñuela, situada al E. S. E. de Córdoba, donde vuelve á observarse otro hermoso panorama, tal como el que nos representa la lámina IX. La vía férrea cruza el antiguo camino de Alvarado, el cual se extiende hacia el frente del observador, perdiéndose entre los bosques lejanos. Como un centinela avanzado de la hermosa montaña del Chiquihuite, se observa entre plantas y flores un enorme crestón de caliza que ha dado su nombre al lugar de la Peñuela. Algunos grupos de palmeras, de mangos, de ceibas y de chicozapotes, el Citlaltepetl, que aparece en lontananza dominando las eminencias sucesivas de la gran cordillera, y las plantaciones de caña y los cenagales que se ven en el primer término, dan amenidad al cuadro, tan oportunamente animado por un grupo de amatecos que á un lado del camino ostentan sus caprichosos trajes.
Después de recorrer un trayecto de 5 kilómetros se llega á la estación de Córdoba, á 105 kilómetros 842 metros ele Veracruz, y á 827 metros sobre el nivel del mar. "La estación de Córdoba, dicen los Sres. Gallo y Baz, está situada á la derecha de la vía: se compone de un cuerpo de edificio rectangular sobre una base que sirve de pasadizo. El cuerpo del edificio está dividido en dos: oficinas y habitaciones. El proyecto se debe al ingeniero en jefe Sr. Bueliannan. Más tarde se construyó una bodega pequeña para el movimiento diario de la estación. Un ferrocarril urbano une la ciudad, situada al Norte, con la estación, á una distancia de 609 metros, y cuyos rieles se hallan tendidos sobre la calzada construida poco' ha por el ayuntamiento.—El tramo de Atoyac á Córdoba se puso en explotación el 22 de Agosto de 1871."
Prosiguiendo la vía férrea con dirección al Oeste, y después de recorrer lugares tan pintorescos y exuberantes como los anteriormente descritos, de salvar por medio de alcantarillas y puentecillos de mampostería varios arroyos, de describir no pocas curvas de 205 metros en su mayor radio, y de ascender primero una pendiente de 3 por 100 y luego otra de 2,60, se llega á la estación del Fortín, pequeño pueblo situado sobre la orilla izquierda de la barranca de Metlac, á 113 kilómetros de Veracruz y 1,009 metros sobre el mar. Este lugar, que debe su nombre á una pequeña fortificación hecha en tiempo del gobierno colonial, es muy notable, por determinar el límite de la zona de la fiebre amarilla.
Hasta aquí el terreno es de conglomerado traquítico, convertido en adelante en conglomerado de piedras rodadas, de arcilla y de arena. Extiéndense desde el Fortín hermosas praderas, que se presentan como primeros indicios de la fertilidad de las pintorescas campiñas de Orizaba, interrumpidas hacia este rumbo por la famosa barranca de Metlac, que muy pronto ha de salvar el viajero por medio de una sorprendente obra de arte. El rio Metlac nace en las vertientes del Pico de Orizaba, corre con una dirección general N. E. á S. O., estrechado primero por elevadas montañas, y ensanchado después frente al Fortín, midiendo su latitud 275 metros, y alcanzando una profundidad de 115. Ya en esta barranca el espectador queda verdaderamente sorprendido á la vista de ese gran prodigio de la naturaleza, no bastándole la feracidad y hermosura de las regiones recorridas para amortiguar las impresiones que de nuevo recibe al contemplar tan espléndido panorama. Entre las variadas plantas que revisten las floridas vegas del rio apenas se distingue la cristalina comente, que unas veces se desliza serpeando por ligeros planos inclinados, y otras impelidas violentamente por despeñaderos, salta agitada y espumosa á un hondo precipicio. Las cuestas que forman la gran cuenca se ven cubiertas de árboles y plantas que dejan desprender los fibrosos ramajes de las enredaderas, para confundirse en el intrincado bosque de las vegas. Todo es allí bello y sorprendente, y nada es comparable al mágico efecto que produce aquel conjunto, observado á los primeros albores de la mañana.
De entre la enmarañada y confusa mole de los bosques del fondo de la barranca se desprenden emanaciones gasiformes que, condensándose más y más, se hacen perceptibles á la tenue luz del crepúsculo, tan pronto flotando como campos de nieve sobre la tenebrosa cuenca, como adquiriendo un movimiento rápido, horizontal, penetrando por entre los ramajes de los árboles que cubren las pendientes. Paulatinamente la claridad disipa las últimas sombras de la noche, y á poco las arboledas descubren su forma, y el fondo de la barranca empieza á dibujar sus detalles, que en seguida aparecen de mil colores.
