viernes, 19 de diciembre de 2014

Un triste (pero barroco) funeral novohispano.

      En el habitual andar por las calles, cuando tengo la oportunidad de desplazarme a otros sitios, como fue el caso de ir a la ciudad de México, o CDMX como ahora se le comienza a denominar, voy encontrando (y captando) escenas de lo más variopinto, tal fue el caso de que, siendo los primeros días de Noviembre, había una gran cantidad de exposiciones relacionadas al tema de la Muerte. En una de ellas vi estas pinturas, de magnífica calidad que me remitieron de inmediato a aquella tradición finisecular del XIX, que permaneció un poco en las primeras décadas del XX, en la que se retrataban a niños fallecidos. Tradición que cundió, por así decirlo, cuando la fotografía se hizo relativamente accesible a los empobrecidos bolsillos.

   Y cuando no tengo esa oportunidad de andar por los caminos de pueblos y ciudades, ando por los caminos de los libros, que me llevan a pasajes desconocidos, a tradiciones idas, a ideas distintas, y, sobre todo, a la documentación de la muy, muy rica herencia cultural que tenemos en México. Es así como encuentro esta anécdota que me parece por demás evocadora de lo que eran los rituales de la muerte en la época Novohispana:

Ciudad de México, 1° de Marzo de 1756.-

   "Al cúmulo de elementos que la religión y la aristocracia proporcionaba durante la época colonial debióse la pompa y solemnidad de los funerales del niño Agustín Ahumada Villalón y Bruna, de dos años de edad, hijo único del Virrey de Méjico, Teniente Coronel y Capitán de la guardia palatina, muerto en Marzo de 1756. Su cadáver fue expuesto al homenaje público en suntuosa caja tapizada de terciopelo rojo, guarnecida de plata y adornada con ricos encajes. Vestía un hábito y guirnalda, adornados con deslumbradora y costosa pedrería; y al expirar el día fue trasladado al convento de Santo Domingo, acompañado de selecta y numerosa comitiva iniciada por un regimiento de dragones, al que seguían las comunidades religiosas y la nobleza; luego el cuerpo, en hombros de cuatro niños nobles, la tapa del ataúd soportada por pajes y sobre ella el bastón y el sombrero como insignia de su rango y grados del ilustre niño, el carruaje de S.E. y una fuerza de infantería.

   "Fue velado en Santo Domingo, en cuyo templo se hicieron solemnísimas urnas fúnebres con asistencia de los religiosos jesuitas, betlemitas, mercedarios, carmelitas, franciscanos, dieguinos e hipóilitos; el Illmo. Sr. Arzobispo, parcialidades de San Juan y de Santiago, capellanes, curas protomedicato, Real Universidad, oidores, cabildo, música y fuerzas militares que asistieron al entierro. Verificose este en la bóveda principal del templo, al son de las campanas que doblaron y al estruendo ronco y seco de los disparos de la infantería que hacía una salva imponente. Concluido el acto los más prominentes personajes acudieron a dar el pésame al Virrey, y la ciudad permaneció aquel día en respetuoso recogimiento y solemne silencio". (1)

    Así fue este evento, la muerte de un niño que va, en andas de hombros de niños y toda la corte y toda la iglesia presente, era un asunto político, además de religioso, el estar presente en tan solemnes exequias. Y si para curiosidades nos vamos, resulta ser que el Virrey Ahumada y Villalón, marqués de las Amarillas, murió cuatro años luego de su hijo, "ejerciendo su cargo el año de 1760 después de una larga enfermedad. Sus restos fueron depositados en la iglesia de La Piedad. Debido a sus gastos caritativos, dejó a su familia en la pobreza". Para ver lo del asunto de su muerte, entra aquí, te seguirás sorprendiendo.

Fuente:

1.- Pérez, Ricardo. Efemérides Nacionales o Narración anecdótica de los asuntos más culminantes de la Historia de Méjico. Tip. y Encuadernación La Idea del Siglo. México, 1904. p. 61


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