Los crestones de las eminencias y el follaje de las plantas vivamente se esmaltan de rojo en el momento mismo en que las aves saludan la venida del día, uniendo sus dulcísimos trinos al murmurio suave y lejano del torrente. ¡Gratísimo concierto, sofocado por la estridente voz de la locomotiva y el estruendoso ruido del tren! Tan considerable es la anchura de la barranca en los puntos que toca la vía, que hubo de desecharse el primitivo proyecto, que consistía en unir sus dos orillas por medio de un puente colgante de 304 metros de longitud y 114 de elevación, y se puso en práctica el del ingeniero Buchannan, que se fundaba en continuar el trazo por ambas cuestas de la barranca, hasta encontrar la estrechura conveniente que permitiese el paso por medio de un puente de menores dimensiones. Los trabajos fueron ejecutados por los Sres. Buchannan, ingeniero en jefe; Foot, encargado de los trabajos del campo; Braniff, encargado de las obras de albañilería; Donaldo, Murray, Ilill y González Cosío, como ingenieros constructores.
Tan luego como se describe una curva de 152 metros de radio practicada en excavación á orillas de la barranca, la línea sigue una dirección general al Noroeste, interrumpida por algunas curvas cuyo menor radio es de 90 metros. Antes de llegar al gran puente se salva otro de fierro en la cuesta que ve al Oeste, construido sobre una pendiente de 2,50 por 100 y en curva de 2,000 metros de radio. Este puente, de cinco claros de 12,20 m cada uno, se halla sostenido por machones y estribos de mampostería.
A medida que se avanza en el camino y empiezan á descubrirse los elevados machones que sostienen el gran puente, y las bocas tenebrosas de los túneles extremos 3 y 4 que le dan inmediato acceso, el viajero, aturdido ante la magnificencia del espectáculo, ahoga en su pecho un grito natural dé sorpresa; demostración que al fin estalla en el momento en que á la salida del túnel se empieza á recorrer el grandioso viaducto, cuya curvatura permite, aunque rápidamente por el movimiento del tren, admirar en su conjunto aquella obra colosal. El fondo de la barranca que baña el rio, cuyas aguas rompen sus cristales en las columnas de fierro; los árboles, plantas y flores que aparecen en miniatura bordando las riberas; los voluminosos y enhiestos machones con sus férreas celosías que surgen de entre los matorrales, y el aspecto general de la barranca, ahuyentan el terror que momentáneamente se apodera del ánimo del viajero, ante el peligro, para dar lugar á esa inefable sensación que se experimenta en presencia de todo lo grande y maravilloso.
El tren, cuya rapidez relativa apenas da lugar á la contemplación, se introduce en el cuarto túnel, recorriendo en él un espacio de 97 metros en curva de 100 de radio, y prosigue por la cuesta que ve al Oriente, desde la cual se observan análogos paisajes á los que acaban de describirse.
El viaducto de Metlac, cuyo peso se calcula en 600 toneladas, se halla situado á 978,72 m sobre el nivel del mar. Después de recorrer un trayecto de 701 metros, la vía comienza á ascender por una pendiente uniforme de 3 por 100, y siguiendo en la dirección N. S. próximamente, traspone los túneles'5, 6, 7, 8 y 9, dando paso al Valle del Sumidero, situado en los confines del de Orizaba.
Los mencionados túneles tienen las siguientes longitudes: 114 metros el quinto, 72 el sexto, 71 el séptimo, 116 el octavo y 254 el noveno. El Valle del Sumidero, poblado en otro tiempo de extensos bosques, tiene hoy hermosas campiñas con ricos plantíos de plátanos y caña de azúcar, que ofrecen una vista… [falta la página 36 del libro, se corta aquí la descripción.]
Fuente:
Álbum del ferrocarril mexicano. Colección de vistas pintadas del natural por Casimiro Castro y ejecutadas en cosmo-litografía por A. Sigogne. Con su región del camino y las regiones que recorre por Antonio García Cubas. Establecimiento Litográfico de Victor Debray y Cía. México, 1877.
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